2 septiembre 1855
A esta hora, señora, se puede ver a dos pasos de la Exposición de pintura, en la avenue Montaigne, un escrito que dice con todas las letras: EL REALISMO. G. Courbet. Exposición de cuarenta cuadros de su obra. Es una muestra al estilo inglés. Un pintor, cuyo nombre ha estallado después de la revolución de febrero, ha elegido entre su obra los lienzos más significativos y se ha hecho construir un taller. Es una audacia increíble, es el derrocamiento de todas las instituciones por intermedio del jurado, es la llamada directa al publico, es la libertad, dicen unos. Es un escándalo, es la anarquía, es el arte arrastrado por los suelos, es un tenderete de feria, dicen otros. He de reconocer, señora, que pienso como los primeros, como todos aquellos que reclaman la libertad más completa en todos los aspectos. Los jurados, las academias, los concursos de todo tipo, lían demostrado en más de una ocasión su impotencia para crear hombres y obras (...)
Este año el jurado se ha mostrado avaro en el espacio para los pintores jóvenes: la hospitalidad hacia los hombres aceptados de Francia y de las naciones extranjeras eran tan grande que la juventud se lía visto afectada. No dispongo de tiempo suficiente para hacer el recorrido de los talleres pero he visto lienzos rechazados que, en otros tiempos, sin duda habrían obtenido un legítimo éxito. El Sr. Courbet, apoyado por la opinión pública que hace cinco o seis años da vueltas a su nombre, se habrá sentido herido por los rechazos del jurado, que recaían en sus obras más importantes, y ha recurrido directamente al público. Se ha hecho el siguiente razonamiento: me han llamado realista, voy a demostrar, mediante una serie de cuadros conocidos, qué entiendo yo por realismo. Y no contento con hacer construir un taller y colgar los lienzos, el pintor ha lanzado un manifiesto y ha escrito sobre su puerta: El realismo.
Le escribo esta carta, señora, por la curiosidad de buena fe que ha mostrado hacia una doctrina que adquiere peso día a día y que cuenta con representantes en todas las artes. Un músico alemán hiperromántico, el Sr. Wagner, de quien todavía no se conocen las obras en París, ha sido sumamente maltratado por el Sr. Fetis en las gacetas musicales, acusando al nuevo compositor de haberse mancillado de realismo. Se llama realistas a todos aquellos que plantean nuevas aspiraciones. Llegaremos a ver médicos realistas, químicos realistas, manufactureros realistas e historiadores realistas. El Sr. Courbet es un realista, yo soy un realista: lo dicen los críticos, pues que lo digan. Pero, para vergüenza mía, he de confesar que nunca he estudiado los códigos en los que están contenidas las leyes que permiten al primer recién llegado producir obras realistas. El nombre me produce horror por su terminación pedante, huyo de las escuelas como del cólera, y mi mayor alegría es encontrar individualidades netamente definidas. Razón por la cual el Sr. Courbet es, a mis ojos, un hombre nuevo.
El propio pintor dice algunas cosas excelentes en su manifiesto: "El título de realista se me ha impuesto como se les imponía el título de románticos a los hombres de 1830: En ninguna época han dado los títulos una idea exacta de las cosas: de ser de otro modo, las obras serían superfluas". Pero usted sabe mejor que nadie, señora, qué ciudad tan singular es París en materia de opiniones y de discusiones. El país más inteligente de Europa encierra necesariamente las mayores incapacidades, de media, tercera y cuarta inteligencia; hemos de profanar tan hermosa palabra para vestir a esos pobres charlatanes, a esos necios razonadores, a esos infelices que viven de las gacetas, a esos curiosos que se infiltran por todas partes, a esos impertinentes que da miedo oir hablar, a esos escritorzuelos de a tanto la línea, que se han lanzado a las letras por miseria o por pereza, en fin, a toda esa turba de personas inútiles que juzgan, razonan, aplauden, contradicen, halagan, alaban o critican sin convicción, que no son el vulgo pero dicen serlo. Con diez personas inteligentes se podría liquidar la cuestión del realismo; con esta plebe de ignorantes, de celosos, de impotentes, de críticos, sólo se dicen palabras. No le definiré, señora, el realismo; no sé de dónde viene, adónde va, o lo que es; Homero debió ser un realista porque observó y describió con exactitud las costumbres de su época. Homero, nunca se dirá lo bastante, fue insultado violentamente como peligroso realista. "En verdad, dice Cicerón refiriéndose a Homero, todo es pura invención de este poeta que se ha complacido en rebajar a los dioses a la condición de hombres; mejor habría sido elevar a los hombres a la de los dioses". ¿Qué se dice todos los días en los periódicos?
Si me fueran necesarios otros ilustres ejemplos sólo tendría que abrir el primer volumen de crítica que me cayera en las manos porque, hoy, está de moda reeditar en volumen las inutilidades semanales que se publican en los periódicos. Encontraríamos, entre otras cosas, que el realismo ha llevado a una muerte trágica a ese pobre Gérard de Nerval. Un gentilhombre aficionado es quien escribe tamañas miserias; sus dramas rurales están manchados de realismo. Contienen campesinos. Ese es el crimen. En los últimos tiempos se está acusando de realismo a Béranger. ¡Hasta qué punto pueden arrastrar las palabras a los hombres!
