Queridos papás:
Conforme escribí a ustedes, salí de Lisboa el 17 del corriente a bordo del vapor William Faucett, y he llegado a esta magnífica capital ayer, después de una navegación algo más lenta de lo regular por los vientos contrarios que hemos tenido y habernos detenido un día en Oporto y otro en Falmoth. He tenido la fortuna de no marearme sino un par de horas el primer día, y en esto he sido el único de todos los pasajeros; persona ha habido que ha venido mala los diez días. París es, indudablemente, al lado de esto, un pueblo mezquino; es imposible dar un paso a pie, y en este sentido puedo decir que no he puesto el pie en Inglaterra; ello es un caño de plata el bolsillo; pero si se paga se disfruta; sin embargo, como este gasto no produciría ningún resultado, y, como, por otra parte, no tengo que hacer aquí, saldré el sábado próximo, 30 de éste, para Calais a bordo de un vapor; llegaré en la noche del 30 al 31; el 31 tomaré la posta allí y llegaré a Ipres por la noche; por consiguiente, el primero de junio tendré el honor de comer con nuestro hombre, si Dios no dispone otra cosa, que no dispondrá. Sospecho que un par de días bastarán para el negocio, salga bien o mal despachado; Inmediatamente escribiré a ustedes el resultado, y si habla su señoría en plata, acompañaré dignamente mi carta; de todos modos, yo no arreglaré nada definitivamente, como no sea de una manera muy ventajosa. Trataré de sacar en el acto todo el partido posible y de fijar plazos para el resto de una manera algo segura.
En consecuencia, pienso estar en Bruselas para el 8 o diez de junio, como llevo excelentes recomendaciones para aquel pueblo y es uno de los más agradables de Europa en la estación del verano, en que van a parar allí las principales familias de Inglaterra y Francia, y me detendré todo el mes de junio y julio, acaso algo más, y me vendré en seguida a pasar el invierno y el otoño en París, donde me encontraré ya probablemente a todos mis amigos de Madrid, honoríficamente emigrados por tercera vez, según se disponen las cosas, gracias a nuestros famosos talentos del año 12. Estos son los triunfos de Vasco de Figueiras. Aquí reina la mayor desesperación con respecto a las cosas de España; basta decir que han bajado nuestros fondos esta semana 22 por ciento, ejemplo inaudito en los fastos de la Bolsa; se espera que pasado mañana se declararán en quiebra, en consecuencia, una porción de las mejores casas españolas o de las del país interesadas en nuestros bonos.
Por mí nada me importa; sólo siento tener hijos y que ustedes no sean ricos y más independientes; en esto soy muy buen cristiano, y como estoy viviendo de milagro desde el año 26, me he acostumbrado siempre a mirar el día de hoy como el último; usted dirá que vuelvo a mis ideas juveniles; yo no sé si algún día pensaré de un modo más alegre; pero aunque esto empezara a suceder mañana, siempre resultaría que había pasado rabiando una tercera parte lo menos de la vida; todavía quedaría por averiguar cuál de las tres es la más importante.
No vayan ustedes a inferir de aquí que estoy de mal humor; no tengo por qué estarlo en el momento; pero hasta ahora no he visto nunca delante de mí un horizonte bueno, y ahora empiezo a verlo malo si triunfa D. Carlos. Esta será la última vez que hable de política en mis cartas, porque pudiera no ser prudente.
¿Saben ustedes algo de mi difunta? No me interesa mucho; pero quisiera saber si ha incomodado a ustedes. ¿Y mis hijos? ¿Saben ustedes que para estar en Navalcarnero, donde no hay grandes distracciones, me escriben ustedes demasiado? Yo, en camino siempre, apenas puedo combinar los correos; si tengo algún influjo con ustedes, les suplicaré que me escriban una vez a la semana y lo más tarde posible. Soy de opinión que la mejor dirección para mis cartas ahora es a Bruselas, con un segundo sobre al ministro de S. M. C. allí o simplemente a mi nombre, pues tanto allí como en París tendré cuidado de ir a ver las listas de la Poste. También es un buen medio para cuando esté en París, un segundo sobre al secretario de nuestra Embajada o al mismo duque de Frías.
Se me olvidó remitir la llave de mi baúl, o, por mejor decir, temí que si la dejaba en Badajoz, el mismo sujeto, que era bueno para remitirle, lo sería también para abrirle; pero ustedes pueden descerrajarle si quieren, conservando con esmero los ejemplares finos encuadernados y sin encuadernar de la colección y del drama, pues quisiera que se remitieran luego a París, donde me podrá convenir mucho hacerlos encuadernar y que me sirvan de pasaporte con algunos literatos franceses que no sepan español; bien encuadernaditos y limpios, y no leyéndolos, siempre le darán a uno un relieve.
Confieso que el aspecto de Londres entristece más que alegra; se ve uno tan pequeño en él, ¡es uno tan nadie! Por otra parte, yo creía que el viajar me distraería de mis disgustos; pero en Madrid, adonde veía diariamente a mis amigos y amigas, donde era obsequiado y tenido en algo, esto mismo no permitía estar siempre enteramente solo; por el contrario, mientras más me alejo, más objetos veo; pero como ninguno de ellos está ligado a mí, no sirven más que para recordarme que estoy solo; en una palabra, estoy en Londres cara a cara conmigo mismo, y este es el mayor trabajo que me podía suceder, porque, a decir la verdad, no me gusto gran cosa.
