Ya no es posible respetar como se respetó en otros tiempos al escritor que se refugiaba en una libertad mal entendida para dar la espalda a su propio signo humano, a su pobre y maravillosa condición de hombre entre hombres, de privilegiado entre desposeídos y privilegiados. Ayer, en Le Monde, un cable de la UPI transcribía declaraciones de Robert McNamara. Textualmente, el secretario norteamericano de la defensa (¿de qué defensa?) dice esto: "Estimamos que la explosión de un número relativamente pequeño de ojivas nucleares en cincuenta centros urbanos de China, destruiría la mitad de la población urbana (más de cincuenta millones de personas) y más de la mitad de la población industrial. Además, el ataque exterminaría a un gran número de personas que ocupan puestos clave en el gobierno, en la esfera técnica y en la dirección de las fábricas, así como una gran proporción de obreros especializados". Cito este párrafo porque pienso que después de leerlo, un escritor digno de tal nombre no puede volver a sus libros como si no hubiera pasado nada, no puede seguir escribiendo con el confortable sentimiento de que su misión se cumple en el mero ejercicio de una vocación de novelista, de poeta o de dramaturgo.
Cuando leo un párrafo semejante, sé cuál de los dos elementos de mi naturaleza ha ganado la batalla. Incapaz de acción política, no renuncio a mi solitaria vocación de cultura, a mi empecinada busca ontológica, a los juegos de la imaginación en sus planos más vertiginosos. [...] Estoy convencido de que sólo la obra de aquellos intelectuales que respondan a esa pulsión y a esa rebeldía se encarnará en la conciencia de los pueblos, y justificará con su acción presente y futura este oficio de escribir para el que hemos nacido.
París, 17 de agosto de 1964
Querido Roberto:
Perdóname por escribirte a máquina, pero es una costumbre de la que ya no sé privarme y que me permite ser eternamente espontáneo e ir diciendo lo que me nace de más adentro. Anoche me entregaron tu carta del 3 de Junio (¡cuánto tiempo, ya!) y me sentí tan emocionado y tan feliz por lo que me decías en ella que entré como en un trance, en una casilla zodiacal increíblemente vasta y próspera. Todavía no he salido de ella, y te escribo bajo esa impresión maravillosa de que un poeta como tú, que además es un amigo, haya encontrado en Rayuela todo lo que yo puse o traté de poner, y que el libro haya sido un puente entre tú y yo y que ahora, después de tu carta, yo te sienta tan cerca de mí y tan amigo. No sé si cuando te escribí hace unos meses para hablarte de tus poemas, supe expresar bien lo que sentía. Tú, en tu carta, me dices tantas cosas en unas pocas líneas que es como si me hubieras mandado un signo fabuloso, uno de esos anillos míticos que llegan a la mano del héroe o del rey después de incontables misterios y hazañas, y allí está condensado todo, más acá de la palabra y de las meras razones: algo que es como un encuentro para siempre, un pacto que hace caer las barreras del tiempo y la distancia.
