Venecia, 3 de Septiembre.
Ayer te escribí así como nuestra amiga. Hasta tal punto estuve absorbido por mi viaje y por mi ini instalación. En adelante llevaré mi diario con regularidad. Hice el trayecto por el Simplón. Las montañas, sobre todo el valle de Wallis, me causaron un sensación de agotamiento. He pasado bellos momentos sobre la terraza de la Isola Bella. Era una mañana admirablemente soleada. Yo conocía el sitio y despedí inmediatamente al jardinero para quedarme solo. Una bella calma, una singular elevación se apoderaron de mí: Era demasiado espléndido para que aquello durase mucho tiempo. Pero lo que me transportaba, lo que estaba cerca de mí y en mí, eso persistía: la dicha de ser amado de ti. Pasé la noche en Milán. El 29 de agosto por la tarde, llegué a Venecia. Durante el recorrido del Gran-Canal hasta la Piazzetta, impresión de grave melancolía: grandeza, belleza y decadencia, todo junto lo uno a lo otro. Estaba transportado, sin embargo, con soñar que aquí no había prosperidad moderna, por lo tanto tampoco bulliciosa trivialidad. La Plaza de San Marcos me hizo una impresión magnífica. Un mundo lejano, una época vivida. Esta impresión satisface plenamente el deseo de soledad. Nada produce aquí la sensación de la vida real: toda obra objetivamente, como una obra de arte. Quiero quedarme aquí y esta voluntad se cumplirá. Al día siguiente, después de largas incertidumbres, elegí un departamento sobre el Gran-Canal, en un inmenso palacio, en el que estoy por el momento solo. Piezas vastas y grandiosas en las que puedo pasear bien desahogadamente. Como mi instalación debe servir de marco al mecanismo de mi trabajo, tiene para mí mucha importancia y pongo mucho cuidado en arreglarla a mi gusto. He escrito para que me envíen mi salón del palacio. El gran silencio que constituye la verdadera atmósfera del Canal, me dispone a maravilla. Hacia las cinco de la tarde solamente, salgo para ir a comer; después doy un paseo por el jardín público, con una corta parada en la Plaza de San Marcos. Ésta produce un efecto teatral por su carácter particular, y la muchedumbre de sus paseantes que me es completamente desconocida, me deja incluso indiferente, no hace más que divertir mi imaginación. Hacia las nueve vuelo en góndola; enciendo mi lámpara y leo un poco antes de acostarme. Así se desliza mi vida exterior y es lo que me hace falta. Desgraciadamente mi presencia es ya conocida; pero de una vez por todas he dado la orden de no recibir a nadie. Esta soledad, que no es casi posible sino aquí - ¡y tan deliciosamente posible! - me sonríe y acaricia mis esperanzas.
Ayer te escribí así como nuestra amiga. Hasta tal punto estuve absorbido por mi viaje y por mi ini instalación. En adelante llevaré mi diario con regularidad. Hice el trayecto por el Simplón. Las montañas, sobre todo el valle de Wallis, me causaron un sensación de agotamiento. He pasado bellos momentos sobre la terraza de la Isola Bella. Era una mañana admirablemente soleada. Yo conocía el sitio y despedí inmediatamente al jardinero para quedarme solo. Una bella calma, una singular elevación se apoderaron de mí: Era demasiado espléndido para que aquello durase mucho tiempo. Pero lo que me transportaba, lo que estaba cerca de mí y en mí, eso persistía: la dicha de ser amado de ti. Pasé la noche en Milán. El 29 de agosto por la tarde, llegué a Venecia. Durante el recorrido del Gran-Canal hasta la Piazzetta, impresión de grave melancolía: grandeza, belleza y decadencia, todo junto lo uno a lo otro. Estaba transportado, sin embargo, con soñar que aquí no había prosperidad moderna, por lo tanto tampoco bulliciosa trivialidad. La Plaza de San Marcos me hizo una impresión magnífica. Un mundo lejano, una época vivida. Esta impresión satisface plenamente el deseo de soledad. Nada produce aquí la sensación de la vida real: toda obra objetivamente, como una obra de arte. Quiero quedarme aquí y esta voluntad se cumplirá. Al día siguiente, después de largas incertidumbres, elegí un departamento sobre el Gran-Canal, en un inmenso palacio, en el que estoy por el momento solo. Piezas vastas y grandiosas en las que puedo pasear bien desahogadamente. Como mi instalación debe servir de marco al mecanismo de mi trabajo, tiene para mí mucha importancia y pongo mucho cuidado en arreglarla a mi gusto. He escrito para que me envíen mi salón del palacio. El gran silencio que constituye la verdadera atmósfera del Canal, me dispone a maravilla. Hacia las cinco de la tarde solamente, salgo para ir a comer; después doy un paseo por el jardín público, con una corta parada en la Plaza de San Marcos. Ésta produce un efecto teatral por su carácter particular, y la muchedumbre de sus paseantes que me es completamente desconocida, me deja incluso indiferente, no hace más que divertir mi imaginación. Hacia las nueve vuelo en góndola; enciendo mi lámpara y leo un poco antes de acostarme. Así se desliza mi vida exterior y es lo que me hace falta. Desgraciadamente mi presencia es ya conocida; pero de una vez por todas he dado la orden de no recibir a nadie. Esta soledad, que no es casi posible sino aquí - ¡y tan deliciosamente posible! - me sonríe y acaricia mis esperanzas.
