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13 septiembre 2007

Cartas de Paul Eluard a Gala

Euabonne, abril de 1928

Lunes a las cuatro

Mi amor querido, mi dulce amor, sigo en cama. Acabo de tener un sueño maravilloso, uno de esos sueños diurnos donde las emociones físicas te dejan al despertarte toda la parte correspondiente al deseo... y el deseo que arrastras después, ya despierto, se parece tanto al placer del sueño. Estaba tumbado en una cama al lado de un hombre que no puedo identificar con seguridad, pero un hombre sumiso, soñador desde siempre y para siempre y silencioso. Le doy la espalda. Y tú vienes a tumbarte cuan larga eres pegada a mí, me besas los labios dulcemente, muy dulcemente y yo te acaricio bajo el vestido los senos, fluidos, tan vivos. Y tu mano pasa, muy despacio, por encima mío, busca al otro personaje y se aposenta en su sexo. Lo veo en tus ojos, que se turban lentamente, cada vez más. Y tu beso se hace más cálido, más húmedo, y tus ojos se abren más y más. La vida del otro pasa a ti y al poco rato es como si masturbaras a un muerto. Me despierto, ligeramente ebrio, incapaz de renunciar al placer. Confieso que el regreso a Arosa no me parece triste, que de hecho no es un regreso a Arosa sino un regreso a ti, por consiguiente a mi amor. Por consiguiente, sólo una cosa deseo: verte, tocarte, besarte, hablarte, admirarte, acariciarte, adorarte, mirarte, te amo, te amo sólo a ti, la más bella y en todas las mujeres sólo a ti te encuentro: toda la Mujer, todo mi amor tan grande, tan simple.

Estoy mejor. Esta mañana ha venido Philippon, dice que hay que ser prudente, pero que no tengo nada en el pecho. Me ha dado para la nariz, que me molestaba mucho, una pomada de cocaína que me ha calmado inmediatamente. He pensado muchas veces en mandarte libros, pero no los he encontrado hasta hace tres días. Y los leo antes de llevármelos, por prudencia. Tendrás al menos tres, de los que dos te gustarán, seguro que te encantarán. En todas las cartas te digo que los vestidos están bien y estarás esperando el oro y el moro. No te hagas demasiadas ilusiones. Tengo, por el contrario, la impresión de que será apenas lo justo. En fin, con tal de que mi bienamada haga el amor bien desnuda... ¡y también bien vestida!

Recibí vuestro telegrama antes del sueño descrito al dorso. «Besos», decía. Eso fue lo que me inquietó tanto. Y también unos recuerdos reavivados, ya te contaré en Arosa. Pero sufro terriblemente de tu ausencia. Tengo una voluntad cada vez más fuerte de mejorar. Me sentí muy halagado por las alabanzas de una pequeña berlinesa muy bonita que me encontré en casa de Crevel (la conocimos en Berlín; quería vender dos pequeños Rousseau. Su marido era un joven pederasta [bastante] guapo, a ti te pareció hasta «muy apuesto»): que soy «grande y apuesto, con la cintura estrecha y los hombros anchos». ¡Que conserve sus ilusiones! ¡Quitárselas me parecería un sacrilegio!! ¡Ji! , ji! Te mando más fotos de tu Jouk que «también» se comporta muy «amablemente» conmigo, se sube a la cama. Le hablo de ti. Mueve el rabo, me apoya el morro en la mano.

Saldré sin falta el viernes por la noche. Deberíais salir de Magadino el sábado por la mañana, temprano, para llegar a Arosa por la noche, a menos que prefiráis quedaros el domingo en Magadino por razones [sic]. Os aseguro que no haré ningún reproche. En ese caso lo arreglaré todo en Arosa para recibiros dignamente. Mi deseo de veros no disminuirá por ello. En cualquier caso, lo cierto es que vuestra imagen no se separa de mí un instante, que os amo en todo: en todo, también en toda carne, en todo amor. Soy vuestro marido para siempre,

Paul

Os mando un dibujito que me gusta mucho. Para enmarcar. Y mis fotos. También me van a reembolsar un exceso de impuestos que pagó mi padre: 4 ó 5 000 frs. Voy a dormirme otra vez. Soñar con GALA. Os llevaré un poema para vos.