El Sr. Courbet es un faccioso porque ha representado de buena fe a burgueses, campesinos y mujeres de pueblo de tamaño natural. Ese ha sido el punto de partida. No se quiere admitir que un picapedrero es el igual de un príncipe: la nobleza se pone en guardia porque se le hayan concedido tantos metros de tela a gentes del pueblo; únicamente los soberanos tienen derecho a que se les pinte de pie, con sus decoraciones, sus bordados y sus fisonomías oficiales. ¡Cómo! ¡Un campesino de Ornans, un hombre encerrado en su féretro, se permite reunir en su entierro a una multitud considerable, granjeros, gente de clase baja, y se le da a esta representación el tratamiento que Largillière tenía, él sí, derecho de dar a los magistrados que acudían a la misa del Santo Espíritu! Velázquez ha pintado en gran tamaño a los señores de España, a los infantes y a las infantas; al menos hay seda y oro en los trajes y penachos. Van der Helst ha pintado a burgomaestres en toda su estatura, pero esos pesados flamencos se salvan por el traje. Parece que nuestro traje no es un traje: verdaderamente, señora, me averguenzo al detenerme en tales consideraciones. El traje de cada época se rige por leyes desconocidas, higiénicas, que se deslizan en la moda sin que ésta se dé cuenta. Cada cincuenta años los trajes cambian por completo en Francia; lo mismo que las fisonomías, se vuelven históricas y dignas de estudio, tan peculiares cuando se contemplan como los vestidos de un pueblo de salvajes. Los retratos de Gérard, de 1800, que en un principio pudieron parecer vulgares, adquieren posteriormente un aspecto, una fisonomía especial. Lo que los artistas llaman traje, es decir mil chucherías (plumas, lunares postizos, copetes, etc.), pueden divertir momentáneamente a los espíritus frívolos, pero la representación seria de la personalidad actual, los sombreros redondos, los trajes negros, los zapatos lustrados o los zuecos campesinos, son mucho más interesantes.
Puede que se me conceda esto, pero se dirá: su pintor carece de un ideal. Enseguida contestaré a eso, con la ayuda de un hombre que ha sabido extraer de la obra del Sr. Courbet conclusiones repletas de buen sentido.
Los cuarenta cuadros de la avenue Montaigne contienen paisajes, retratos, animales, grandes escenas domésticas y una obra que el artista titula: Allégorie réelle. De una ojeada se pueden notar los progresos realizados en la mente y en el pincel del Sr. Courbet. Ante todo, ha nacido pintor, es decir, nadie puede negar su poderoso y sólido talento de obrero: ataca con intrepidez una gran obra, puede no seducir todas las miradas, algunas partes pueden estar descuidadas o ser torpes, pero todos sus cuadros están pintados; llamo pintores principalmente a los españoles y los flamencos. Veronés y Rubens serán siempre grandes pintores, sea cual sea la opinión o el punto de vista desde el que se mire. Tampoco conozco a nadie que se atreva a negar las cualidades del Sr. Courbet como pintor. El Sr. Courbet, puesto que se ha trasladado el lenguaje musical al ámbito de la pintura, no abusa de la sonoridad de los tonos, por ello, la impresión que producen sus cuadros será aun más duradera. Corresponde a toda obra seria no llamar la atención con inútiles resonancias: una dulce sinfonía de Haydn, íntima y doméstica, continuará viva cuando se hable con desdén de las numerosas trompetas de Berlioz. El escándalo de los instrumentos de metal no tiene mayor significado en música que las tonalidades chillonas en pintura. Se llama inadecuadamente coloristas a los maestros cuya paleta furiosa hace brotar tonos ruidosos. La gama del Sr. Courbet es tranquila, imponente y calma; por eso no me ha sorprendido comprobar que para mi el famoso Enterrement à Ornans, que fue el primer cañonazo que disparó el pintor, considerado como un amotinado en arte, está ya consagrado para siempre. Hace cerca de ocho años que publiqué sobre el desconocido Sr. Courbet algunas frases que anunciaban su destino: no las citaré pues tengo tanto interés en haber sido el primero en tener razón como en llevar la última moda de Longchamps. Adivinar los hombres y las obras diez años antes que la mayoría es un mero dandismo literario que hace perder mucho tiempo. En sus numerosos fragmentos de crítica, Stendhal publicó, en 1825, audaces verdades que le hicieron sufrir mucho. Aún hoy es un precursor. "Apostaría, escribe a un amigo en 1822, que dentro de 20 años en Francia se representará a Shakespeare en prosa". Han pasado treinta y tres años y, bien, señora, no estaremos vivos para tener esa dicha. Por muy lejos que se encuentre ahora el Sr. Courbet de ser aceptado, lo será sin lugar a dudas, dentro de unos años. ¿No sería una zanganería escribir, dentro de veinte años, que ya lo había dicho yo? El público no se preocupa por los asnos que se dedicaron a berrear cuando se representó en Francia la música de Rossini; en sus comienzos, el espiritual y amoroso Rossini fue tratado con tan pocos miramientos como el Sr. Courbet. Se publicaron muchas injurias sobre sus obras lo mismo que sobre el Entierro. ¿De qué sirve tener razón? Nunca se tiene razón (...)
