12 de abril de 1981
Querida Olga:
Gracias por tu carta del 2 de abril (marcada con el número 33, lo que me parece una equivocación; creo que la 33 era la anterior); uno se siente mucho mejor recibiendo una carta por semana; de hecho ya hace tiempo que quería pedirte que me escribieras cada semana, que eso se convirtiera en una de tus actividades regulares; para mí es realmente importante y confío que entra dentro de tus posibilidades. Estoy contento de que hayas encontrado Hrádecek en orden; al principio tenía la intención de alargarme más sobre los distintos trabajos que deberían realizar allí pero luego decidí aplazarlo: creo que tú sabes lo que es necesario sin que yo te lo diga y, por el contrario, yo sé muy poco sobre e4l estado de la casa como para poder intervenir de manera constructiva. O sea que sigo con las reflexiones que había empezado.
De lo que te escribí la última vez alguien podrá deducir que me considero una persona con escasa firmeza, insegura, indecisa, sumergida en un mar de dudas e inclinada a desconfiar de si misma a la primera oportunidad. Tú sabes muy bien que esa impresión sería absolutamente incorrecta. Aunque a primera vista pueda parecer paradójico, es precisamente todo lo contrario; en algunos aspectos soy sorprendentemente firme, perseverante, tenaz, consciente de mi propósito, y hasta diría indestructible. (Ya conoces lo obstinado que puedo ser: más de una vez esa característica te puso nerviosa, sobre todo cuando su objetivo tenía una importancia marginal.) Cierto, muchas cosas no me gustan ni me interesan y soy capaz de demostrar ante ellas la más absoluta indiferencia; pero cuando me decido por algo y como quien dice me enciendo, entonces no puedo sino entregarme con todo mi ser y seguir la cosa hasta el final, sin mirar el precio que tendré que pagar. No me gustan las cosas a medias, que empiezan y no acaban, no soporto el desorden. De acuerdo que mi vida ha conocido más de un giro extraño; puede cuestionarse si siempre he invertido mis energías en el lugar más adecuado y de la manera más apropiada; no cabe duda de que en las posturas que tomé y en las cosas que dije pueden encontrarse muchos puntos contradictorios, exagerados o ingenuos de los cuales soy consciente más que cualquier otra persona. Pero no obstante, si reflexiono sobre mí mismo, creo que no se me pueden negar dos cosas: primero, que detrás de los más diversos giros, en un segundo plano, se ha ido dibujando, a lo largo de toda mi vida, una cierta continuidad, y en segundo lugar que, aunque más de una vez he perdido el camino, siempre de una manera u otra, lo he vuelto a encontrar, apareciendo de nuevo allí donde estaba. Diversos factores han influido en ello. En mi juventud nunca conseguí nada de balde y muchas cosas que para otros representaban algo natural (por ejemplo la educación) yo sólo logré a base de obstinación y terquedad. Y debo admitir una ventaja que se desprende de mi origen burgués: mi invulnerabilidad e indestructibilidad, mi firme (porque nada ilusoria) fe en el sentido de las cosas y hasta mi curiosa capacidad de salirme con la mía incluso en las más desesperadas ocasiones; parece que todas esas características tienen algo que ver con la cualidad tan típica y tradicional de la burguesía (sobre todo en la época del liberalismo) de no temer el riesgo, de tener el valor de volver a empezar de la nada, la incesante esperanza y la vitalidad con que lanzarse siempre a nuevas empresas. Con eso naturalmente no he respondido a la pregunta más importante: ¿cómo es posible acumular características tan contradictorias (me refiero a las que describí el otro día y las que he tratado hoy) en una sola persona? Naturalmente ignoró la respuesta exhaustiva (y eso porque la personalidad humana no puede reducirse a una ecuación matemática en la que todo concuerde de un modo lógico) pero estoy casi seguro de que se trata de dos caras de la misma moneda: cuanto más fino es el hilo del que pende mi integración en el "orden del mundo", con más firmeza parezco aferrarme a él. En otras palabras puede que sea precisamente esa constante sensación de inseguridad respecto a mi lugar en el "orden de las cosas" lo que me obliga una y otra vez, obstinadamente, a definir, desarrollar y reforzar mi posición, a defender y testimoniar mi verdad, a mantenerme en mis trece. Parece que cuanto más duda uno de sí mismo, de todo lo que hace y de lo que lo integra en el mundo, tanta más energía ha de invertir en superar esas dudas y defenderse ante sus tribunales...