Mira, desde luego que lo que hayas podido encontrar de bueno en el libro me hace muy feliz; pero creo que en el fondo lo que más me ha estremecido es esa maravillosa frase, esa pregunta que resume tantas frustraciones y tantas esperanzas: "¿De modo que se puede escribir así por uno de nosotros?" Créeme, no tiene ninguna importancia que haya sido yo el que escribiera así, quizá por primera vez. Lo único que importa es que estemos llegando a un tiempo americano en el que se pueda empezar a escribir así (o de otro modo, pero así, es decir con todo lo que tú connotas al subrayar la palabra). Hace unos meses, Miguel Ángel Asturias se alegraba de que un libro mío y uno de él estuvieran a la cabeza de las listas de best-sellers en Buenos Aires. Se alegraba pensando que se hacía justicia a dos escritores latinoamericanos. Yo le dije que eso estaba bien, pero que había algo mucho más importante: la presencia, por primera vez, de un público lector que distinguía a sus propios autores en vez de relegarlos y dejarse llevar por la manía de las traducciones y el snobismo del escritor europeo o yanqui de moda. Sigo creyendo que hay ahí un hecho trascendental, incluso para un país donde las cosas van tan mal como en el mío. Cuando yo tenía 20 años, un escritor argentino llamado Borges vendía apenas 500 ejemplares de algún maravilloso tomo de cuentos. Hoy cualquier buen novelista o cuentista rioplatense tiene la seguridad de que un público inteligente y numeroso va a leerlo y juzgarlo. Es decir que los signos de madurez (dentro de los errores, los retrocesos, las torpezas horribles de nuestras políticas sudamericanas y nuestras economías semi-coloniales) se manifiestan de alguna manera, y en este caso de una manera particularmente importante, a través de la gran literatura. Por eso no es tan raro que ya haya llegado la hora de escribir así, Roberto, y ya verás que junto con mi libro o después de él van a aparecer muchos que te llenarán de alegría. Mi libro ha tenido una gran rcpercusión, sobre todo entre los jóvenes, porque se han dado cuenta de que en él se los invita a acabar con las tradicioncs literarias sudamericanas que, incluso en sus formas más vanguardistas, han respondido siempre a nuestros complejos de inferioridad, a eso de "ser nosotros tan pobres", como dices a propósito del elogio de Rubén a Martí. Ingenuamente, un periodista mexicano escribió que Rayuela era la declaración de independencia de la novela latinoamericana. La frase es tonta pero encierra una clara alusión a esa inferioridad que hemos tolerado estúpidamente tanto tiempo, y de la que saldremos como salen todos los pueblos cuando les llega su hora. No me creas demasiado optimista; conozco a mi país, y a muchos otros que lo rodean. Pero hay signos, hay signos. Estoy contento de haber empezado a hacer lo que a mí me tocaba, y que un hombre como tú lo haya sentido y me lo haya dicho.
Gracias por haberle mostrado a Lezama cuánto me acuerdo siempre de él y lo mucho que lo admiro. Hace tiempo que quiero escribirle, pero me intimida un poco; vuelvo a acordarme de la noche en que cené con él y lo escuché decir cosas maravillosas, como un lento volcán de palabras. Sí, él es uno de los que me llacen tener confianza en nuestras tierras, en lo que habrá de ser finalmente esa América misteriosa.
Oye, ahora quiero decirte que si es cierto que vas a escribir algo sobre mi libro, me das desde ya una enorme alegría. He leído muchas críticas, algunas justísimas e inteligentes; pero el tono que hay en tu carta, ese contacto por debajo que hay entre lo que me dices y lo que yo soy en mi libro, no lo he encontrado hasta ahora. Por supuesto, si escribes algo tendrás que pensar en el lector y tomar tus distancias; pero te has acercado tanto que cualquier cosa que digas de mi libro será siempre una vivencia, como hubiera querido el pobre Oliveira, y no una valoración de magister, de las que me llegan docenas y que yo olvido minuciosamente. Quiero que sepas que Aurora y yo fuimos muy felices la noche en que estuviste con tu mujer en casa, y que esperamos siempre que vuelvan a Europa y podamos vernos más y mejor. Natalia Revuelta, que me trajo tu carta tan gentilmente, habló de que quizá fueras a Oriente a estudiar problemas literarios o culturales (la información era muy nebulosa, pero se mencionó el Japón y la India). Si así fuera, lo que me parecería fabuloso, supongo que pasarás por Europa antes o después, y que me avisarás con tiempo. Yo no soy divertido como contertulio, ya sabes que los argentinos estamos todos metidos para adentro y si algo sacamos a veces es las uñas (y al divino botón, diría alguien que conozco); pero si me tienes paciencia sé que podremos hablar de verdad de tantas cosas. Con ustedes, los cubanos, yo me desnudo como frente al mar; los amigos de allá lo notaron y me lo dijeron. Mira si me hacen bien, mira si tendré razones para quererlos tanto.
Dales mis afectos a Calvert Casey, a Arrufat, a Lisandro Otero, a Edmundo Desnoes, y por supuesto a Lezama. Un gran abrazo de Aurora para ustedes dos. Yo no sé cómo despedirme. Digamos que sigue en el capítulo... Pero también un abrazo muy fuerte,
Julio.