El Atelier du peintre, que será muy atacado, no es la última palabra del Sr. Courbet; esta vez el Sr. Courbet, seducido por los grandes maestros flamencos y españoles que en todas las épocas han agrupado a su alrededor a su familia, a sus amigos y a sus mecenas, ha pretendido salir del campo de la pura realidad: alegoría real, dice en su catálogo, he ahí dos palabras que chocan juntas y que me desconciertan un poco. Habría que estar en guardia para no someter la lengua a ideas simbólicas que el pincel puede intentar traducir pero la gramática no adopta. Una alegoría no puede ser real, lo mismo que una realidad no puede llegar a ser alegórica: la confusión ya es lo bastante grande a propósito de ese dichoso realismo como para embrollarlo aún más. El pintor está en su estudio, cerca de su caballete, pintando un paisaje, alejándose del lienzo en una pose victoriosa y triunfante. Cerca del caballete se encuentra en pie una mujer desnuda. ¿Va a posar en el paisaje? Parece extraño. A dos pasos del pintor un pequeño campesino vuelve la espalda al público; no se le ve la cara, pero la pantomima es tan expresiva que se adivinan los ojos y la boca. Ese campesino es la mejor figura del cuadro. Se queda estupefacto al contemplar sobre el lienzo esos árboles por los que trepa, esa hierba sobre la que se revuelca, esas rocas sobre las que transcurre su tiempo al sol, buscando nidos. A la derecha, una mujer de mundo del brazo de su marido visita el estudio, su hijo juega con estampas. (¿está seguro el Sr. Courbet de que el hijo pequeño de unos burgueses ricos entraría al taller con sus padres cuando hay en él una mujer desnuda?). Mientras el artista trabaja, poetas, músicos, filósofos y enamorados se dedican a lo suyo. Eso es la realidad. A la izquierda, mendigos, judíos, mujeres amamantando a sus hijos, enterradores, jergones, un cazador furtivo mirando con desprecio un sombrero con penacho, un puñal, etc. (vestigios del romanticismo, sin duda), representan la alegoría, es decir que al pintor lo que le gusta es pintar a todos esos personajes de las clases bajas, inspirándose en la miseria de los miserables. Tal es, a grandes rasgos, el fondo del cuadro aunque yo, por mi parte, prefiero el Enterrement à Ornans.
Muchos estarán de acuerdo, en cabeza los que niegan al Sr. Courbet; pero no me importa unirme momentáneamente a ellos para explicar lo que pienso. En el campo de las artes es corriente hundir a los vivos con los muertos, las obras nuevas de un maestro con las antiguas. Quienes en los comienzos del pintor gritaron mas contra el Entierro serán quienes hoy, necesariamente, lo elogiarán más. Como no deseo ser confundido con los nihilistas, diré que la idea del Entierro es conmovedora, clara para todos, que es la representación de un entierro en un pueblo y que, sin embargo, reproduce los entierros de todos los pueblos. El triunfo del artista que pinta individualidades es responder a las observaciones íntimas de cada cual, elegir de tal manera un tipo que todos crean haberle conocido y puedan exclamar: "¡Es auténtico, lo he visto!". En el Entierro estas facultades se encuentran en su más alto grado: conmueve, enternece, hace sonreir, da que pensar y deja en la mente, pese a la fosa entreabierta, esa tranquilidad suprema que comparte el sepulturero, un tipo grandioso y filosófico que el pintor ha sabido reproducir en toda su belleza de hombre del pueblo. El Sr. Courbet ha tenido el privilegio de asombrar a la multitud a partir de 1848: se esperan sorpresas cada año y, hasta ahora, el pintor ha dado respuesta tanto a sus amigos como a sus enemigos. En 1848, el Aprés-diner à Ornans, gran cuadro de familia, obtuvo un éxito real sin demasiadas críticas. Siempre sucede lo mismo en los comienzos de un artista. A continuación vinieron los sucesivos escándalos:
1er. escándalo. Enterrement à Ornans (1850).
2º escándalo. Les demoiselles de village(1851).
3er. escándalo. Les Baigneuses (1852).
4º escándalo. --El Realismo. --Exposición particular. --Manifiesto. --Cuarenta cuadros expuestos. --Reunión de diversos escándalos, etc. (1855).
