A Tomás de Verí
Muros, 18 de julio de 1810
Mi querido Verí: ¡Cuán penosa se hace la ausencia para la amistad cuando la falta el consuelo de la correspondencia? De las cartas que usted me dice haber escrito después de dejada Tarragona ninguna llegó a mis manos, y la última en que me lo dice tiene fecha del 15 sin decir el mes. Pero, pues en ella viene copia de su recurso de 28 de febrero y usted no había recibido aún contestación, la creo del 15 de marzo. Y, sin embargo, ¿creerá usted que la recibí el 11 de julio? De nuestros acaecimientos posteriores a la fecha de la carta de usted, le supongo enterado por lo que escribí a Carvajal, a Ayamans y a usted mismo, y no serán todas tan desgraciadas que no se salvasen algunas, y especialmente las que iban a entregar a la mano. Del estado del día, ¿qué le podré decir? ¿Qué pintura hacer que no sea triste y no despedace el corazón? Lérida cayó. Hostalrich fue evacuado. O'Donnell, como Blake, primero adorado, fue después escupido. Por acá, Asturias está bajo el yugo hasta el Navia, y aunque hay todavía constancia y no faltan recursos, faltan gobierno, unión, subordinación y medios de armas y víveres.
Aquí se habla y se exige mucho, pero no se recluta ni se organiza ni se hace cosa de provecho. Por último, nos dicen que Ciudad Rodrigo cayó y caerá también Badajoz, porque su Romana de ustedes no tiene actividad sino para perseguir, y nuestros aliados, aunque cerca de la frontera, se contentan con ser espectadores y, como tantas veces pronostiqué, desde la retirada de Talavera están resueltos a evitar otras luchas. ¿Dónde pondremos, pues, nuestra esperanza? ¿En Valencia y Murcia, cuyas puertas visitó y cuyos contornos asoló impunemente el enemigo? Cádiz no caerá si ya no le entrega la traición de los nuestros o no le traga la ambición de los ingleses. Pero España no puede existir en sólo Cádiz, como Atenas en sus navíos. Donde hay riqueza, donde comercio, no hay patriotismo, y donde no hay patriotismo no hay patria. Las Cortes..., ¡oh palabra de gloria y esperanza en otros días y ahora de desconfianza y dolor! ¿Qué podrán hacer sino llorar los males de España? El despecho dictará, sin duda, algunas últimas dolorosas medidas; pero me temo mucho que sean tardías. Usted preguntará si voy a ellas y le diré que no. Sin voz propia, sin representación privada, no puedo ser parte en esta Asamblea. Como consejero de Estado puedo, si quiero, ir al lado del gobierno; pero si no me llama no sólo debo creer que no me necesita, más también que no me desea. Es verdad que en ellas debemos vengar nuestra representación ultrajada; pero éste es negocio de todos y en él debemos todos reunirnos. Sobre esto he escrito a Garay, que está en Cádiz, para que lo acuerde con los que están allí y escriba a los demás, inclusos ustedes. Si esta reunión no se verificase, Pachín y yo hablaremos solos, pero a nuestro solo nombre, y una sencilla expresión de nuestras opiniones y nuestra conducta bastará para conservar y asegurar una reputación que no damos por perdida; y este consuelo, tan grande para nosotros, lo es mayor aún porque alcanzará a nuestros caros y dignos amigos.
Salud a los de ahí, Ayamans, Heredia, Carvajal, cartujos, Montis y demás del país (señaladamente a mi buen doctor Bas), entre tanto que dándola a los primeros en nombre de mi Pachín y de ambos a la amable Barbanta y su digna familia, queda de usted afectísimo y constante amigo,
Jovellanos.
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A Francisco Venegas
Sevilla, 8 de agosto de 1809
Excelentísimo señor: Mi estimado dueño: En medio de los grandes cuidados que rodean a usted, tenga la bondad de volver su atención a uno que no la desmerece. La comisión nombrada para preparar la convocación de Cortes necesita de grandes auxilios para examinar las proposiciones que empiezan a venir de todas partes con relación a este grande objeto, y a este fin desea reunir en torno de sí todas las personas de instrucción y talentos en que pueda encontrarlos. Con esta mira hemos puesto los ojos, entre otros, en el académico de la Historia don Francisco Martínez Marina, reputado por uno de los más sabios en materia de Cortes, de constitución y legislación española, sobre lo que ha publicado el año pasado la mejor obra que conocemos, y que es única en su género. Nos dicen que este digno eclesiástico salió de Madrid y se refugió en..., y quisiéramos que se le hiciese entender que acá le deseamos y que, resuelto a venir, le proporcionase usted los medios de hacerlo con seguridad. Nuestro deseo se extiende a que, aun cuando se le halle en Madrid, tenga la misma noticia y la misma proporción, y si tanto se pudiese, que sacase consigo de la preciosa colección de papeles que posee, aquéllos que fuesen más necesarios para el objeto indicado. No es en manera alguna nuestro ánimo comprometer a usted, ni tampoco poner en riesgo a este digno literato; pero sí recomendamos a su celo por el bien de la patria nuestro deseo, dejando a su arbitrio y prudencia los medios de cumplirle. Este deseo no es sólo mío, sino de todos los que componemos la comisión de Cortes, a cuyo nombre escribo, aprovechando esta ocasión para renovar a usted la seguridad de mi sincera inclinación y aprecio, con lo que soy siempre de usted muy apasionado y fino servidor que su mano besa,
Gaspar de Jovellanos .