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Ofdstadt, hacia el 30 de marzo de 1929
Sábado

No me gusta, no puedo hacerme a la idea de lo que me has dicho en los últimos tiempos de Arosa: que no tienes recuerdos, que no te gusta tenerlos. He puesto toda mi vida en el amor que siento por ti, he puesto toda mi vida en nuestra vida. De lo contrario me mataré. Nada empieza para nosotros. Para nosotros todo es presente, todo tiene que ser presente, y en este momento tanto estoy contigo en Clavadel, en Versailles, en Bray, en Eaubonne y en Arosa, como aquí contigo ausente, con mi gran nostalgia de ti. Si tengo que concebir un pasado, un presente, un futuro, me mataré. Lo deseo tan poco como entrar en la vida o las consideraciones amorosas de los demás. Mi ser, solo puedo hablar en serio contigo, porque te amo, porque eres mi único amor. No debes reprocharme nuestros malos humores. En realidad te deseo adornada de sol y de amor, te deseo feliz. He querido darte la libertad que ningún otro te habría dado. Te doy todo el placer posible, todo el disfrute de ti misma, pero me da mucho miedo que me pierdas de vista, aunque solo sea un instante. Deberías sentirte orgullosa de que ninguna otra pueda inquietarme, por mucho que lo desee. Solo en ti engendran mis deseos el delirio, solo en ti se sumerge mi amor en el amor. Pero mi amor tiene que pasar por tu amor absoluto. Si no, me mataré. Perdóname que te diga semejante cosa, pero esa es ahora para mí la consecuencia de tu indiferencia, aunque sea pasajera. Aquí vivimos muy tranquilos, nos levantamos al mediodía, preparamos la comida, ponemos el gramófono y flirteamos. Cuatro chicos y dos chicas: Mops y su amiga Apfel. Las dos vienen conmigo a París. Aquí el flirteo no se atiene gran cosa a las diferencias de sexo. A mí eso me enfría considerablemente. Mops y la Pomme son muy simpáticas, buenas camaradas, pero eso es todo. La Pomme es encantadora, pero un poco demasiado fácil. Y sin temperamento. Toda esta gente es extraordinariamente amable conmigo, todos están enamorados de mí. En cualquier caso, nada, mi niña querida, mi único ser, nada que pudiera inquietarte. Los demás me importan un bledo. Sueño que estás aquí. Es el campo de verdad, podrías vivir casi desnuda y muy tranquila y amarme. ¡¿¡No te tendré jamás como te tienen los otros!?! Soy un desdichado, un desdichado. Mi amor me queda demasiado grande.

Recibo, pequeña, tu carta del 28. Te mando esta exprés, porque me dices que te vas el martes y temo que con las fiestas no te llegue antes de tu partida.
Tu carta me hace mucho bien. Estoy más tranquilo, el día se ha aclarado. Manda la pieza de Bali a rué Ordener. Le he dicho a Janine que te mande El amor y la poesía.
Se me ha pasado el resfriado. Esto es como Imst y hace un tiempo radiante. Te adoro.

Paul


¡Ah! Cómo me gustaría estar contigo -aquí-. Y también en Locarno y en París, en el hotel Radio. ¡Cómo podría hacerte el amor! Solo quiero hacer el amor contigo. Las otras son divertimentos, puro diletantismo.

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Niza, 7 de febrero de 1934

Mi hermosa pequeña dorogaia, Miércoles

No estoy al corriente de lo que sucedió el lunes por la noche. Pero he sido informado de las decisiones que querían tomar, de las propuestas de exclusión de Dalí. ¿Cómo puede éste, sabiendo que ninguno de nosotros puede tolerar en absoluto su punto de vista, insistir en defender esa causa perdida? Sea cual fuere el punto de vista que adopte Dalí, el hitlerismo representa para mí todo lo que hay de odioso en el mundo. No puedo soportar un sólo instante que se sostenga que el internacionalismo es cristiano. Esa paradoja es propia de asnos. Piense lo que piense Dalí el fascismo, todos los fascismos defienden la patria, la familia y la religión. Las teorías racistas sólo están ahí para idealizar una causa tan baja. El único filósofo en que se basan es el lamentable Gobinau (te aconsejo la lectura del último número de la N.R.F., consagrado a él. ¡Qué miseria, qué inmundicia!).

En fin, como Dalí insiste y yo estimo que:
l.° Será demasiado agradable para los fascistas tener un defensor como Dalí.
2.° Que esta obstinación es una verdadera traición (objetivamente dará, por ejemplo, la razón a Aragon), ayer envié mi voto a Breton para que en el futuro disponga de él como mejor parezca.

No puedo oír sin encolerizarme semejante reto a todo lo que siempre he creído.

Mi pequeña Gala hermosa, tampoco se te oculta que no puedo pensar en esta separación, quizá ya consumada, sin una inmensa tristeza, pues temo que complique nuestras relaciones, ya tan raras. Ayer me levanté, me paseé durante horas con tu fantasma. Tú has hecho mi juventud, has hecho mi vida.

Te amo. Tuyo para siempre.

Paul

Y no voy a cambiar en vísperas del fascismo en Francia.



Paul Eluard fue un poeta vanguardista francés, conoció a Gala en el sanatorio de Davos, donde se recuperaba de tuberculosis. Se casaron en 1917. Pero en 1929, luego de unas vacaciones en casa del pintor Salvador Dalí, Gala se transforma en la musa y amada de éste y no del otro por el resto de su vida. Así y todo, Paul Eluard y Gala se siguieron escribiendo cartas.

Fuente: "Cartas a Gala, 1924-1948", de Paul Eluard. Tusquets Editores. Barcelona, 1986.

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