Ahora bien, entre todos esos escándalos, prefiero el Enterrement à Ornans a todos los otros lienzos, por la idea que encierra, por el drama completo y humano en el que lo grotesco, las lágrimas, el egoísmo y la indiferencia están tratados como lo habría hecho un gran maestro. El Enterrement à Ornans es una obra maestra; después del Marat assassiné de David, en Francia no se ha pintado nada más conmovedor en ese orden de ideas. Las Baigneuses, los Lutteurs y los Casseurs de pierres no contienen las ideas que se les ha querido adjudicar posteriormente. Me parece que principalmente en las Demoiselles de village y en los numerosos paisajes queda patente hasta qué punto el Sr. Courbet está apegado a su suelo natal, su profunda nacionalidad y el partido que puede sacar de todo ello. Aún continúa repitiéndose la vieja broma: ¡Viva lo feo! Sólo lo feo es agradable, que ponen en boca del pintor; sorprende que se atrevan a reunir semejantes necedades que hace ya treinta años se le echaron en cara al Sr. Victor Hugo y a su escuela. El sistema de la vieja tragedia renacerá siempre de sus cenizas. Los progresos son lentos y es poco lo que hemos avanzado en una treintena de años (...)
He hecho alguna crítica al Atelier du peintre pese a que existe un verdadero progreso en el estilo del Sr. Courbet: seguramente ganará visto en otro momento. Esa ha sido mi primera impresión y, generalmente, confío en mis primeras impresiones. Las habladurías, los comentarios, las críticas de los periódicos y de los amigos y enemigos suelen perturbar posteriormente el cerebro hasta el punto que resulta difícil recuperar lo que se pensaba en su pureza inicial: pero sitúo el misterioso trabajo del tiempo, que puede demoler o restaurar una obra por encima de la impresión. El tiempo trata con amor toda obra llena de convicción y solamente pasa la esponja sobre las inutilidades de la moda, las bonitas imitaciones del pasado y las obras convencionales. Si hay alguna cualidad que el Sr. Courbet posea en el grado más alto es la convicción. Es imposible negársela, como el calor al sol. Avanza con paso seguro en el arte, muestra con orgullo el punto de partida y hasta dónde ha llegado, pareciéndose en ello al rico manufacturero que había colgado del techo de su casa los zuecos con los que había llegado a París. El Portrait de l'auteur (estudio de los venecianos), dice él mismo en el catálogo, Tête de jeune fille (pastiche florentino), el Paysage Imaginaire (pastiche de los flamencos), y el Affût, que el autor titula con gracia Paysage d'atelier, son los zuecos con los que él llegó de Ornans y que le sirvieron para correr tras la naturaleza. Esos pocos cuadros pertenecen al ámbito de la convención; ¡qué zancadas de gigante ha dado después de esa época el pintor para abandonar ese barrio de Breda tan amado por los pintores! Seguramente allí habría obtenido éxito de haber tenido la pereza de quedarse y habría incrementado la población de cien artistas de talento que obtienen tanto éxito en las vitrinas de los marchantes de cuadros de la rue Notre-Dame-de-Lorette. ¡El fácil oficio de hacer lo bonito, lo tierno, lo coqueto, lo amanerado, lo falsamente ideal, lo adecuado a juicio de las jóvenes y de los banqueros! El Sr. Courbet no ha seguido ese camino, en parte a causa de su temperamento. Ya en 1853 el Sr. Proudhon le anunciaba su suerte. El público, decía, quiere que se le represente guapo y que como tal se le considere. "Un artista que, en la práctica de su taller, siguiera los principios estéticos aquí formulados (recuerdo el precedente axioma: toda figura, hermosa o fea, puede satisfacer la finalidad del arte), sería tratado como sedicioso, expulsado de los concursos, privado de los encargos del Estado y condenado a morir de hambre".
El filósofo trataba desde las alturas esta cuestión de la fealdad a propósito de las Baigneuses. Sabe el peso que tiene la moral sobre el físico. El caricaturista Daumier lo veía en su aspecto grotesco. Los eternos burgueses que inmortalizó con su lápiz y que vivirán a través de los siglos en toda su moderna fealdad, exclamaban al contemplar un cuadro del Sr. Courbet: "¿Es posible pintar a gente tan espantosa?". Pero hay que colocar por encima de los burgueses, a los que hemos vilipendiado en exceso, a una clase más inteligente, que tiene todos los vicios de la antigua aristocracia y ninguna de sus virtudes. Me refiero a los hijos de los burgueses, una raza que se ha aprovechado de la fortuna de médicos, abogados y negociantes, que no ha hecho nada, no ha aprendido nada, que se ha lanzado a los clubes de juego, que tiene la manía de los caballos, de la elegancia que afecta a todo, incluso al escritorio, que lo mismo compra una amante que parte de una Revista, que quiere mandar en las mujeres y en los escritores, y con la mira puesta en esta nueva raza el filósofo Proudhon terminaba sus apreciaciones sobre el Sr. Courbet:
"Que el magistrado, el militar, el comerciante, el campesino, que todas las clases de la sociedad, al verse en el idealismo de su dignidad y de su bajeza, aprendan, mediante la gloria y la vergüenza, a rectificar sus ideas, a corregir sus costumbres y a perfeccionar sus Instituciones".
