Mucho antes de la batalla de Lepanto, nuestro eximio escritor aún muy joven, mató, en duelo con espada, a un tal Antonio de Sigura, conocido por la posteridad gracias a su deceso con Cervantes. Don Miguel fue condenado por la justicia española a ser amputado de la mano derecha y a diez años de cárcel por lo que huyó a Italia, permaneciendo allí cinco o seis años, uno de los cuales residió en Sicilia. Personalmente hice, el año pasado, un viaje que cubrió los sitios mencionados, pero los consulados se abren en octubre y yo estuve en septiembre. Por otra parte me he comunicado, vía internet, con el Instituto Cervantes, que me mandó la carta –inédita–que a continuación (vía mi amiga la doctora Teresa del Conde) envío a La Jornada Semanal, para información de los cervantistas que no la conozcan. Por mi parte escribo ahora un opúsculo intitulado Cervantes en Italia.
Solía decir aquel tan gran Príncipe de la elocuencia romana (Tulio digo), que no había en el mundo cosa más contraria a la razón y a la constancia que la Fortuna, queriéndonos dar a entender que de ella estaban pendientes todos los acaecimientos que sobrevenir pudieran a los humanos. Semejantes a las cartas de Urías son las acciones nuestras, porque ellas solas labran nuestra desdicha; y ser esto verdad muy recibida de los más doctos varones y más sabios de la antigüedad latina, pruébalo Juvenal cuando dice que ninguno daría culto a la engañosa deidad de la Fortuna, si nosotros tuviéramos buen seso y prudencia, ya que para bien suyo y daño de nosotros nuestra mucha locura y poco saber la había hecho diosa.
Por muy fino disparate y por un viejo abuso canonizado por sus siervos los ambiciosos, he hasta agora tenido este idolatrar las gentes en la Fortuna, y aun a los tales los tuve por bobos como si vivieran en Bamba. Mas ya se han trocado los años; y ansí como aquel a quien tanto han amilanado las desventuras y el verse acabado y consumido de largas enfermedades, de las muchas navidades que ha vivido, y a más de la pobreza, último récipe de aquella tan mudable dama, dije: "A buen tiempo venís, desengaño. Antes me atrevería a hacer doméstica una fiera que dejar de adorar a la Fortuna: solicitaré su favor, pues imagino que esperallo della sin ruegos, es pedir peras al olmo o cerezas al cardo. Al hombre que della no fuere rendido esclavo, abridle la huesa, dalde por muerto, córtenle los lutos: alcanzar las dichas y el término redondo y fin de sus dolencias, agrillas serán. Afuera tristezas, afuera querellas, afuera sospiros: no vivamos más en la casa lóbrega de Lazarillo de Tormes; pues así pasa."
Puédese a voz viva publicar por el universo que ella no da favor más que a aquéllos que afeitan la fealdad de su mal vivir con mucho artificio. A éstos da oídos con gran llaneza y afabilidad: alienta a los inorantes para que se gallardeen con su mesma inorancia, saca sanos de todas las pendencias a los perdonavidas y manjaferros, dineros da al que de puro miserable y mezquino es un pan y ensalada, a los entremetidos y trafalnejas les da materia en que cebar sus deseos de bollicio, a los lebrones da cabida en el mundo como si fueran valientes, a los grajos les facilita ajenos oídos que escuchen sus parlerías, los Pedros de Ordimalas encuentran por ella felicidad en sus engaños y cautelas, los Satumos hallan melancolías con que más entristecerse, en sus dobleces y malos tratos alcanzan ventura los cuescos matreros, los nonadies tienen autoridad de hombres aptos para todo linaje de ejercicios, los borceguíes sin soletas y los tragamallas hallan siempre manjares que les aviven y despierten el apetito y no cansada glotonería. Mucho es de sentir que tan corrompido ande el mundo por el buen parecer de Doña Fortuna. Los hombres todos, como si jugasen con ella al juego de la carteta, no hacen otra cosa que pensar en el encuentro, en el azar, en el llevar, en el reparo, en el falso topa.