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Al conde de Ayamans
Muros, 4 de septiembre de 1810
Mi querido amigo: Dos días ha que el piloto que llevó a usted mis cartas de 16 y 22 de mayo me entregó su respuesta de 16 de junio, que me ha sido muy grata por los sentimientos de amistad que usted me renueva en ella, no sólo suyos, sino de tantos buenos y queridos amigos. Me hallo aún detenido en este puerto, porque ni acaba de decidirse la libertad de Asturias, ni quiero meterme voluntariamente en los peligros que la estrecha situación y las inquietas opiniones de Cádiz hace temer. Y como supongo a usted ahí, y sobre esto escribo largo a Garay, me remito en cuanto a ello a su carta.
Escribo también a Quintana, y como no dudo que él entre a la representación nacional, ya sea por Madrid o por alguna otra provincia, creo que sería muy conveniente que ayudase a usted en el empeño de defendernos de tantas injustas imputaciones como se han excitado contra nosotros. No debemos aspirar a la infalibilidad; pero ¿no podemos, primero, a que se nos desagravie de tantas absurdas calumnias; segundo, a que no se pongan en olvido tantos ilustres servicios, y tercero, a que no se confundan en una misma censura los que han sudado y luchado con desinterés y constancia por el bien público con los que hayan atendido alguna vez a su interés particular? Pues ¡qué!, los que opinaron desde el principio por una Regencia interina y por el anuncio de las Cortes; los que no han cesado declamar por ellas y han logrado al fin que se acordasen por mayo: los que desde entonces han trabajado con la constancia que usted sabe para que esta augusta reunión produjese todas las reformas y todos los bienes que la nación podía esperar de ella; los que al fin las anunciaron para el 1.º de mayo; en fin, los que siempre hicieron frente a las proposiciones peligrosas, a los proyectos ambiguos, al desorden y a la injusticia, ¿serán confundidos en la censura con los que pudieron desviarse de la senda del deber? Pues ¡qué! ¿deberán confundirse los talentos con la ignorancia, la aplicación con la holgazanería, el celo con la indolencia y el amor de la patria con el egoísmo? Pero es ocioso sugerir reflexiones tan obvias a quien ninguna puede esconderse.
Hay un punto muy importante que tengo sobre el corazón, y es el establecimiento de las dos cámaras, con el grande objeto de que haya doble deliberación. No hallo otro medio de evitar la precipitación en las resoluciones, la preponderancia en los partidos, la ruina de la autoridad soberana, la destrucción de las jerarquías constitucionales y, finalmente, el verdadero carácter de la monarquía española. Lo que se adopte en estas Cortes servirá para otras, y Cortes añales (que entonces se querrán) en una asamblea general, sin distinción de estados ni deliberación doble ni balanza que mantenga el equilibrio entre el poder ejecutivo y el legislativo, caerán poco a poco en una democracia, por más que se clame por Fernando y se pronuncie el nombre de monarquía.
No he recibido otra carta de usted. Si responde a ésta, sea por el mismo que la entregará. A Verí, que no le escribo porque ésta será también para él.
He sentido en el alma la pérdida de su precioso niño; consuélome con la esperanza de otro. Escribirele cuando conteste a otra mía que supongo habrá pasado el estrecho. Entre tanto, quedo de usted afectísimo servidor y amigo,
Jovellanos.
Ruego a usted que incluya la adjunta en el pliego de su casa.
Gaspar Melchor de Jovellanos, (1744–1811) fue un escritor, jurista y político ilustrado español. Llegó preso a Palma de Mallorca el 18 de abril de 1801. Allí entabló amistad con representantes de la Ilustración mallorquina como Tomás de Verí y el conde de Ayamans.