A esta hora, señora, se puede ver a dos pasos de la Exposición de pintura, en la avenue Montaigne, un escrito que dice con todas las letras: EL REALISMO. G. Courbet. Exposición de cuarenta cuadros de su obra. Es una muestra al estilo inglés. Un pintor, cuyo nombre ha estallado después de la revolución de febrero, ha elegido entre su obra los lienzos más significativos y se ha hecho construir un taller. Es una audacia increíble, es el derrocamiento de todas las instituciones por intermedio del jurado, es la llamada directa al publico, es la libertad, dicen unos. Es un escándalo, es la anarquía, es el arte arrastrado por los suelos, es un tenderete de feria, dicen otros. He de reconocer, señora, que pienso como los primeros, como todos aquellos que reclaman la libertad más completa en todos los aspectos. Los jurados, las academias, los concursos de todo tipo, lían demostrado en más de una ocasión su impotencia para crear hombres y obras (...)
Este año el jurado se ha mostrado avaro en el espacio para los pintores jóvenes: la hospitalidad hacia los hombres aceptados de Francia y de las naciones extranjeras eran tan grande que la juventud se lía visto afectada. No dispongo de tiempo suficiente para hacer el recorrido de los talleres pero he visto lienzos rechazados que, en otros tiempos, sin duda habrían obtenido un legítimo éxito. El Sr. Courbet, apoyado por la opinión pública que hace cinco o seis años da vueltas a su nombre, se habrá sentido herido por los rechazos del jurado, que recaían en sus obras más importantes, y ha recurrido directamente al público. Se ha hecho el siguiente razonamiento: me han llamado realista, voy a demostrar, mediante una serie de cuadros conocidos, qué entiendo yo por realismo. Y no contento con hacer construir un taller y colgar los lienzos, el pintor ha lanzado un manifiesto y ha escrito sobre su puerta: El realismo.
Le escribo esta carta, señora, por la curiosidad de buena fe que ha mostrado hacia una doctrina que adquiere peso día a día y que cuenta con representantes en todas las artes. Un músico alemán hiperromántico, el Sr. Wagner, de quien todavía no se conocen las obras en París, ha sido sumamente maltratado por el Sr. Fetis en las gacetas musicales, acusando al nuevo compositor de haberse mancillado de realismo. Se llama realistas a todos aquellos que plantean nuevas aspiraciones. Llegaremos a ver médicos realistas, químicos realistas, manufactureros realistas e historiadores realistas. El Sr. Courbet es un realista, yo soy un realista: lo dicen los críticos, pues que lo digan. Pero, para vergüenza mía, he de confesar que nunca he estudiado los códigos en los que están contenidas las leyes que permiten al primer recién llegado producir obras realistas. El nombre me produce horror por su terminación pedante, huyo de las escuelas como del cólera, y mi mayor alegría es encontrar individualidades netamente definidas. Razón por la cual el Sr. Courbet es, a mis ojos, un hombre nuevo.
El propio pintor dice algunas cosas excelentes en su manifiesto: "El título de realista se me ha impuesto como se les imponía el título de románticos a los hombres de 1830: En ninguna época han dado los títulos una idea exacta de las cosas: de ser de otro modo, las obras serían superfluas". Pero usted sabe mejor que nadie, señora, qué ciudad tan singular es París en materia de opiniones y de discusiones. El país más inteligente de Europa encierra necesariamente las mayores incapacidades, de media, tercera y cuarta inteligencia; hemos de profanar tan hermosa palabra para vestir a esos pobres charlatanes, a esos necios razonadores, a esos infelices que viven de las gacetas, a esos curiosos que se infiltran por todas partes, a esos impertinentes que da miedo oir hablar, a esos escritorzuelos de a tanto la línea, que se han lanzado a las letras por miseria o por pereza, en fin, a toda esa turba de personas inútiles que juzgan, razonan, aplauden, contradicen, halagan, alaban o critican sin convicción, que no son el vulgo pero dicen serlo. Con diez personas inteligentes se podría liquidar la cuestión del realismo; con esta plebe de ignorantes, de celosos, de impotentes, de críticos, sólo se dicen palabras. No le definiré, señora, el realismo; no sé de dónde viene, adónde va, o lo que es; Homero debió ser un realista porque observó y describió con exactitud las costumbres de su época. Homero, nunca se dirá lo bastante, fue insultado violentamente como peligroso realista. "En verdad, dice Cicerón refiriéndose a Homero, todo es pura invención de este poeta que se ha complacido en rebajar a los dioses a la condición de hombres; mejor habría sido elevar a los hombres a la de los dioses". ¿Qué se dice todos los días en los periódicos?
Si me fueran necesarios otros ilustres ejemplos sólo tendría que abrir el primer volumen de crítica que me cayera en las manos porque, hoy, está de moda reeditar en volumen las inutilidades semanales que se publican en los periódicos. Encontraríamos, entre otras cosas, que el realismo ha llevado a una muerte trágica a ese pobre Gérard de Nerval. Un gentilhombre aficionado es quien escribe tamañas miserias; sus dramas rurales están manchados de realismo. Contienen campesinos. Ese es el crimen. En los últimos tiempos se está acusando de realismo a Béranger. ¡Hasta qué punto pueden arrastrar las palabras a los hombres!