...Recuerdos a todos los íntimos, a la familia de Ivan, a Andulka, a Zdenék: hoy mando un saludo especial a los amigos de Jan Lopatka, Vlastik y Nikolai; un beso amistoso pero no del todo fugaz para Jarmilka.
Tuyo. Vasek
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Querida Olga:
Gracias por tu carta del 2 de abril (marcada con el número 33, lo que me parece una equivocación; creo que la 33 era la anterior); uno se siente mucho mejor recibiendo una carta por semana; de hecho ya hace tiempo que quería pedirte que me escribieras cada semana, que eso se convirtiera en una de tus actividades regulares; para mí es realmente importante y confío que entra dentro de tus posibilidades. Estoy contento de que hayas encontrado Hrádecek en orden; al principio tenía la intención de alargarme más sobre los distintos trabajos que deberían realizar allí pero luego decidí aplazarlo: creo que tú sabes lo que es necesario sin que yo te lo diga y, por el contrario, yo sé muy poco sobre e4l estado de la casa como para poder intervenir de manera constructiva. O sea que sigo con las reflexiones que había empezado.
De lo que te escribí la última vez alguien podrá deducir que me considero una persona con escasa firmeza, insegura, indecisa, sumergida en un mar de dudas e inclinada a desconfiar de si misma a la primera oportunidad. Tú sabes muy bien que esa impresión sería absolutamente incorrecta. Aunque a primera vista pueda parecer paradójico, es precisamente todo lo contrario; en algunos aspectos soy sorprendentemente firme, perseverante, tenaz, consciente de mi propósito, y hasta diría indestructible. (Ya conoces lo obstinado que puedo ser: más de una vez esa característica te puso nerviosa, sobre todo cuando su objetivo tenía una importancia marginal.) Cierto, muchas cosas no me gustan ni me interesan y soy capaz de demostrar ante ellas la más absoluta indiferencia; pero cuando me decido por algo y como quien dice me enciendo, entonces no puedo sino entregarme con todo mi ser y seguir la cosa hasta el final, sin mirar el precio que tendré que pagar. No me gustan las cosas a medias, que empiezan y no acaban, no soporto el desorden. De acuerdo que mi vida ha conocido más de un giro extraño; puede cuestionarse si siempre he invertido mis energías en el lugar más adecuado y de la manera más apropiada; no cabe duda de que en las posturas que tomé y en las cosas que dije pueden encontrarse muchos puntos contradictorios, exagerados o ingenuos de los cuales soy consciente más que cualquier otra persona. Pero no obstante, si reflexiono sobre mí mismo, creo que no se me pueden negar dos cosas: primero, que detrás de los más diversos giros, en un segundo plano, se ha ido dibujando, a lo largo de toda mi vida, una cierta continuidad, y en segundo lugar que, aunque más de una vez he perdido el camino, siempre de una manera u otra, lo he vuelto a encontrar, apareciendo de nuevo allí donde estaba. Diversos factores han influido en ello. En mi juventud nunca conseguí nada de balde y muchas cosas que para otros representaban algo natural (por ejemplo la educación) yo sólo logré a base de obstinación y terquedad. Y debo admitir una ventaja que se desprende de mi origen burgués: mi invulnerabilidad e indestructibilidad, mi firme (porque nada ilusoria) fe en el sentido de las cosas y hasta mi curiosa capacidad de salirme con la mía incluso en las más desesperadas ocasiones; parece que todas esas características tienen algo que ver con la cualidad tan típica y tradicional de la burguesía (sobre todo en la época del liberalismo) de no temer el riesgo, de tener el valor de volver a empezar de la nada, la incesante esperanza y la vitalidad con que lanzarse siempre a nuevas empresas. Con eso naturalmente no he respondido a la pregunta más importante: ¿cómo es posible acumular características tan contradictorias (me refiero a las que describí el otro día y las que he tratado hoy) en una sola persona? Naturalmente ignoró la respuesta exhaustiva (y eso porque la personalidad humana no puede reducirse a una ecuación matemática en la que todo concuerde de un modo lógico) pero estoy casi seguro de que se trata de dos caras de la misma moneda: cuanto más fino es el hilo del que pende mi integración en el "orden del mundo", con más firmeza parezco aferrarme a él. En otras palabras puede que sea precisamente esa constante sensación de inseguridad respecto a mi lugar en el "orden de las cosas" lo que me obliga una y otra vez, obstinadamente, a definir, desarrollar y reforzar mi posición, a defender y testimoniar mi verdad, a mantenerme en mis trece. Parece que cuanto más duda uno de sí mismo, de todo lo que hace y de lo que lo integra en el mundo, tanta más energía ha de invertir en superar esas dudas y defenderse ante sus tribunales...