Cuando leo un párrafo semejante, sé cuál de los dos elementos de mi naturaleza ha ganado la batalla. Incapaz de acción política, no renuncio a mi solitaria vocación de cultura, a mi empecinada busca ontológica, a los juegos de la imaginación en sus planos más vertiginosos. [...] Estoy convencido de que sólo la obra de aquellos intelectuales que respondan a esa pulsión y a esa rebeldía se encarnará en la conciencia de los pueblos, y justificará con su acción presente y futura este oficio de escribir para el que hemos nacido.
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París, 17 de agosto de 1964
Querido Roberto:
Perdóname por escribirte a máquina, pero es una costumbre de la que ya no sé privarme y que me permite ser eternamente espontáneo e ir diciendo lo que me nace de más adentro. Anoche me entregaron tu carta del 3 de Junio (¡cuánto tiempo, ya!) y me sentí tan emocionado y tan feliz por lo que me decías en ella que entré como en un trance, en una casilla zodiacal increíblemente vasta y próspera. Todavía no he salido de ella, y te escribo bajo esa impresión maravillosa de que un poeta como tú, que además es un amigo, haya encontrado en Rayuela todo lo que yo puse o traté de poner, y que el libro haya sido un puente entre tú y yo y que ahora, después de tu carta, yo te sienta tan cerca de mí y tan amigo. No sé si cuando te escribí hace unos meses para hablarte de tus poemas, supe expresar bien lo que sentía. Tú, en tu carta, me dices tantas cosas en unas pocas líneas que es como si me hubieras mandado un signo fabuloso, uno de esos anillos míticos que llegan a la mano del héroe o del rey después de incontables misterios y hazañas, y allí está condensado todo, más acá de la palabra y de las meras razones: algo que es como un encuentro para siempre, un pacto que hace caer las barreras del tiempo y la distancia.
Mira, desde luego que lo que hayas podido encontrar de bueno en el libro me hace muy feliz; pero creo que en el fondo lo que más me ha estremecido es esa maravillosa frase, esa pregunta que resume tantas frustraciones y tantas esperanzas: "¿De modo que se puede escribir así por uno de nosotros?" Créeme, no tiene ninguna importancia que haya sido yo el que escribiera así, quizá por primera vez. Lo único que importa es que estemos llegando a un tiempo americano en el que se pueda empezar a escribir así (o de otro modo, pero así, es decir con todo lo que tú connotas al subrayar la palabra). Hace unos meses, Miguel Ángel Asturias se alegraba de que un libro mío y uno de él estuvieran a la cabeza de las listas de best-sellers en Buenos Aires. Se alegraba pensando que se hacía justicia a dos escritores latinoamericanos. Yo le dije que eso estaba bien, pero que había algo mucho más importante: la presencia, por primera vez, de un público lector que distinguía a sus propios autores en vez de relegarlos y dejarse llevar por la manía de las traducciones y el snobismo del escritor europeo o yanqui de moda. Sigo creyendo que hay ahí un hecho trascendental, incluso para un país donde las cosas van tan mal como en el mío. Cuando yo tenía 20 años, un escritor argentino llamado Borges vendía apenas 500 ejemplares de algún maravilloso tomo de cuentos. Hoy cualquier buen novelista o cuentista rioplatense tiene la seguridad de que un público inteligente y numeroso va a leerlo y juzgarlo. Es decir que los signos de madurez (dentro de los errores, los retrocesos, las torpezas horribles de nuestras políticas sudamericanas y nuestras economías semi-coloniales) se manifiestan de alguna manera, y en este caso de una manera particularmente importante, a través de la gran literatura. Por eso no es tan raro que ya haya llegado la hora de escribir así, Roberto, y ya verás que junto con mi libro o después de él van a aparecer muchos que te llenarán de alegría. Mi libro ha tenido una gran rcpercusión, sobre todo entre los jóvenes, porque se han dado cuenta de que en él se los invita a acabar con las tradicioncs literarias sudamericanas que, incluso en sus formas más vanguardistas, han respondido siempre a nuestros complejos de inferioridad, a eso de "ser nosotros tan pobres", como dices a propósito del elogio de Rubén a Martí. Ingenuamente, un periodista mexicano escribió que Rayuela era la declaración de independencia de la novela latinoamericana. La frase es tonta pero encierra una clara alusión a esa inferioridad que hemos tolerado estúpidamente tanto tiempo, y de la que saldremos como salen todos los pueblos cuando les llega su hora. No me creas demasiado optimista; conozco a mi país, y a muchos otros que lo rodean. Pero hay signos, hay signos. Estoy contento de haber empezado a hacer lo que a mí me tocaba, y que un hombre como tú lo haya sentido y me lo haya dicho.