Muros, 18 de julio de 1810
Mi querido Verí: ¡Cuán penosa se hace la ausencia para la amistad cuando la falta el consuelo de la correspondencia? De las cartas que usted me dice haber escrito después de dejada Tarragona ninguna llegó a mis manos, y la última en que me lo dice tiene fecha del 15 sin decir el mes. Pero, pues en ella viene copia de su recurso de 28 de febrero y usted no había recibido aún contestación, la creo del 15 de marzo. Y, sin embargo, ¿creerá usted que la recibí el 11 de julio? De nuestros acaecimientos posteriores a la fecha de la carta de usted, le supongo enterado por lo que escribí a Carvajal, a Ayamans y a usted mismo, y no serán todas tan desgraciadas que no se salvasen algunas, y especialmente las que iban a entregar a la mano. Del estado del día, ¿qué le podré decir? ¿Qué pintura hacer que no sea triste y no despedace el corazón? Lérida cayó. Hostalrich fue evacuado. O'Donnell, como Blake, primero adorado, fue después escupido. Por acá, Asturias está bajo el yugo hasta el Navia, y aunque hay todavía constancia y no faltan recursos, faltan gobierno, unión, subordinación y medios de armas y víveres.
Aquí se habla y se exige mucho, pero no se recluta ni se organiza ni se hace cosa de provecho. Por último, nos dicen que Ciudad Rodrigo cayó y caerá también Badajoz, porque su Romana de ustedes no tiene actividad sino para perseguir, y nuestros aliados, aunque cerca de la frontera, se contentan con ser espectadores y, como tantas veces pronostiqué, desde la retirada de Talavera están resueltos a evitar otras luchas. ¿Dónde pondremos, pues, nuestra esperanza? ¿En Valencia y Murcia, cuyas puertas visitó y cuyos contornos asoló impunemente el enemigo? Cádiz no caerá si ya no le entrega la traición de los nuestros o no le traga la ambición de los ingleses. Pero España no puede existir en sólo Cádiz, como Atenas en sus navíos. Donde hay riqueza, donde comercio, no hay patriotismo, y donde no hay patriotismo no hay patria. Las Cortes..., ¡oh palabra de gloria y esperanza en otros días y ahora de desconfianza y dolor! ¿Qué podrán hacer sino llorar los males de España? El despecho dictará, sin duda, algunas últimas dolorosas medidas; pero me temo mucho que sean tardías. Usted preguntará si voy a ellas y le diré que no. Sin voz propia, sin representación privada, no puedo ser parte en esta Asamblea. Como consejero de Estado puedo, si quiero, ir al lado del gobierno; pero si no me llama no sólo debo creer que no me necesita, más también que no me desea. Es verdad que en ellas debemos vengar nuestra representación ultrajada; pero éste es negocio de todos y en él debemos todos reunirnos. Sobre esto he escrito a Garay, que está en Cádiz, para que lo acuerde con los que están allí y escriba a los demás, inclusos ustedes. Si esta reunión no se verificase, Pachín y yo hablaremos solos, pero a nuestro solo nombre, y una sencilla expresión de nuestras opiniones y nuestra conducta bastará para conservar y asegurar una reputación que no damos por perdida; y este consuelo, tan grande para nosotros, lo es mayor aún porque alcanzará a nuestros caros y dignos amigos.
Salud a los de ahí, Ayamans, Heredia, Carvajal, cartujos, Montis y demás del país (señaladamente a mi buen doctor Bas), entre tanto que dándola a los primeros en nombre de mi Pachín y de ambos a la amable Barbanta y su digna familia, queda de usted afectísimo y constante amigo,
Jovellanos.
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A Francisco Venegas
Sevilla, 8 de agosto de 1809
Excelentísimo señor: Mi estimado dueño: En medio de los grandes cuidados que rodean a usted, tenga la bondad de volver su atención a uno que no la desmerece. La comisión nombrada para preparar la convocación de Cortes necesita de grandes auxilios para examinar las proposiciones que empiezan a venir de todas partes con relación a este grande objeto, y a este fin desea reunir en torno de sí todas las personas de instrucción y talentos en que pueda encontrarlos. Con esta mira hemos puesto los ojos, entre otros, en el académico de la Historia don Francisco Martínez Marina, reputado por uno de los más sabios en materia de Cortes, de constitución y legislación española, sobre lo que ha publicado el año pasado la mejor obra que conocemos, y que es única en su género. Nos dicen que este digno eclesiástico salió de Madrid y se refugió en..., y quisiéramos que se le hiciese entender que acá le deseamos y que, resuelto a venir, le proporcionase usted los medios de hacerlo con seguridad. Nuestro deseo se extiende a que, aun cuando se le halle en Madrid, tenga la misma noticia y la misma proporción, y si tanto se pudiese, que sacase consigo de la preciosa colección de papeles que posee, aquéllos que fuesen más necesarios para el objeto indicado. No es en manera alguna nuestro ánimo comprometer a usted, ni tampoco poner en riesgo a este digno literato; pero sí recomendamos a su celo por el bien de la patria nuestro deseo, dejando a su arbitrio y prudencia los medios de cumplirle. Este deseo no es sólo mío, sino de todos los que componemos la comisión de Cortes, a cuyo nombre escribo, aprovechando esta ocasión para renovar a usted la seguridad de mi sincera inclinación y aprecio, con lo que soy siempre de usted muy apasionado y fino servidor que su mano besa,
Gaspar de Jovellanos .