Pues vuestra merced, que florece en la agudeza del ingenio y en el donaire en el decir, deberá de haber experimentado esto que digo: vuestro Ingenioso Hidalgo D. Quijote corre con tanto aplauso por las naciones extranjeras, en compañía de mi Atalaya de la vida, siendo los dos más estimados libros que de poco acá se han compuesto. Es así. Iguales fuimos en el echar en plaza las llagas casi incurables de los mortales (aunque se abrase la envidia); iguales también fuimos y somos en las desdichas. ¿Queréislo ver? Pues considerad que tenemos por patria (si dijera mejor madrastra) a una tan cruel enemiga que de todo cuida menos del premio de los ingenios. ¡Oh necia, necia y mil veces necia! Pero mejor fuera decir, ¡oh loco, loco y mil veces loco, que no imaginabas que también en el ingenio tenía jurisdicción la Fortuna! Engañado he sido, y aún pudiera decir que escarmentado, si tan tarde y tan fuera de sazón y de tiempo no viniera el escarmiento.
Decidme, ¿qué piensa el mundo de los que siguen el ejercicio de las letras? ¿No imaginan que es llevar agua al molino, escribir libros para alumbrar los ciegos entendimientos de los inorantes? ¿No tienen por pequeño trabajo como si fuera el perejil de Juan de Mena tanto estudiar, tanto aprender, tan poco dormir?
Determinado estoy de seguir nueva senda que me lleve al puerto de mi ventura; por eso he hablado conmigo diciendo: "Ya poco habré de vivir: niño fui, mozo he sido, viejo soy, ¿qué me resta de vida?, ¿qué he aprovechado?, ¿de qué hacienda gozarán mis hijos? Nada en suma. Pues alto: vamos, como suele decirse en Salamanca, a Tuta que es tierra de limosna. Vamos a Nueva España, a ver si en ella no me persiguen con sus lenguas, para labrar mi descrédito, los maldicientes murmuradores de mis escritos, que me hacen tanto mal como si fueran maldiciones de Salaya. Ya es la tardanza cosa pesada: los méritos no se conocen en el mundo sino tarde y mal, y así se premian: la Fortuna ha sido para mí como la justicia de Peralvillo, que en la primera audiencia mandaba asaetear un hombre, y desque el triste moría de tan mala muerte, comenzaba a hacerle el proceso."
Pues por la estimación que vuestro libro ha conseguido, me persuado que muy cerca estáis de hartas desdichas, y paréceme que os cogerán muy desapercibido. No hacéis leña en buen monte, por eso yo me parto a lejas tierras; en éstas zúñenme los oídos. Y como si fuera yo hombre indigno y de poco valor y merecimiento, me desestima el vulgo de mi patria. Sea ansí; que por eso como la vejez no me permite morir como valiente con heridas en el pecho y honrosas, dadas por fuerte mano, y he de morir en las blanduras y sosiego de mi lecho, quiero que se diga que perdí el cacarear a la llana de Carrasa, y no con los cuidados y sobresaltos que lleva consigo el hombre que se parte desta engañosa vida, dejando por herencia a sus hijos la pobreza con pequeña hacienda y con deudas.
Vuestra merced, señor Cervantes, si no quiere ser despojo de Fortuna, hágase su servidor y captivo, siga mis pisadas, que ellas le llevarán a un morir más descansado lejos de la envidia de aquéllos que para nos herir tienen más libre, más suelta, más ligera, más desembarazada y más presta la lengua que el mesmo pensamiento, y aun más afilada que navaja para cortar las vidas y los escritos de otros. Fácil me es ya el huir: no hay cosa tan dificultosa que con buena diligencia no se consiga. Con el huir de mis invidiosos, podré decir en salvo está el que repica. No me azotaron, pero diéronme un jubón muy justo a raíz de las espaldas. Estoy a punto de volvérseme el juicio con los enredos de aquellos deslenguados. No es la vida de el leal mas de en cuanto quiere el traidor. Por vosotros, emponzoñadas víboras, se suele decir: Al facer ni can. Bastantes años me habéis traído a la melena y con el agua a la gola. Cansado estoy de buscar la gandaya y de hallarla. Por eso, acordándome de aquel antiguo cantar que ansí escomienza,
Velador que el castillo velas,
vélale bien y mira por ti;
que velando en él, me perdí.
me parto a Méjico en busca de la fortuna que hasta ahora huye de mí; y no me será fácil toparla por estas tierras aunque la busque con linterna flamenca. Y es ansí, porque como ya soy viejo y no mozo de buen aire y tengo la cara adornada de perigallos, esa dama tan esquiva se ausenta de mis ojos. Guarde Dios muchos y dilatados años, señor Cervantes, la vida de vuestra merced, para que ponga término a la segunda parte del Ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha. El mundo todo lo espera y lo desea, y yo más que ninguno, como tan amigo y servidor que soy de vuestra merced.
