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15 enero 2009

Cartas de Rainer María Rilke a Auguste Rodin



Es menester trabajar, nada más que trabajar. Y hay que tener paciencia. No hay que pensar en realizar esto o aquello; basta buscarse hasta convertirse en medio de expresión propio, personal. Y entonces, de inmediato, decir todo, todo (…). Su vida no se consumió en proyectos. En la tarde daba forma concreta a todas las intenciones de la jornada. Sí, todo para él ha advenido en realidad. Esto es parte de su grandeza: no es necesario habitar en los ensueños, en los deseos, en las intenciones. Es imprescindible transformar todo eso en objetos.

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Ahora, en efecto, siento que todos mis esfuerzos serían vanos sin ella. Al hacer poesía uno siempre es ayudado y hasta arrastrado por el ritmo de las cosas exteriores; porque la cadencia lírica es la de la naturaleza; las aguas, el viento, la noche. Pero para darle ritmo a la prosa es preciso profundizar en uno mismo y encontrar el ritmo anónimo y múltiple de la sangre. La prosa debe ser construida como una catedral: allí uno realmente está sin nombre, sin ambición, sin socorro: en los andamios, con la sola conciencia.

Y piense que en esta prosa, ahora, yo sé crear hombres y mujeres, niños y ancianos. Sobre todo, he evocado a las mujeres, haciendo cuidadosamente todas las cosas a su alrededor, dejando un blanco que sólo es un vacío, pero que, circundado con ternura y amplitud, se torna vibrante y luminoso, casi como uno de su mármoles.



Esta correspondencia constituye el testimonio de un encuentro singularísimo entre el joven poeta Rainer María Rilke y el escultor consagrado de sesenta y un años Auguste Rodin, de quien fue secretario entre 1905 y 1908. La influencia de Rodin en la poesía y en la vida de Rilke y la admiración.

Fuente: "Cartas a Rodin", de Rainer María Rilke. Editorial Síntesis, 2004.

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