.....................................
Al conde de Ayamans
Muros, 4 de septiembre de 1810
Mi querido amigo: Dos días ha que el piloto que llevó a usted mis cartas de 16 y 22 de mayo me entregó su respuesta de 16 de junio, que me ha sido muy grata por los sentimientos de amistad que usted me renueva en ella, no sólo suyos, sino de tantos buenos y queridos amigos. Me hallo aún detenido en este puerto, porque ni acaba de decidirse la libertad de Asturias, ni quiero meterme voluntariamente en los peligros que la estrecha situación y las inquietas opiniones de Cádiz hace temer. Y como supongo a usted ahí, y sobre esto escribo largo a Garay, me remito en cuanto a ello a su carta.
Escribo también a Quintana, y como no dudo que él entre a la representación nacional, ya sea por Madrid o por alguna otra provincia, creo que sería muy conveniente que ayudase a usted en el empeño de defendernos de tantas injustas imputaciones como se han excitado contra nosotros. No debemos aspirar a la infalibilidad; pero ¿no podemos, primero, a que se nos desagravie de tantas absurdas calumnias; segundo, a que no se pongan en olvido tantos ilustres servicios, y tercero, a que no se confundan en una misma censura los que han sudado y luchado con desinterés y constancia por el bien público con los que hayan atendido alguna vez a su interés particular? Pues ¡qué!, los que opinaron desde el principio por una Regencia interina y por el anuncio de las Cortes; los que no han cesado declamar por ellas y han logrado al fin que se acordasen por mayo: los que desde entonces han trabajado con la constancia que usted sabe para que esta augusta reunión produjese todas las reformas y todos los bienes que la nación podía esperar de ella; los que al fin las anunciaron para el 1.º de mayo; en fin, los que siempre hicieron frente a las proposiciones peligrosas, a los proyectos ambiguos, al desorden y a la injusticia, ¿serán confundidos en la censura con los que pudieron desviarse de la senda del deber? Pues ¡qué! ¿deberán confundirse los talentos con la ignorancia, la aplicación con la holgazanería, el celo con la indolencia y el amor de la patria con el egoísmo? Pero es ocioso sugerir reflexiones tan obvias a quien ninguna puede esconderse.
Hay un punto muy importante que tengo sobre el corazón, y es el establecimiento de las dos cámaras, con el grande objeto de que haya doble deliberación. No hallo otro medio de evitar la precipitación en las resoluciones, la preponderancia en los partidos, la ruina de la autoridad soberana, la destrucción de las jerarquías constitucionales y, finalmente, el verdadero carácter de la monarquía española. Lo que se adopte en estas Cortes servirá para otras, y Cortes añales (que entonces se querrán) en una asamblea general, sin distinción de estados ni deliberación doble ni balanza que mantenga el equilibrio entre el poder ejecutivo y el legislativo, caerán poco a poco en una democracia, por más que se clame por Fernando y se pronuncie el nombre de monarquía.
No he recibido otra carta de usted. Si responde a ésta, sea por el mismo que la entregará. A Verí, que no le escribo porque ésta será también para él.
He sentido en el alma la pérdida de su precioso niño; consuélome con la esperanza de otro. Escribirele cuando conteste a otra mía que supongo habrá pasado el estrecho. Entre tanto, quedo de usted afectísimo servidor y amigo,
Jovellanos.
Ruego a usted que incluya la adjunta en el pliego de su casa.
Gaspar Melchor de Jovellanos, (1744–1811) fue un escritor, jurista y político ilustrado español. Llegó preso a Palma de Mallorca el 18 de abril de 1801. Allí entabló amistad con representantes de la Ilustración mallorquina como Tomás de Verí y el conde de Ayamans.
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