El Sr. Courbet es un faccioso porque ha representado de buena fe a burgueses, campesinos y mujeres de pueblo de tamaño natural. Ese ha sido el punto de partida. No se quiere admitir que un picapedrero es el igual de un príncipe: la nobleza se pone en guardia porque se le hayan concedido tantos metros de tela a gentes del pueblo; únicamente los soberanos tienen derecho a que se les pinte de pie, con sus decoraciones, sus bordados y sus fisonomías oficiales. ¡Cómo! ¡Un campesino de Ornans, un hombre encerrado en su féretro, se permite reunir en su entierro a una multitud considerable, granjeros, gente de clase baja, y se le da a esta representación el tratamiento que Largillière tenía, él sí, derecho de dar a los magistrados que acudían a la misa del Santo Espíritu! Velázquez ha pintado en gran tamaño a los señores de España, a los infantes y a las infantas; al menos hay seda y oro en los trajes y penachos. Van der Helst ha pintado a burgomaestres en toda su estatura, pero esos pesados flamencos se salvan por el traje. Parece que nuestro traje no es un traje: verdaderamente, señora, me averguenzo al detenerme en tales consideraciones. El traje de cada época se rige por leyes desconocidas, higiénicas, que se deslizan en la moda sin que ésta se dé cuenta. Cada cincuenta años los trajes cambian por completo en Francia; lo mismo que las fisonomías, se vuelven históricas y dignas de estudio, tan peculiares cuando se contemplan como los vestidos de un pueblo de salvajes. Los retratos de Gérard, de 1800, que en un principio pudieron parecer vulgares, adquieren posteriormente un aspecto, una fisonomía especial. Lo que los artistas llaman traje, es decir mil chucherías (plumas, lunares postizos, copetes, etc.), pueden divertir momentáneamente a los espíritus frívolos, pero la representación seria de la personalidad actual, los sombreros redondos, los trajes negros, los zapatos lustrados o los zuecos campesinos, son mucho más interesantes.
Puede que se me conceda esto, pero se dirá: su pintor carece de un ideal. Enseguida contestaré a eso, con la ayuda de un hombre que ha sabido extraer de la obra del Sr. Courbet conclusiones repletas de buen sentido.
Los cuarenta cuadros de la avenue Montaigne contienen paisajes, retratos, animales, grandes escenas domésticas y una obra que el artista titula: Allégorie réelle. De una ojeada se pueden notar los progresos realizados en la mente y en el pincel del Sr. Courbet. Ante todo, ha nacido pintor, es decir, nadie puede negar su poderoso y sólido talento de obrero: ataca con intrepidez una gran obra, puede no seducir todas las miradas, algunas partes pueden estar descuidadas o ser torpes, pero todos sus cuadros están pintados; llamo pintores principalmente a los españoles y los flamencos. Veronés y Rubens serán siempre grandes pintores, sea cual sea la opinión o el punto de vista desde el que se mire. Tampoco conozco a nadie que se atreva a negar las cualidades del Sr. Courbet como pintor. El Sr. Courbet, puesto que se ha trasladado el lenguaje musical al ámbito de la pintura, no abusa de la sonoridad de los tonos, por ello, la impresión que producen sus cuadros será aun más duradera. Corresponde a toda obra seria no llamar la atención con inútiles resonancias: una dulce sinfonía de Haydn, íntima y doméstica, continuará viva cuando se hable con desdén de las numerosas trompetas de Berlioz. El escándalo de los instrumentos de metal no tiene mayor significado en música que las tonalidades chillonas en pintura. Se llama inadecuadamente coloristas a los maestros cuya paleta furiosa hace brotar tonos ruidosos. La gama del Sr. Courbet es tranquila, imponente y calma; por eso no me ha sorprendido comprobar que para mi el famoso Enterrement à Ornans, que fue el primer cañonazo que disparó el pintor, considerado como un amotinado en arte, está ya consagrado para siempre. Hace cerca de ocho años que publiqué sobre el desconocido Sr. Courbet algunas frases que anunciaban su destino: no las citaré pues tengo tanto interés en haber sido el primero en tener razón como en llevar la última moda de Longchamps. Adivinar los hombres y las obras diez años antes que la mayoría es un mero dandismo literario que hace perder mucho tiempo. En sus numerosos fragmentos de crítica, Stendhal publicó, en 1825, audaces verdades que le hicieron sufrir mucho. Aún hoy es un precursor. "Apostaría, escribe a un amigo en 1822, que dentro de 20 años en Francia se representará a Shakespeare en prosa". Han pasado treinta y tres años y, bien, señora, no estaremos vivos para tener esa dicha. Por muy lejos que se encuentre ahora el Sr. Courbet de ser aceptado, lo será sin lugar a dudas, dentro de unos años. ¿No sería una zanganería escribir, dentro de veinte años, que ya lo había dicho yo? El público no se preocupa por los asnos que se dedicaron a berrear cuando se representó en Francia la música de Rossini; en sus comienzos, el espiritual y amoroso Rossini fue tratado con tan pocos miramientos como el Sr. Courbet. Se publicaron muchas injurias sobre sus obras lo mismo que sobre el Entierro. ¿De qué sirve tener razón? Nunca se tiene razón (...)