Gracias por haberle mostrado a Lezama cuánto me acuerdo siempre de él y lo mucho que lo admiro. Hace tiempo que quiero escribirle, pero me intimida un poco; vuelvo a acordarme de la noche en que cené con él y lo escuché decir cosas maravillosas, como un lento volcán de palabras. Sí, él es uno de los que me llacen tener confianza en nuestras tierras, en lo que habrá de ser finalmente esa América misteriosa.
Oye, ahora quiero decirte que si es cierto que vas a escribir algo sobre mi libro, me das desde ya una enorme alegría. He leído muchas críticas, algunas justísimas e inteligentes; pero el tono que hay en tu carta, ese contacto por debajo que hay entre lo que me dices y lo que yo soy en mi libro, no lo he encontrado hasta ahora. Por supuesto, si escribes algo tendrás que pensar en el lector y tomar tus distancias; pero te has acercado tanto que cualquier cosa que digas de mi libro será siempre una vivencia, como hubiera querido el pobre Oliveira, y no una valoración de magister, de las que me llegan docenas y que yo olvido minuciosamente. Quiero que sepas que Aurora y yo fuimos muy felices la noche en que estuviste con tu mujer en casa, y que esperamos siempre que vuelvan a Europa y podamos vernos más y mejor. Natalia Revuelta, que me trajo tu carta tan gentilmente, habló de que quizá fueras a Oriente a estudiar problemas literarios o culturales (la información era muy nebulosa, pero se mencionó el Japón y la India). Si así fuera, lo que me parecería fabuloso, supongo que pasarás por Europa antes o después, y que me avisarás con tiempo. Yo no soy divertido como contertulio, ya sabes que los argentinos estamos todos metidos para adentro y si algo sacamos a veces es las uñas (y al divino botón, diría alguien que conozco); pero si me tienes paciencia sé que podremos hablar de verdad de tantas cosas. Con ustedes, los cubanos, yo me desnudo como frente al mar; los amigos de allá lo notaron y me lo dijeron. Mira si me hacen bien, mira si tendré razones para quererlos tanto.
Dales mis afectos a Calvert Casey, a Arrufat, a Lisandro Otero, a Edmundo Desnoes, y por supuesto a Lezama. Un gran abrazo de Aurora para ustedes dos. Yo no sé cómo despedirme. Digamos que sigue en el capítulo... Pero también un abrazo muy fuerte,
Julio.
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París, 3 de Julio de 1965
París, 3 de Julio de 1965
Me divirtió mucho la historia de tu conversación con el Che en el avión. (Me divierten mucho menos los persistentes rumores que circulan en Europa a propósito del Che; espero que sean eso, rumores.) Es natural que al Che mi cuento le resulte poco interesante (no lo dices tú, pero yo había recibido otras noticias que me lo hacen suponer). Una sola cosa cuenta, y es que en ese relato no hay nada "personal". ¿Qué puedo saber yo del Che, y de lo que sentía o pensaba mientras se abría paso hacia la Sierra Maestra? La verdad es que en ese cuento él es un poco (mutatis mutandis, naturalmente) lo que fue Charlie Parker en "El perseguidor". Catalizadores, símbolos de grandes fuerzas, de maravillosos momentos del hombre. El poeta el cuentista, los elige sin pedirles permiso; ellos son ya de todos, porque por un momento han superado la mera condición del individuo.
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