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11 agosto 2007

Cartas de Franz Kafka a Milena Jesenská

Milena Jesenská tomó contacto postal con Franz Kafka cuando tenía 23 años, pidiéndole autorización para traducir un libro suyo al checo. Ese fue el inicio de una relación que Franz cortó en el 1923. De todas formas, siempre fue una relación sin futuro: la tuberculosis se interponía entre ambos, y Franz estaba sacudido por una serie de miedos, entre ellos miedo al sexo. Aquí tomamos contacto con parte de aquella historia entre ambos.


Sin fecha

Sábado por la noche.

Aún no he recibido la carta amarilla, te la devolveré sin abrir. Me lamentaría el resto de mi vida si la idea de no escribirnos más no fuera la más correcta. Mas no me equivoco, Milena. No quiero seguir hablando de ti, no porque no sea asunto mío, sí lo es; pero sencillamente no quiero hablar de ello. Así que hablemos de mí: lo que tú eres para mí, Milena, lo que eres para mí más allá de todo el mundo en que ambos vivimos, eso no lo encontrarás en los papeluchos diarios que te he escrito. Esas cartas, tales como son, solo sirven para atormentarse, y cuando no atormentan es peor todavía. No sirven de nada, salvo para crear un día, en Gmün, malentendidos, humillaciones, humillaciones casi perpetuas. Quiero verte tan nítidamente como aquella primera vez en la calle, pero las cartas distorsionan tu imagen aún más que el bullicio de la calle L. Pero todo esto no es importante comparado con mi impotencia, una impotencia que las cartas hacen crecer, la impotencia de llegar al fondo de estas; impotencia tanto en lo que se refiere a ti como en lo que se refiere a mí -mil cartas tuyas y mil deseos míos no podrían negarlo-, y lo decisivo es la voz irresistiblemente fuerte, por así decir tu voz (quizá a causa de mi misma impotencia, aunque aquí todos los motivos quedan poco definidos), que me pide que calle. Y sin embargo todo lo que a ti se refiere queda en el aire, borroso, aunque aparezca en la mayoría de tus cartas (quizá también en la amarilla, o más bien: aparece en el telegrama en que me pides que te devuelva la carta, con todo derecho, claro), a menudo en esas fases que me inspiran miedo y que eludo como el diablo evita los lugares sagrados. Es verdad, también yo quería telegrafiarte, pensé largamente en ello, en cama por la tarde, en el Belvedere por la noche; pero solo me preocupaba el texto: finalmente me pareció que implicaba una odiosa e injustificada desconfianza y al final no lo hice.

Aquí estoy, sentado frente a esta carta, sin nada más que hacer, a la una y media de la madrugada; mirando sus palabras y viéndote a través de ellas. A veces, no en sueños, se me aparece esta visión: tienes la cara cubierta por el pelo, consigo separarlo y apartarlo hacia ambos lados, aparece tu cara, mis dedos recorren tu frente y tus sienes y al fin he conseguido retener tu rostro entre mis manos.

Lunes

Quise romper esta carta, no mandarla, no contestar a tu telegrama, los telegramas son tan fríos, pero ahora además tengo la tarjeta y la carta, esa tarjeta, esa carta. (…) Callar es la única manera de vivir, en todas partes. Con tristeza, de acuerdo, pero ¿eso qué importa? Así el sueño es más infantil y más profundo. Pero el tormento es como un arado que surca el sueño -y el día-, se vuelve insoportable.

Miércoles

No hay ley que me prohíba escribirte una vez más y agradecerte esta carta donde aparece lo más hermoso seguramente que has escrito nunca, ese “Yo sé que tú me…”.

Aparte de eso, no hace mucho que estabas de acuerdo conmigo sobre la conveniencia de no escribirnos; que precisamente yo lo haya propuesto se trata simplemente de una casualidad, ya que del mismo modo habrías podido proponerlo tú. Y como estamos de acuerdo, no es necesario explicar por qué es conveniente que no nos escribamos más. (…)

(…) Esta carta no es una despedida, solo lo sería si la fuerza de la gravedad que me acosa constantemente me arrastrara para siempre contigo.

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¿De dónde habrá surgido la idea de que las personas pueden comunicarse mediante cartas? Uno puede pensar en una persona distante y puede tocar a una persona cercana; todo lo demás queda más allá de las fuerzas humanas. Escribir cartas, sin embargo, significa desnudarse ante los fantasmas, que las esperan con avidez. Los besos por escrito no llegan a su destino, se los beben por el camino los fantasmas. Con este abundante alimento se multiplican en forma desmesurada. La humanidad lo percibe y lucha por evitarlo. Y para eliminar en lo posible lo fantasmal entre las personas y lograr una comunicación natural, para recuperar la paz de las almas, ha inventado el ferrocarril, el automóvil, el aeroplano. Pero ya es tarde: son evidentemente inventos hechos en el momento del desastre. El bando opuesto es tanto más calmo y poderoso; después del correo inventó el telégrafo, el teléfono, la radio. Los fantasmas no se morirán de hambre, y nosotros, en cambio, pereceremos.



Fuente: Cartas a Milena, Franz Kafka. Ed. Alianza. 1998

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