El Atelier du peintre, que será muy atacado, no es la última palabra del Sr. Courbet; esta vez el Sr. Courbet, seducido por los grandes maestros flamencos y españoles que en todas las épocas han agrupado a su alrededor a su familia, a sus amigos y a sus mecenas, ha pretendido salir del campo de la pura realidad: alegoría real, dice en su catálogo, he ahí dos palabras que chocan juntas y que me desconciertan un poco. Habría que estar en guardia para no someter la lengua a ideas simbólicas que el pincel puede intentar traducir pero la gramática no adopta. Una alegoría no puede ser real, lo mismo que una realidad no puede llegar a ser alegórica: la confusión ya es lo bastante grande a propósito de ese dichoso realismo como para embrollarlo aún más. El pintor está en su estudio, cerca de su caballete, pintando un paisaje, alejándose del lienzo en una pose victoriosa y triunfante. Cerca del caballete se encuentra en pie una mujer desnuda. ¿Va a posar en el paisaje? Parece extraño. A dos pasos del pintor un pequeño campesino vuelve la espalda al público; no se le ve la cara, pero la pantomima es tan expresiva que se adivinan los ojos y la boca. Ese campesino es la mejor figura del cuadro. Se queda estupefacto al contemplar sobre el lienzo esos árboles por los que trepa, esa hierba sobre la que se revuelca, esas rocas sobre las que transcurre su tiempo al sol, buscando nidos. A la derecha, una mujer de mundo del brazo de su marido visita el estudio, su hijo juega con estampas. (¿está seguro el Sr. Courbet de que el hijo pequeño de unos burgueses ricos entraría al taller con sus padres cuando hay en él una mujer desnuda?). Mientras el artista trabaja, poetas, músicos, filósofos y enamorados se dedican a lo suyo. Eso es la realidad. A la izquierda, mendigos, judíos, mujeres amamantando a sus hijos, enterradores, jergones, un cazador furtivo mirando con desprecio un sombrero con penacho, un puñal, etc. (vestigios del romanticismo, sin duda), representan la alegoría, es decir que al pintor lo que le gusta es pintar a todos esos personajes de las clases bajas, inspirándose en la miseria de los miserables. Tal es, a grandes rasgos, el fondo del cuadro aunque yo, por mi parte, prefiero el Enterrement à Ornans.
Muchos estarán de acuerdo, en cabeza los que niegan al Sr. Courbet; pero no me importa unirme momentáneamente a ellos para explicar lo que pienso. En el campo de las artes es corriente hundir a los vivos con los muertos, las obras nuevas de un maestro con las antiguas. Quienes en los comienzos del pintor gritaron mas contra el Entierro serán quienes hoy, necesariamente, lo elogiarán más. Como no deseo ser confundido con los nihilistas, diré que la idea del Entierro es conmovedora, clara para todos, que es la representación de un entierro en un pueblo y que, sin embargo, reproduce los entierros de todos los pueblos. El triunfo del artista que pinta individualidades es responder a las observaciones íntimas de cada cual, elegir de tal manera un tipo que todos crean haberle conocido y puedan exclamar: "¡Es auténtico, lo he visto!". En el Entierro estas facultades se encuentran en su más alto grado: conmueve, enternece, hace sonreir, da que pensar y deja en la mente, pese a la fosa entreabierta, esa tranquilidad suprema que comparte el sepulturero, un tipo grandioso y filosófico que el pintor ha sabido reproducir en toda su belleza de hombre del pueblo. El Sr. Courbet ha tenido el privilegio de asombrar a la multitud a partir de 1848: se esperan sorpresas cada año y, hasta ahora, el pintor ha dado respuesta tanto a sus amigos como a sus enemigos. En 1848, el Aprés-diner à Ornans, gran cuadro de familia, obtuvo un éxito real sin demasiadas críticas. Siempre sucede lo mismo en los comienzos de un artista. A continuación vinieron los sucesivos escándalos:
1er. escándalo. Enterrement à Ornans (1850).
2º escándalo. Les demoiselles de village(1851).
3er. escándalo. Les Baigneuses (1852).
4º escándalo. --El Realismo. --Exposición particular. --Manifiesto. --Cuarenta cuadros expuestos. --Reunión de diversos escándalos, etc. (1855).
Ahora bien, entre todos esos escándalos, prefiero el Enterrement à Ornans a todos los otros lienzos, por la idea que encierra, por el drama completo y humano en el que lo grotesco, las lágrimas, el egoísmo y la indiferencia están tratados como lo habría hecho un gran maestro. El Enterrement à Ornans es una obra maestra; después del Marat assassiné de David, en Francia no se ha pintado nada más conmovedor en ese orden de ideas. Las Baigneuses, los Lutteurs y los Casseurs de pierres no contienen las ideas que se les ha querido adjudicar posteriormente. Me parece que principalmente en las Demoiselles de village y en los numerosos paisajes queda patente hasta qué punto el Sr. Courbet está apegado a su suelo natal, su profunda nacionalidad y el partido que puede sacar de todo ello. Aún continúa repitiéndose la vieja broma: ¡Viva lo feo! Sólo lo feo es agradable, que ponen en boca del pintor; sorprende que se atrevan a reunir semejantes necedades que hace ya treinta años se le echaron en cara al Sr. Victor Hugo y a su escuela. El sistema de la vieja tragedia renacerá siempre de sus cenizas. Los progresos son lentos y es poco lo que hemos avanzado en una treintena de años (...)