De Sevilla, a 20 de abril del año de 1607.
Mateo Alemán.
Mateo Alemán fue el autor de la novela picaresca El Pícaro Guzmán de Alfarache
Solía decir aquel tan gran Príncipe de la elocuencia romana (Tulio digo), que no había en el mundo cosa más contraria a la razón y a la constancia que la Fortuna, queriéndonos dar a entender que de ella estaban pendientes todos los acaecimientos que sobrevenir pudieran a los humanos. Semejantes a las cartas de Urías son las acciones nuestras, porque ellas solas labran nuestra desdicha; y ser esto verdad muy recibida de los más doctos varones y más sabios de la antigüedad latina, pruébalo Juvenal cuando dice que ninguno daría culto a la engañosa deidad de la Fortuna, si nosotros tuviéramos buen seso y prudencia, ya que para bien suyo y daño de nosotros nuestra mucha locura y poco saber la había hecho diosa.
Por muy fino disparate y por un viejo abuso canonizado por sus siervos los ambiciosos, he hasta agora tenido este idolatrar las gentes en la Fortuna, y aun a los tales los tuve por bobos como si vivieran en Bamba. Mas ya se han trocado los años; y ansí como aquel a quien tanto han amilanado las desventuras y el verse acabado y consumido de largas enfermedades, de las muchas navidades que ha vivido, y a más de la pobreza, último récipe de aquella tan mudable dama, dije: "A buen tiempo venís, desengaño. Antes me atrevería a hacer doméstica una fiera que dejar de adorar a la Fortuna: solicitaré su favor, pues imagino que esperallo della sin ruegos, es pedir peras al olmo o cerezas al cardo. Al hombre que della no fuere rendido esclavo, abridle la huesa, dalde por muerto, córtenle los lutos: alcanzar las dichas y el término redondo y fin de sus dolencias, agrillas serán. Afuera tristezas, afuera querellas, afuera sospiros: no vivamos más en la casa lóbrega de Lazarillo de Tormes; pues así pasa."
Puédese a voz viva publicar por el universo que ella no da favor más que a aquéllos que afeitan la fealdad de su mal vivir con mucho artificio. A éstos da oídos con gran llaneza y afabilidad: alienta a los inorantes para que se gallardeen con su mesma inorancia, saca sanos de todas las pendencias a los perdonavidas y manjaferros, dineros da al que de puro miserable y mezquino es un pan y ensalada, a los entremetidos y trafalnejas les da materia en que cebar sus deseos de bollicio, a los lebrones da cabida en el mundo como si fueran valientes, a los grajos les facilita ajenos oídos que escuchen sus parlerías, los Pedros de Ordimalas encuentran por ella felicidad en sus engaños y cautelas, los Satumos hallan melancolías con que más entristecerse, en sus dobleces y malos tratos alcanzan ventura los cuescos matreros, los nonadies tienen autoridad de hombres aptos para todo linaje de ejercicios, los borceguíes sin soletas y los tragamallas hallan siempre manjares que les aviven y despierten el apetito y no cansada glotonería. Mucho es de sentir que tan corrompido ande el mundo por el buen parecer de Doña Fortuna. Los hombres todos, como si jugasen con ella al juego de la carteta, no hacen otra cosa que pensar en el encuentro, en el azar, en el llevar, en el reparo, en el falso topa.
Pues vuestra merced, que florece en la agudeza del ingenio y en el donaire en el decir, deberá de haber experimentado esto que digo: vuestro Ingenioso Hidalgo D. Quijote corre con tanto aplauso por las naciones extranjeras, en compañía de mi Atalaya de la vida, siendo los dos más estimados libros que de poco acá se han compuesto. Es así. Iguales fuimos en el echar en plaza las llagas casi incurables de los mortales (aunque se abrase la envidia); iguales también fuimos y somos en las desdichas. ¿Queréislo ver? Pues considerad que tenemos por patria (si dijera mejor madrastra) a una tan cruel enemiga que de todo cuida menos del premio de los ingenios. ¡Oh necia, necia y mil veces necia! Pero mejor fuera decir, ¡oh loco, loco y mil veces loco, que no imaginabas que también en el ingenio tenía jurisdicción la Fortuna! Engañado he sido, y aún pudiera decir que escarmentado, si tan tarde y tan fuera de sazón y de tiempo no viniera el escarmiento.