...Recuerdos a todos los íntimos, a la familia de Ivan, a Andulka, a Zdenék: hoy mando un saludo especial a los amigos de Jan Lopatka, Vlastik y Nikolai; un beso amistoso pero no del todo fugaz para Jarmilka.
Tuyo. Vasek
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El ser hechizado en mi interior y el que está presente en el mundo se pueden dar la mano en cualquier momento, en cualquier lugar, de cualquier manera: cuando contemplo la copa de un árbol o cuando miro los ojos de otra persona, cuando consigo escribir una carta bonita, cuando me emociona una canción o cuando el fragmento de una lectura pone mis pensamientos en efervescencia, cuando ayudo a alguien o alguien me ayuda a mí, cuando ocurre algo importante o cuando no ocurre nada especial.
Esa necesidad nuestra, irreprimible, de trascender los horizontes situacionales, de cuestionar, conocer, explorar, entender, buscar la esencia de las cosas, ¿qué otra cosa es esa necesidad sino otra de las formas de aquel anhelo interminable por recobrar la integridad perdida del ser, aquel anhelo del yo de regresar al ser? ¿Qué otra cosa es sino ese anhelo intrínseco de despertar al propio ser oculto, adormilado, olvidado tantas veces, y a través de él alcanzar aquella plenitud e integridad de la existencia que nuestra intuición nos permite vislumbrar?.
Vasek.
Entre 1.979 y 1.983, el entonces dramaturgo y escritor, y futuro Presidente de la República Checa, Vaclav Havel, tuvo como única vía de escape durante su estancia en prisión las cartas que, semanalmente, enviaba a su esposa Olga. Intentando eludir en la medida de lo posible, la feroz censura del régimen comunista checo, Vaclav se refugió en un curioso estilo epistolar, muchas veces cercano a la filosofía, en el que desgranaba las preguntas (casi todas de tipo existencialista) que más le preocupaban en su estancia en la cárcel. En el año 2.000, el propio Havel entregó al Museo de las Letras Checas la caja de zapatos donde su mujer Olga, fallecida en 1.996, había escondido 172 cartas manuscritas que configuran el libro.
Esa necesidad nuestra, irreprimible, de trascender los horizontes situacionales, de cuestionar, conocer, explorar, entender, buscar la esencia de las cosas, ¿qué otra cosa es esa necesidad sino otra de las formas de aquel anhelo interminable por recobrar la integridad perdida del ser, aquel anhelo del yo de regresar al ser? ¿Qué otra cosa es sino ese anhelo intrínseco de despertar al propio ser oculto, adormilado, olvidado tantas veces, y a través de él alcanzar aquella plenitud e integridad de la existencia que nuestra intuición nos permite vislumbrar?.
Vasek.
Entre 1.979 y 1.983, el entonces dramaturgo y escritor, y futuro Presidente de la República Checa, Vaclav Havel, tuvo como única vía de escape durante su estancia en prisión las cartas que, semanalmente, enviaba a su esposa Olga. Intentando eludir en la medida de lo posible, la feroz censura del régimen comunista checo, Vaclav se refugió en un curioso estilo epistolar, muchas veces cercano a la filosofía, en el que desgranaba las preguntas (casi todas de tipo existencialista) que más le preocupaban en su estancia en la cárcel. En el año 2.000, el propio Havel entregó al Museo de las Letras Checas la caja de zapatos donde su mujer Olga, fallecida en 1.996, había escondido 172 cartas manuscritas que configuran el libro.
Fuente: "Cartas a Olga", de Anton Chejov. Parsifal Ediciones. Barcelona, marzo de 1996. Traducción de Sebastián Ibáñez
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