He hecho alguna crítica al Atelier du peintre pese a que existe un verdadero progreso en el estilo del Sr. Courbet: seguramente ganará visto en otro momento. Esa ha sido mi primera impresión y, generalmente, confío en mis primeras impresiones. Las habladurías, los comentarios, las críticas de los periódicos y de los amigos y enemigos suelen perturbar posteriormente el cerebro hasta el punto que resulta difícil recuperar lo que se pensaba en su pureza inicial: pero sitúo el misterioso trabajo del tiempo, que puede demoler o restaurar una obra por encima de la impresión. El tiempo trata con amor toda obra llena de convicción y solamente pasa la esponja sobre las inutilidades de la moda, las bonitas imitaciones del pasado y las obras convencionales. Si hay alguna cualidad que el Sr. Courbet posea en el grado más alto es la convicción. Es imposible negársela, como el calor al sol. Avanza con paso seguro en el arte, muestra con orgullo el punto de partida y hasta dónde ha llegado, pareciéndose en ello al rico manufacturero que había colgado del techo de su casa los zuecos con los que había llegado a París. El Portrait de l'auteur (estudio de los venecianos), dice él mismo en el catálogo, Tête de jeune fille (pastiche florentino), el Paysage Imaginaire (pastiche de los flamencos), y el Affût, que el autor titula con gracia Paysage d'atelier, son los zuecos con los que él llegó de Ornans y que le sirvieron para correr tras la naturaleza. Esos pocos cuadros pertenecen al ámbito de la convención; ¡qué zancadas de gigante ha dado después de esa época el pintor para abandonar ese barrio de Breda tan amado por los pintores! Seguramente allí habría obtenido éxito de haber tenido la pereza de quedarse y habría incrementado la población de cien artistas de talento que obtienen tanto éxito en las vitrinas de los marchantes de cuadros de la rue Notre-Dame-de-Lorette. ¡El fácil oficio de hacer lo bonito, lo tierno, lo coqueto, lo amanerado, lo falsamente ideal, lo adecuado a juicio de las jóvenes y de los banqueros! El Sr. Courbet no ha seguido ese camino, en parte a causa de su temperamento. Ya en 1853 el Sr. Proudhon le anunciaba su suerte. El público, decía, quiere que se le represente guapo y que como tal se le considere. "Un artista que, en la práctica de su taller, siguiera los principios estéticos aquí formulados (recuerdo el precedente axioma: toda figura, hermosa o fea, puede satisfacer la finalidad del arte), sería tratado como sedicioso, expulsado de los concursos, privado de los encargos del Estado y condenado a morir de hambre".
El filósofo trataba desde las alturas esta cuestión de la fealdad a propósito de las Baigneuses. Sabe el peso que tiene la moral sobre el físico. El caricaturista Daumier lo veía en su aspecto grotesco. Los eternos burgueses que inmortalizó con su lápiz y que vivirán a través de los siglos en toda su moderna fealdad, exclamaban al contemplar un cuadro del Sr. Courbet: "¿Es posible pintar a gente tan espantosa?". Pero hay que colocar por encima de los burgueses, a los que hemos vilipendiado en exceso, a una clase más inteligente, que tiene todos los vicios de la antigua aristocracia y ninguna de sus virtudes. Me refiero a los hijos de los burgueses, una raza que se ha aprovechado de la fortuna de médicos, abogados y negociantes, que no ha hecho nada, no ha aprendido nada, que se ha lanzado a los clubes de juego, que tiene la manía de los caballos, de la elegancia que afecta a todo, incluso al escritorio, que lo mismo compra una amante que parte de una Revista, que quiere mandar en las mujeres y en los escritores, y con la mira puesta en esta nueva raza el filósofo Proudhon terminaba sus apreciaciones sobre el Sr. Courbet:
"Que el magistrado, el militar, el comerciante, el campesino, que todas las clases de la sociedad, al verse en el idealismo de su dignidad y de su bajeza, aprendan, mediante la gloria y la vergüenza, a rectificar sus ideas, a corregir sus costumbres y a perfeccionar sus Instituciones".
Jules Champfleury (1821-1889) fue un escritor francés. Amigo de Baudelaire, Banville, Courbet y Nadar, fue partidario del realismo artístico. Fue la obra de Gustave Courbet la que empujó a Champfleury a la teorización de una poética realista y no al contrario. Desde el primer cuadro de Courbet en que se reconoce la ruptura realista, el “Entierro de Ornans”, se suceden los hitos del realismo francés, todos ellos acompañados de escándalo y agria polémica: la carta de Champfleury a George Sand acerca del realismo. Carta publicada en la revista francesa de arte y literatura "L'artiste". "Du réalisme. Lettre à Mme. Sand", 2-septiembre-1855.
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