Biarritz, jueves 24 de agosto de 1967
Mi querida:
Me desespera que tan sensiblemente reacciones a mis comentarios espontáneos sobre lo que voy sintiendo cada día. Vos me conocés; reflexiono satíricamente sobre lo que me pasa, sobre lo que veo. Esta tendencia es natural en mí, un poco inevitable. Agrega a eso el brusco paso de la vida en la tribu a la soledad. La soledad, en el primer momento, es un poco áspera. Después llega a ser maravillosa. Ya en Le Touquet tuve la impresión de hacer un íntimo y tranquilo balance de todo; la impresión de encontrarme conmigo, después de haberme perdido de vista en el agolpamiento de la vida en Buenos Aires. No imagines que me creo tan agradable como para batir palmas por haberme encontrado; solamente quiero decir que el individuo que había aparecido en los últimos tiempos en Buenos Aires no era el mejor yo (todo es relativo); era una versión impaciente, sentimental, confusa A volver más amargo el fondo de mis primeras cartas contribuía sin duda un hígado al que diariamente azuzaba antes del almuerzo y antes de las comidas con pastillitas de dos acreditados medicamentos. En los días inmediatos a la supresión de los remedios me observaba con alarma; el hígado rápidamente salió del escenario, pero la alergia empezó a molestar; por suerte, poco después, ella también se fue (cuando me preguntaba si debía volver a las pastillas). Ahora estoy sano.
Anteayer, viajé de París a Poitiers; ayer, de Poitiers a Biarritz; te doy mi palabra de que en ningún momento sentí cansancio; tampoco me acordé de la cintura Los caminos no están como en la película Basta la salud; tienen, a mitad de la semana por lo menos, un tráfico escaso, muy tolerable. Vine en viaje de turismo, visitando Chartres, la catedral (no había visto antes una vida de Cristo, sobre la pared del presbiterio, en estatuas dignas del peor escultor italiano del siglo XIX); visitando el castillo de Châteaudun, entre Chartres y Poitiers, palacio e iglesias. Ahora, aquí me tienes, en lo alto de este lujo y comodidad, un poco vertiginoso por los gastos. Si no ahorro en comodidad de vida y en comidas, ahorraré en compras. También me parece un poco loco hacer un telegrama un ojo de la cara desde cada etapa y llamar por teléfono En la cuenta del Bellman, telegrama y teléfono correspondieron a otra semana de estadía. El Bellman, no caro y simpático, fue en el primer momento (como París, como el viaje) calumniado por mí. Allí supongo que volveré ya reservé cuartos. En cuanto haya decidido el inmediato futuro te avisaré. No dejaré de telegrafiar de los lugares en donde me quedaré más de un día. Perdona algunas vaguedades: el descanso, las decisiones y los planes inflexibles no concuerdan armoniosamente.
La fotografía de Marta me dio un gran placer. Las quiero, las extraño. Ustedes son mi mundo.
Las beso. A.
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París, viernes 6 de octubre, 1967
Mi querida:
Estoy rodeado de cartas tuyas de agosto y septiembre, pero no me llegan cartas nuevas. Trato de no preocuparme, de pensar que el correo tendrá la culpa y que pronto leeré noticias recientes tuyas y de Marta. A Sieyès le dije que sí, que tu única preocupación era Marta; decirle que éramos Marta y yo, aunque más exacto, hubiese sido, también, ridículo y presuntuoso. Hoy voy a ver una pieza de Ustinov, en el teatro des Ambassadeurs. El té comprado es el Caravan de Ridgeways; delicioso, parecido al Saccone Speed, que ya no existe. ¿Llegaron a Bue nos Aires a Usher las Vita Weat que esperábamos? Yo he de llevar unas cuan tas cajas.