Decidme, ¿qué piensa el mundo de los que siguen el ejercicio de las letras? ¿No imaginan que es llevar agua al molino, escribir libros para alumbrar los ciegos entendimientos de los inorantes? ¿No tienen por pequeño trabajo como si fuera el perejil de Juan de Mena tanto estudiar, tanto aprender, tan poco dormir?
Determinado estoy de seguir nueva senda que me lleve al puerto de mi ventura; por eso he hablado conmigo diciendo: "Ya poco habré de vivir: niño fui, mozo he sido, viejo soy, ¿qué me resta de vida?, ¿qué he aprovechado?, ¿de qué hacienda gozarán mis hijos? Nada en suma. Pues alto: vamos, como suele decirse en Salamanca, a Tuta que es tierra de limosna. Vamos a Nueva España, a ver si en ella no me persiguen con sus lenguas, para labrar mi descrédito, los maldicientes murmuradores de mis escritos, que me hacen tanto mal como si fueran maldiciones de Salaya. Ya es la tardanza cosa pesada: los méritos no se conocen en el mundo sino tarde y mal, y así se premian: la Fortuna ha sido para mí como la justicia de Peralvillo, que en la primera audiencia mandaba asaetear un hombre, y desque el triste moría de tan mala muerte, comenzaba a hacerle el proceso."
Pues por la estimación que vuestro libro ha conseguido, me persuado que muy cerca estáis de hartas desdichas, y paréceme que os cogerán muy desapercibido. No hacéis leña en buen monte, por eso yo me parto a lejas tierras; en éstas zúñenme los oídos. Y como si fuera yo hombre indigno y de poco valor y merecimiento, me desestima el vulgo de mi patria. Sea ansí; que por eso como la vejez no me permite morir como valiente con heridas en el pecho y honrosas, dadas por fuerte mano, y he de morir en las blanduras y sosiego de mi lecho, quiero que se diga que perdí el cacarear a la llana de Carrasa, y no con los cuidados y sobresaltos que lleva consigo el hombre que se parte desta engañosa vida, dejando por herencia a sus hijos la pobreza con pequeña hacienda y con deudas.
Vuestra merced, señor Cervantes, si no quiere ser despojo de Fortuna, hágase su servidor y captivo, siga mis pisadas, que ellas le llevarán a un morir más descansado lejos de la envidia de aquéllos que para nos herir tienen más libre, más suelta, más ligera, más desembarazada y más presta la lengua que el mesmo pensamiento, y aun más afilada que navaja para cortar las vidas y los escritos de otros. Fácil me es ya el huir: no hay cosa tan dificultosa que con buena diligencia no se consiga. Con el huir de mis invidiosos, podré decir en salvo está el que repica. No me azotaron, pero diéronme un jubón muy justo a raíz de las espaldas. Estoy a punto de volvérseme el juicio con los enredos de aquellos deslenguados. No es la vida de el leal mas de en cuanto quiere el traidor. Por vosotros, emponzoñadas víboras, se suele decir: Al facer ni can. Bastantes años me habéis traído a la melena y con el agua a la gola. Cansado estoy de buscar la gandaya y de hallarla. Por eso, acordándome de aquel antiguo cantar que ansí escomienza,
Velador que el castillo velas,
vélale bien y mira por ti;
que velando en él, me perdí.
me parto a Méjico en busca de la fortuna que hasta ahora huye de mí; y no me será fácil toparla por estas tierras aunque la busque con linterna flamenca. Y es ansí, porque como ya soy viejo y no mozo de buen aire y tengo la cara adornada de perigallos, esa dama tan esquiva se ausenta de mis ojos. Guarde Dios muchos y dilatados años, señor Cervantes, la vida de vuestra merced, para que ponga término a la segunda parte del Ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha. El mundo todo lo espera y lo desea, y yo más que ninguno, como tan amigo y servidor que soy de vuestra merced.
De Sevilla, a 20 de abril del año de 1607.
Mateo Alemán.
Mateo Alemán fue el autor de la novela picaresca El Pícaro Guzmán de Alfarache
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