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31 agosto 2010

Cartas de Edith Wharton a Morton Fullerton





Edith Wharton y Morton Fullerton se conocieron en 1907 a través de un amigo común. Coincidieron varias veces en París, donde ambos frecuentaban los mismos círculos literarios. Poco tiempo después, cuando Edith viajó a Massachusetts, Fullerton reapareció. La escritora le propuso que fuera a visitarla, y ahí fue cuando notó el germen de lo que poco después sería una desmesurada pasión.

El marido de Edith debía ausentarse de París durante dos meses, por lo que ella tenía vía libre para entrar y salir con su “amigo”. Pero se tienen que separar porque ella vuelve a Norteamérica. En esta carta expresa el dolor que le causa la distancia:





5 de junio de 1908

Este es uno de estos días en que ya no puedo soportarlo más. Supongo que debería especificar “casi”, puesto que yo estoy aquí y el lago está là-bas (allí abajo), y de hecho, lo estoy soportando. Pero hace un momento, cuando me enteré de que el coche, en route a Hàvre, había chocado contra un árbol y se había destrozado (se le pinchó la rueda), sentí el deseo de haber estado dentro, de haberme destrozado con él, de que no quedara de esta inquietud más que un coeur arrêté (corazón detenido)

En fin, parece ser que el resultado final de todo esto, es que yo, que siempre tomé la vida en sus propios términos, ahora sólo quiero tomarla en los míos –y lo hago mejor que puedo-. Por las mañanas trabajo de lleno en la novela, me sumerjo en mis libros, me abstraigo dando paseos y todo parece ir bien hasta que, de repente, me paro y digo: “Mañana es sábado”, o “la última vez que me puse ese vestido fue en Meudon…” ¡Y otra vez tengo que volver a empezar, levantar el ánimo nuevamente!

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Luego, seguirá un inquietante y tenso silencio por parte de Fullerton. Edith está desconcertada, y prosigue en su intento de descubrir qué pasa por la cabeza de su amante, y vuelve a escribirle.



26 de agosto de 1908

Cariño, ¿tardarás mucho en decirme lo que significa este silencio? […]
El otro día releí tus cartas y me niego a creer que el hombre que las escribió no sentía lo que decía, que no conocía lo suficiente a la mujer a la que iban dirigidas como para confiar en su amor y su valentía, y que en vex de eso preirió dejarla abandonada a esta dolorosa incertdumbre.
¿Cuál es la causa de ese cambio? ¡Bueno, eso no importa, pero dímelo! […]

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Tiempo después, durante otra ausencia del marido de Edith, ella y Fullerton se marcharon a Inglaterra. Pero otra vez en otoño la relación vuelve a enfriarse, y Edith, de nuevo en París, reclama sus cartas.


Invierno de 1910

En tres o cuatro ocasiones te he brindado la oportunidad de hacer, alegre y elegantemente, una transición que me parece inevitable y tú has decidido no aceptarla. Por tanto, te expondré mis “motivos”, aunque considero que apenas pueden mantenerse “en secreto”, incluso para percepciones mucho menos sensibles que la tuya, al parecer, lo único que deseas es tomar de mi vida lo más interno y externo que una mujer − una mujer como yo− puede dar, durante una hora, de vez en cuando y cuando a ti te plazca; y cuando la hora se acaba, olvidarte de mí, borrarme de tu mente y de tu vida, tal como un hombre abandona a un acompañante que le ha proporcionado una distracción pasajera.

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Edith vuelve a America, ya que la enfermedad de su marido se ha agudizado. De vuelta a París, vuelve a escribir desengañada.


Mediados de Abril de 1910

Cuando me fui pensé que quizás tendría noticias tuyas de vez en cando. Pero tú me escribías todos los días, ¡y me escribías de la misma forma que solías hacerlo hace tres años! Eso me incitó a responderte de la misma manera, porque no veía otra razón por la cual pudieras escribirme. ¡Pensé que querías que te dijera lo que había en mi corazón!
Luego vuelvo, y ni una palabra, ni una señal. Sabes que aquí es imposible intercambiar dos palabras, y apareces aquí, vienes incluso sin haberme avisado; fue una casualidad que estuviera en casa. Te marchas, y otra vez en silencio sepulcral. He vuelto tres días y parece que no existo para ti. No lo comprendo.
Si pudiera creer que hay algún sentimiento en ti −una buena y leal amistad, ¡a falta de otra cosa!− entonces podría seguir adelante, soportar las cosas, escribir y ordenar mi vida…
[…]