¡Sí, tengo la esperanza de sanar por ti! ¡Consérvate para mí, significa aguardarme para mi arte! Vivir con él, para consolarte, he ahí mi fin, he ahí lo que se armoniza con mi naturaleza, mi destino, mi voluntad, mi amor. Así como yo soy para ti, así llegarás tú igualmente a la salud por mí. Aquí se acabará Tristán, a pesar de las tormentas del mundo. Y con él, si yo puedo me volveré, para verte, para consolarte, para hacerte dichosa. Eso se evoca en mí como el más bello, el más sagrado de los deseos. ¡Vamos, valeroso Tristán, vamos, valerosa Isolda! ¡Asistidme, venid al socorro de mi ángel! Aquí cesará de correr vuestra sangre, aquí curarán y se cerrarán las heridas. De aquí sabrá el mundo la alta y noble angustia del más sublime amor, las quejas de las más dolorosas voluptuosidades. Resplandeciendo como un Dios, en salud moral y física, puro, me volverás a ver entonces, a mí, tu humilde amigo.
R.W
R.W
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16 de Septiembre.
Me siento serenado y dispuesto. Tu carta me alegra aún siempre. ¡Qué sensato, bello, encantador, es todo lo que viene de ti! El destino de nuestras personas me es, por decirlo así, indiferente. Es todo tan puro interiormente, se armoniza tan perfectamente con mi ser y la necesidad! Con estos bellos sentimientos quiero volver a empezar mi trabajo y espero el piano de cola. Tristán me costará muchos esfuerzos todavía: Cuando esté acabado, creo que me parecerá que un maravilloso período de mi vida habrá encontrado su conclusión y que elevaré en adelante mi mirada hacia el mundo con calma, claramente, profundamente, como un espíritu renovado y esto que a través del mundo miraré, serás tú. Tal es la razón por la cual experimento un deseo tan vivo de ponerme a trabajar.
Por el momento, tengo una odiosa e interminable correspondencia, que me lleva mucho tiempo; pero siempre eres tú la que me traes el consuelo, y Venecia también me asiste maravillosamente. Por la primera vez respiro esta atmósfera siempre igual, pura y deliciosa; el aspecto magnífico de la ciudad me tiene en un estado de sueño dulcemente melancólico del que experimento aún y siempre el beneficio. Cuando a la tarde voy en góndola al Lido, hay alrededor de mí como esa vibración tierna y prolongada del violín, que tanto amo y a la cual te he comparado un día: puedes ahora imaginarte lo que yo siento al claro de luna sobre el mar.
R.W.
En 1849, Wagner tuvo que exiliarse a Zúrich por su participación en alzamientos revolucionarios. Allí, él y su esposa Minna habían sido invitados por el rico comerciante Otto Wesendonk y su joven esposa Mathilde a mudarse a una de sus mansiones. El amor incipiente de Wagner por Mathilde determinó que interrumpiera la composición de El anillo del Nibelungo y se ocupara intensamente de "Tristán e Isolda", inspirándose en Mathilde para el personaje de Isolda. Entonces, a causa de una carta interceptada, se produjo la ruptura ente Minna y Wagner.
Me siento serenado y dispuesto. Tu carta me alegra aún siempre. ¡Qué sensato, bello, encantador, es todo lo que viene de ti! El destino de nuestras personas me es, por decirlo así, indiferente. Es todo tan puro interiormente, se armoniza tan perfectamente con mi ser y la necesidad! Con estos bellos sentimientos quiero volver a empezar mi trabajo y espero el piano de cola. Tristán me costará muchos esfuerzos todavía: Cuando esté acabado, creo que me parecerá que un maravilloso período de mi vida habrá encontrado su conclusión y que elevaré en adelante mi mirada hacia el mundo con calma, claramente, profundamente, como un espíritu renovado y esto que a través del mundo miraré, serás tú. Tal es la razón por la cual experimento un deseo tan vivo de ponerme a trabajar.
Por el momento, tengo una odiosa e interminable correspondencia, que me lleva mucho tiempo; pero siempre eres tú la que me traes el consuelo, y Venecia también me asiste maravillosamente. Por la primera vez respiro esta atmósfera siempre igual, pura y deliciosa; el aspecto magnífico de la ciudad me tiene en un estado de sueño dulcemente melancólico del que experimento aún y siempre el beneficio. Cuando a la tarde voy en góndola al Lido, hay alrededor de mí como esa vibración tierna y prolongada del violín, que tanto amo y a la cual te he comparado un día: puedes ahora imaginarte lo que yo siento al claro de luna sobre el mar.
R.W.
En 1849, Wagner tuvo que exiliarse a Zúrich por su participación en alzamientos revolucionarios. Allí, él y su esposa Minna habían sido invitados por el rico comerciante Otto Wesendonk y su joven esposa Mathilde a mudarse a una de sus mansiones. El amor incipiente de Wagner por Mathilde determinó que interrumpiera la composición de El anillo del Nibelungo y se ocupara intensamente de "Tristán e Isolda", inspirándose en Mathilde para el personaje de Isolda. Entonces, a causa de una carta interceptada, se produjo la ruptura ente Minna y Wagner.
Fuente: Archivo Wagner
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