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11 agosto 2007

Cartas de Enrique VIII y Ana Bolena

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De Enrique VIII a Ana Bolena


Mi señora y mi amiga:

Mi corazón y yo nos rendimos en vuestras manos y suplicamos que nos encomienden a vuestra gentileza, y que a causa de la ausencia vuestro afecto no disminuya hacia nosotros, porque eso aumentaría nuestro dolor, lo que sería una gran pena, puesto que la ausencia ya da el suficiente, mucho más del que nunca pensé que se podría sentir. Esto trae a mi mente un hecho de la astronomía, el de que cuanto más lejos se encuentran los polos del Sol, no obstante, más abrasador es el calor. Lo mismo ocurre con nuestro amor: la ausencia ha puesto distancia entre nosotros; sin embargo, el fervor aumenta, al menos por mi parte. Espero lo mismo de vos, asegurándoos que en mi caso la angustia de la ausencia es tan grande que sería intolerable si no fuera por la firme esperanza que tengo en vuestro afecto imperecedero por mí. Para recordároslo y porque no puedo estar en persona en vuestra presencia, os envío la cosa que se aproxima lo máximo posible, es decir, mi retrato, y el objeto, que ya conocéis, dispuesto en un brazalete, deseando estar en su lugar cuando os plazca. De la mano de vuestro sirviente y amigo,

E. R.


Fuente: "Los grandes hombres también hablan de amor", de Ursula Doyle. Emecé Editores, 2010.

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De Ana Bolena a Enrique VIII


Señor

Corresponde solamente a la augusta mente de un gran rey, a quien la naturaleza ha dado un corazón lleno de generosidad hacia mi sexo, compensar con favores tan extraordinarios una conversación ingenua y corta con una muchacha. Inagotable como es el tesoro de generosidad de su majestad, le ruego considerar que pueda no ser suficiente para su generosidad; porque, si usted recompensa tan leve conversación por regalos tan grandes, ¿qué podrá usted hacer por los que están listos consagrar su obediencia entera a sus deseos? Cuán grandes pueden ser los obsequios que he recibido, y la alegría que siento por ser amada por un rey a quien adoro, y a quien con placer sacrificaría mi corazón. Si la fortuna lo ha hecho digno de ofrecerlo, estaré infinitamente agradecida. El mandato de dama de honor de la reina me induce a pensar que su majestad tiene cierta estima por mí, y puesto que mi ocupación me da medios de verle frecuentemente, podré asegurarle por mis propios labios (lo cual haré en la primera oportunidad) que soy la más atenta y obediente sierva de su majestad, sin ninguna reserva


Ana Bolena.


Verano de 1526





Al poco tiempo, Enrique VIII, enamorado de ella, rompió su matrimonio con Catalina de Aragón, y se casó con Ana Bolena en 1533. Tres años más tarde, la encerró en la Torre de Londres acusada de adulterio, incesto y traición (está extensamente asumido el haber sido inocente de los cargos). Fue decapitada en el mes de mayo.

Fuente: AtravesdeLuniberto

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