He soportado todas estas incongruencias e incoherencias al máximo por lo mucho que te amo y porque lamento en extremo las cosas de tu vida que son difíciles y penosas. […] Pero ahora el sentido de la autoestima, y también la sensación de que no puedo soportar más, me hacen escribirte estas cosas. No vuelvas a escribirme cartas como las que me mandaste a Inglaterra.
Es una diversión caprichosa y cruel. ¡No era necesario herirme así! […] pero a nadie se le puede pedir un día que entregue toda la ternura de su pasión y luego ignorarle al día siguiente sin razón o explicación aparente, como te has complacido en hacer tú desde tu enigmático cambio en diciembre. He tenido un año muy difícil; pero el dolor dentro de mi dolor, el último giro de la tuerca, ha sido la imposibilidad de saber lo que querías de mí y lo que sentías por mí. […] Mi vida era mejor antes de conocerte. Esta es, para mí, la triste conclusión de este triste año. Y es aún más amargo decírsela al único ser que una ha amado de verdad d’amour (con todo el amor)

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Unas semanas después desmiente que su vida fuera mejor antes de conocerle. Le escribe desde su casa de París.


Mayo de 1910

Una vez dije que mi vida era mejor antes de conocerte. No es así, porque es bueno haber vivido plenamente al menos una vez, aunque sea por tan poco tiempo, pero mi vida es más dura ahora, a causa de esos pocos meses del verano pasado, cuando pude atisbar lo que podía ser una buena camaraderie (camaradería) −¡lo que algunas mujeres pueden tener al menos durante unos cuantos años!−. Antes de conocerte me había hecho tan impersonal, me había acostumbrado tanto a ser yo mi única camarada, que incluso lo que estoy viviendo ahora penas me habría rozado. Cuando una persona es una criatura con recuerdos y un corazón solitario, como lo soy yo ahora, es una desgracia conocer el amor demasiado tarde y amar tan enteramente como te he amado. Después de eso todo se vuelve tan fantasmal…

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Por fin, parece decidida a no dejarse embaucar o seducir, y se resigna a mantener una simple amistad con Fullerton, que conservarán así. Las cartas adquieren menos carácter personal, y más profesional y distante, y está decidida a ayudar a su amigo: consiguiéndole encargos editoriales y aconsejándole profesionalmente. Edith se separó de su marido en 1913. En 1916 hay un profundo silencio entre ella y Fullerton, y dejan de escribirse, hasta catorce años más tarde, en 1930. Edith le contesta desde el Hotel Crillon. Éste debió de enviarle una nota halagando su último libro, y ella le escribe para darle las gracias:



16 de noviembre de 1930

Con lo agradecida que yo soy, resulta sorprendente descubrir que el deseo de eludirme por tu parte a lo largo de tantos años se haya hecho extensivo también a mis libros. Me había engañado a mí misma pensando que, aunque sintieras indiferencia por tu vieja amiga, aún seguías en contacto con ella a través de sus libros. ¿Por qué me has arrebatado las pocas ilusiones que me quedaban?
Sólo puedo esperar que Hudson River te haga sentir que has perdido algo −infinitesimal− al rechazar totalmente a tu

Edith

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En la última carta, Edith se queja de que no vaya a pasar unos días a Sainte-Claire, el hermoso castillo que había comprado en Francia y donde pasaba los inviernos.


8 de febrero de 1931

Siento mucho saber que aún sigues cansado, aunque me parece una pobre excusa para no venir aquí a tomarte un descanso de diez días. Sin embargo, pensándolo bien, me parece que no sabes lo que es estar conmigo; por eso comprendo tu reticencia.



Seis años después de haber escrito esta carta, Edith murió de un infarto.






Edith Newbold Jones (Nueva York, 1862 – Francia, 1937) fue una escritora y diseñadora estadounidense. Se casó con Edgard Robbins Wharton, doce años mayor que ella. Durante algunos años, al final de su tumultuoso e infeliz matrimonio, mantuvo un idilio con William Morton Fullerton, periodista que trabajaba en el diario The Times. Fullerton era bisexual, y alternaba su relación con Edith con un romance con el rajá de Sarawak. Ella misma, también bisexual, tuvo un largo idilio con la cantante de ópera Camilla Chabbert. Su obra más conocida es "La edad de la inocencia", que ganó el premio Pulitzer en 1921.

Cartas pertenecientes al libro "Cartas de amor salvaje(s)", de Paula Izquierdo. Grupo Santillana de Ediciones, S.A. Ediciones El País.

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