Mi querido Brown:
Ayer acabamos la cuarentena, durante la cual mi salud sufrió más por el sire viciado de un camarote sofocante, que en todo el viaje. El aire fresco me

Transmite mis recuerdos a todos. Trataré de soportar pacientemente mis desgracias. Una persona en mi estado de salud no debería tener que soportarlas. Escribe unas líneas a mi hermana, diciéndole que tuviste noticias mías. Servern está muy bien. Si yo me sintiera mejor, insistiría para que vinieses a Roma. Me temo que nadie pueda traerme ningún alivio. Hay noticias de George?, Oh, si algo afortunado nos hubiera ocurrido alguna vez a mí o a mis hermanos! Podría, entonces, tener esperanzas; pero la desesperanza me ha sido impuesta como una costumbre. Querido Brown, defiéndela siempre, hazlo por mí. No puedo decir una palabra de Nápoles; no me interesa ninguna de las mil novedades que me rodean. Tengo miedo de escribirle... quisiera que ella supiera que no la olvido. Oh Brown, siento un fuego en el pecho. Me asombra que el corazón humano sea capaz de contener y soportar tanta desgracia. ¿Nací para este fin?, Dios la bendiga, y bendiga a su madre, a mi hermana, a George, a su mujer, a ti, y a todos!.
Tu amigo que te quiere,
John Keats
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A finales de Noviembre, Keats presiente la caída final de su enfermedad, y se despide de Brown. Se despide con una carta de entereza, en la que el dolor se afila y se prisma para reflejar las luces de una inteligencia no abatida, para no caer de canto en el lamento.
30-10-1820
Mi querido Brown:
Escribir una carta es para mí la cosa más difícil del mundo. Mi estómago sigue tan mal que me basta abrir un libro para que empeore... Sin embargo estoy mucho mejor que durante la cuarentena. Tengo constantemente la impresión de que mi vida real ha transcurrido ya, y que estoy llevando una existencia póstuma. Sabe Dios cómo hubiera sido, pero me parece que... de todos modos no hablaré de esto. No puedo contestar a nada de tu carta, que me siguió de Nápoles a Roma, porque me da miedo mirarla de nuevo. Estoy tan débil (mentalmente) que no puedo apartar la visión de la letra de un amigo a quien quiero tanto como a ti. Sin embargo, sigo en la brecha, y en lo peor, aún en la cuarentena, por pura deseperación amontoné en una semana más juegos de palabras que en cualquier año de mi vida. Un solo pensamiento basta para matarme: estuve bien, sano, alerta, paseando con ella, y ahora... la conciencia del contraste, la sensibilidad a la luz y a la sombra, toda esa información (en el sentido primero de la palabra) necesaria para un poema, son grandes enemigos de la curación de mi estómago. Ahí tienes, bribón: te someto a la tortura. Pero pon a prueba tu filosofía, como lo hago yo con la mía, de lo contrario, ¿cómo podría vivir?. el doctor Clark me atiende muy bien; dice que no hay gran cosa en los pulmones, pero asegura que el estómago está muy mal. Estoy gratamente decepcionado con las buenas noticias de George, porque se me ha metido en la cabeza que todos moriremos jóvenes. Servern está muy bien, aunque lleva una vida tan siniestra a mi lado. Escríbele a George tan pronto recibas ésta, y dile cómo estoy, hasta donde puedas adivinarlo; y envía también un billete a mi hermana, anda por mi imaginación como un fantasma... se parece tanto a Tom. Apenas me es posible decirte adiós, incluso por carta. Te hago la torpe reverencia de siempre.
Dios te bendiga!,
John Keats
Charles Armitage Brown fue conocido por su estrecha amistad con el poeta John Keats. En 1818, Keats se trasladó a casa de Brown, donde vivió durante los próximos diecisiete meses. Después de la grave hemorragia de Keats a principios de 1820, Brown le cuidó día y noche.
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