Sobre la fecha de mi vuelta todavía no te digo nada, porque no puedo fijarla con precisión. Están de nuevo en París los que estaban de vacaciones: La Rochefoucauld, Laffont, el director de Denoël. Si puedo iré por una semana a Italia y a Suiza. En total, París y viaje no me llevará mucho más de un mes. Vale decir que a mediados de noviembre, salgo para allá o quedo esperándolas, tal como ustedes resuelvan. Este viaje, para nosotros tan largo, para mi salud, alma, etcétera, ha sido necesario. Creo que en Buenos Aires iba por mal camino: cansancio, vejez, nervios, enfermedad. Me saqué todo eso de encima. A veces me asombro de no estar cansado. Cuando me acostaba del lado derecho, me dolía el hígado. Ahora duermo del lado derecho o del izquierdo, o como quiera, y me despierto sin dolores. Hace tiempo que no me sentía tan desentumecido y sano.
Te extraño. A.
P.D.
Tengo ropa contra el frío. Un saco largo de cashmere, azul.
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Roma, sábado 2 de diciembre, 1967, 21 hrs.
Mis queridas: Acabo de llegar de Milán, en automóvil. Voy a permitirme contarles algo concerniente a mí, porque pienso que sólo a ustedes podrá darles placer. Me contó Ginevra que el director Marker se enamoró de una chica y como prueba de amor le dejó su ejemplar de La invención. A la chica se lo robaron; comprendió que si le daba la noticia a Marker, el amor se acababa; apeló a Ginevra (desde París, por teléfono); Ginevra le pidió a Livio su ejemplar, se lo mandó a la chica y salvó la pareja.
Todavía no lo vi a Johnny. Parece que Livio contó las líneas de mi carta a Ginevra, de mi carta a Johnny; resultó que la carta a Ginevra era dos líneas más larga. Enseguida, comunicó a Johnny la irritante circunstancia.
Cuento los días que faltan para abrazarlas.
Las extraño y las quiero. A.
Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo se conocieron entre los círculos literarios porteños. Ella le llevaba once años, y desde que lo vio por primera vez, vestido de blanco, apuesto, ya no pudo dejar de pensar en él. Se casaron en 1940 y en 1954 nació su hija, Marta. Ella, extraña y celosa, perdonaba todas las infidelidades de un hombre que, a pesar de todo, la adoraba.
Mi querida:
Me desespera que tan sensiblemente reacciones a mis comentarios espontáneos sobre lo que voy sintiendo cada día. Vos me conocés; reflexiono satíricamente sobre lo que me pasa, sobre lo que veo. Esta tendencia es natural en mí, un poco inevitable. Agrega a eso el brusco paso de la vida en la tribu a la soledad. La soledad, en el primer momento, es un poco áspera. Después llega a ser maravillosa. Ya en Le Touquet tuve la impresión de hacer un íntimo y tranquilo balance de todo; la impresión de encontrarme conmigo, después de haberme perdido de vista en el agolpamiento de la vida en Buenos Aires. No imagines que me creo tan agradable como para batir palmas por haberme encontrado; solamente quiero decir que el individuo que había aparecido en los últimos tiempos en Buenos Aires no era el mejor yo (todo es relativo); era una versión impaciente, sentimental, confusa A volver más amargo el fondo de mis primeras cartas contribuía sin duda un hígado al que diariamente azuzaba antes del almuerzo y antes de las comidas con pastillitas de dos acreditados medicamentos. En los días inmediatos a la supresión de los remedios me observaba con alarma; el hígado rápidamente salió del escenario, pero la alergia empezó a molestar; por suerte, poco después, ella también se fue (cuando me preguntaba si debía volver a las pastillas). Ahora estoy sano.
