Pero suponiendo que lo hice, no sabes que es absolutamente nada? Por qué no puedes entender que ninguna cosa significa nada para mí salvo tu ser querido y tu amor? Deseo que nos hubiéramos apresurado y hubiera sido tuya, entonces lo sabrías. Algunas veces casi desespero por hacerte sentir seguro, tan seguro que nada pueda jamás hacerte dudar como yo lo hago.
Zelda
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Primavera de 1919
Novia mía
Por favor, no te deprimas. Pronto estaremos casados, y entonces estas noches solitarias habrán quedado atrás para siempre. Hasta que lo estemos te estoy amando cada tonto minuto del día y de la noche.Puede que no lo entiendas, pero algunas veces, cuando más te extraño, más difícil es escribir, y tu siempre sabes cuando me sucede, el dolor de todo, y no puedo contártelo. Si estuvimos juntos, habrás sentido cuán fuerte es. Tú eres tan dulce cuando estás melancólica. Amo tu triste ternura cuando te he lastimado, esa es una de las causas por las que nunca me arrepiento de nuestras riñas, y ellas te fastidian mucho.Estas queridas, queridas y pequeñas bullas, en las que siempre trato empecinadamente de besarte y hacerte olvidar.
Scott
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Todo esto parece alegórico, pero es muy real. Te necesito aquí. La tristeza del pasado me acompaña siempre. Las cosas que hicimos juntos y las cicatrices atroces que nos convirtieron en el pasado en supervivientes de guerra persisten como una especie de atmósfera que rodea todas las casas que habito. Las cosas agradables y los primeros años juntos, los meses que pasamos hace dos años en Montgomery me acompañarán siempre y tienes que creer como yo que podemos recuperarlos, si no en una nueva primavera, en un nuevo verano. Te quiero, amor mío, cariño.
Scott
Mientras estaba en el campamento, el novelista se enamoró de Zelda Sayre, de 18 años, hija de un juez, que pasaría a formar parte de su narrativa. Se mandaban cartas casi a diario. En esa primera correspondencia se muestran ya algunos de sus rasgos contradictorios, aquellos que el tiempo iba a agudizar, causándoles dolor. Fitzgerald multiplica sus atenciones hasta el agobio, como si temiera que ella pudiera reprocharle algo o se sintiera culpable por su ausencia. Zelda, por el contrario, vive toda esa exhibición a veces con ilusión, otras con un cansancio que su carácter franco y cambiante no puede ocultar. Se casaron el 3 de abril de 1920. La felicidad, sin embargo, sólo duró unos cuatro años. El resto, desde 1925 hasta el internamiento de Zelda en una clínica mental, fue un tedioso camino de altibajos hasta llegar al declive.
Fuente: Francis y Fizgerald, Zelda, Querido Scott, Querida Zelda. Lumen. Barcelona, 2003.
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