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17 julio 2008

Carta de Dante Alighieri a un amigo de Florencia

Por vuestras cartas, recibidas por mi con la debida reverencia y afecto, me he dado cuenta, con placer y diligente atención, de cuántos cuidados y cuánta buena voluntad habéis puesto Vos para lograr mi retorno a la patria; y os quedo tanto más agradecido cuanto es difícil a un exilado tener amigos. Vengamos a lo que en ella expresáis, y mi respuesta, que quizás no sea tal como la pusilanimidad de algunos desearía, la pongo cordialmente en vuestras manos para que la juzguéis con vuestro ponderado consejo. Por vuestras cartas y las de mi nieto y también de otros muchos amigos, he venido a mi conocimiento la decisión tomada recientemente en el Consejo de Florencia acerca de la absolución de los desterrados, los cuales si quisieran erogar una cierta cantidad de dinero y si quisieran soportar la publicación de la aceptación de la oferta, podrían ser absueltos y libres de retornar. En lo cual, Padre, hay dos cosas ridículas y mal decididas: y digo mal decididas refiriéndome a quienes tales cosas forjaron, porque vuestras cartas, siempre tan ponderadas y de buen consejo, nada contenían de ello.

¿Esta es la liberal revocación por la que Dante es convocado a su patria después de los sufrimientos de un exilio ya casi de tres lustros? ¿Acaso es esto lo que merece su inocencia reconocida por todo el mundo? ¿Y todo el sudor y el trabajo de los continuos estudios? ¡Lejos de un hombre habituado a la filosofía tal temeraria humildad de corazón, de aceptar, al agrado de cierto Cioli y de otros infames, ser mostrado en público casi como un cautivo! ¡Lejos de un hombre exaltador de la justicia entregar, admitiendo la falta, su dinero como si fuese a benefactores a los mismos que le injurian!

No es este el camino de regresar a la patria, Padre mío; pero si vos u otros, ahora o más tarde, hallaren algún modo de retornar que no derogue la fama y el honor de Dante, lo aceptaré sin demora alguna; pero si Florencia no acepta tales medios, nunca volveré a Florencia.

¿Y qué?

¿Acaso no podré contemplar el brillo del Sol y de los astros en cualquier lugar? ¿Acaso no podré meditar las dulcísimas verdades en cualquier lugar bajo el cielo, sin antes entregarme a la ciudad, sin gloria, aun más con afrenta ante el pueblo florentino?

Ciertamente no me faltará el pan.

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