Anteayer, viajé de París a Poitiers; ayer, de Poitiers a Biarritz; te doy mi palabra de que en ningún momento sentí cansancio; tampoco me acordé de la cintura Los caminos no están como en la película Basta la salud; tienen, a mitad de la semana por lo menos, un tráfico escaso, muy tolerable. Vine en viaje de turismo, visitando Chartres, la catedral (no había visto antes una vida de Cristo, sobre la pared del presbiterio, en estatuas dignas del peor escultor italiano del siglo XIX); visitando el castillo de Châteaudun, entre Chartres y Poitiers, palacio e iglesias. Ahora, aquí me tienes, en lo alto de este lujo y comodidad, un poco vertiginoso por los gastos. Si no ahorro en comodidad de vida y en comidas, ahorraré en compras. También me parece un poco loco hacer un telegrama un ojo de la cara desde cada etapa y llamar por teléfono En la cuenta del Bellman, telegrama y teléfono correspondieron a otra semana de estadía. El Bellman, no caro y simpático, fue en el primer momento (como París, como el viaje) calumniado por mí. Allí supongo que volveré ya reservé cuartos. En cuanto haya decidido el inmediato futuro te avisaré. No dejaré de telegrafiar de los lugares en donde me quedaré más de un día. Perdona algunas vaguedades: el descanso, las decisiones y los planes inflexibles no concuerdan armoniosamente.
La fotografía de Marta me dio un gran placer. Las quiero, las extraño. Ustedes son mi mundo.
Las beso. A.
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París, viernes 6 de octubre, 1967
Mi querida:
Estoy rodeado de cartas tuyas de agosto y septiembre, pero no me llegan cartas nuevas. Trato de no preocuparme, de pensar que el correo tendrá la culpa y que pronto leeré noticias recientes tuyas y de Marta. A Sieyès le dije que sí, que tu única preocupación era Marta; decirle que éramos Marta y yo, aunque más exacto, hubiese sido, también, ridículo y presuntuoso. Hoy voy a ver una pieza de Ustinov, en el teatro des Ambassadeurs. El té comprado es el Caravan de Ridgeways; delicioso, parecido al Saccone Speed, que ya no existe. ¿Llegaron a Bue nos Aires a Usher las Vita Weat que esperábamos? Yo he de llevar unas cuan tas cajas.
Sobre la fecha de mi vuelta todavía no te digo nada, porque no puedo fijarla con precisión. Están de nuevo en París los que estaban de vacaciones: La Rochefoucauld, Laffont, el director de Denoël. Si puedo iré por una semana a Italia y a Suiza. En total, París y viaje no me llevará mucho más de un mes. Vale decir que a mediados de noviembre, salgo para allá o quedo esperándolas, tal como ustedes resuelvan. Este viaje, para nosotros tan largo, para mi salud, alma, etcétera, ha sido necesario. Creo que en Buenos Aires iba por mal camino: cansancio, vejez, nervios, enfermedad. Me saqué todo eso de encima. A veces me asombro de no estar cansado. Cuando me acostaba del lado derecho, me dolía el hígado. Ahora duermo del lado derecho o del izquierdo, o como quiera, y me despierto sin dolores. Hace tiempo que no me sentía tan desentumecido y sano.
Te extraño. A.
P.D.
Tengo ropa contra el frío. Un saco largo de cashmere, azul.
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Roma, sábado 2 de diciembre, 1967, 21 hrs.
Mis queridas: Acabo de llegar de Milán, en automóvil. Voy a permitirme contarles algo concerniente a mí, porque pienso que sólo a ustedes podrá darles placer. Me contó Ginevra que el director Marker se enamoró de una chica y como prueba de amor le dejó su ejemplar de La invención. A la chica se lo robaron; comprendió que si le daba la noticia a Marker, el amor se acababa; apeló a Ginevra (desde París, por teléfono); Ginevra le pidió a Livio su ejemplar, se lo mandó a la chica y salvó la pareja.
Todavía no lo vi a Johnny. Parece que Livio contó las líneas de mi carta a Ginevra, de mi carta a Johnny; resultó que la carta a Ginevra era dos líneas más larga. Enseguida, comunicó a Johnny la irritante circunstancia.
Cuento los días que faltan para abrazarlas.
Las extraño y las quiero. A.
Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo se conocieron entre los círculos literarios porteños. Ella le llevaba once años, y desde que lo vio por primera vez, vestido de blanco, apuesto, ya no pudo dejar de pensar en él. Se casaron en 1940 y en 1954 nació su hija, Marta. Ella, extraña y celosa, perdonaba todas las infidelidades de un hombre que, a pesar de todo, la adoraba.
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