Paciencia; espero que Bruselas y París me indemnizarán un poco de mi habitual spleen: entretanto, colmen ustedes de besos a Luis y Adela, escríbanme largo y cuenten con el cariño de su amantísimo hijo.
Mariano José de Larra
P. D.- Se me olvidaba decir a ustedes que Brancaan es uno de los primeros hombres de Portugal y pariente de la mujer de Pérez de Castro, nuestro ministro, que me ha colmado de atenciones y bondades.
En Londres paro en Fleet Street, City, Portugal Hotel, que es uno de los buenos, ya que no es de los mejores; me cuesta la habitación sólo tres chelines al día, esto es, quince reales; en Lisboa me costaba veinticuatro reales, pero era mucho mejor, era una de las primeras y la misma que había ocupado nuestro ministro; luego un birlocho de place cuesta aquí un chelín y medio la course, y los ómnibus, medio chelín cada course. En Lisboa me hartaba de ostras, mariscos y buenos vinos por un duro a la comida; aquí viene a costar un duro cada plato y cada sorbo de vino; ir al teatro es como hacerse un frac en Madrid, y se paga a todo inglés que le mire usted a la cara. Anoche, sin embargo, estuve en Convent-Garden y oí una ópera francesa traducida al inglés; en Lisboa siquiera había teatro francés. Las mujeres son diosas. Los hombres, marmotas.
Conforme escribí a ustedes, salí de Lisboa el 17 del corriente a bordo del vapor William Faucett, y he llegado a esta magnífica capital ayer, después de una navegación algo más lenta de lo regular por los vientos contrarios que hemos tenido y habernos detenido un día en Oporto y otro en Falmoth. He tenido la fortuna de no marearme sino un par de horas el primer día, y en esto he sido el único de todos los pasajeros; persona ha habido que ha venido mala los diez días. París es, indudablemente, al lado de esto, un pueblo mezquino; es imposible dar un paso a pie, y en este sentido puedo decir que no he puesto el pie en Inglaterra; ello es un caño de plata el bolsillo; pero si se paga se disfruta; sin embargo, como este gasto no produciría ningún resultado, y, como, por otra parte, no tengo que hacer aquí, saldré el sábado próximo, 30 de éste, para Calais a bordo de un vapor; llegaré en la noche del 30 al 31; el 31 tomaré la posta allí y llegaré a Ipres por la noche; por consiguiente, el primero de junio tendré el honor de comer con nuestro hombre, si Dios no dispone otra cosa, que no dispondrá. Sospecho que un par de días bastarán para el negocio, salga bien o mal despachado; Inmediatamente escribiré a ustedes el resultado, y si habla su señoría en plata, acompañaré dignamente mi carta; de todos modos, yo no arreglaré nada definitivamente, como no sea de una manera muy ventajosa. Trataré de sacar en el acto todo el partido posible y de fijar plazos para el resto de una manera algo segura.
En consecuencia, pienso estar en Bruselas para el 8 o diez de junio, como llevo excelentes recomendaciones para aquel pueblo y es uno de los más agradables de Europa en la estación del verano, en que van a parar allí las principales familias de Inglaterra y Francia, y me detendré todo el mes de junio y julio, acaso algo más, y me vendré en seguida a pasar el invierno y el otoño en París, donde me encontraré ya probablemente a todos mis amigos de Madrid, honoríficamente emigrados por tercera vez, según se disponen las cosas, gracias a nuestros famosos talentos del año 12. Estos son los triunfos de Vasco de Figueiras. Aquí reina la mayor desesperación con respecto a las cosas de España; basta decir que han bajado nuestros fondos esta semana 22 por ciento, ejemplo inaudito en los fastos de la Bolsa; se espera que pasado mañana se declararán en quiebra, en consecuencia, una porción de las mejores casas españolas o de las del país interesadas en nuestros bonos.
Por mí nada me importa; sólo siento tener hijos y que ustedes no sean ricos y más independientes; en esto soy muy buen cristiano, y como estoy viviendo de milagro desde el año 26, me he acostumbrado siempre a mirar el día de hoy como el último; usted dirá que vuelvo a mis ideas juveniles; yo no sé si algún día pensaré de un modo más alegre; pero aunque esto empezara a suceder mañana, siempre resultaría que había pasado rabiando una tercera parte lo menos de la vida; todavía quedaría por averiguar cuál de las tres es la más importante.
No vayan ustedes a inferir de aquí que estoy de mal humor; no tengo por qué estarlo en el momento; pero hasta ahora no he visto nunca delante de mí un horizonte bueno, y ahora empiezo a verlo malo si triunfa D. Carlos. Esta será la última vez que hable de política en mis cartas, porque pudiera no ser prudente.
¿Saben ustedes algo de mi difunta? No me interesa mucho; pero quisiera saber si ha incomodado a ustedes. ¿Y mis hijos? ¿Saben ustedes que para estar en Navalcarnero, donde no hay grandes distracciones, me escriben ustedes demasiado? Yo, en camino siempre, apenas puedo combinar los correos; si tengo algún influjo con ustedes, les suplicaré que me escriban una vez a la semana y lo más tarde posible. Soy de opinión que la mejor dirección para mis cartas ahora es a Bruselas, con un segundo sobre al ministro de S. M. C. allí o simplemente a mi nombre, pues tanto allí como en París tendré cuidado de ir a ver las listas de la Poste. También es un buen medio para cuando esté en París, un segundo sobre al secretario de nuestra Embajada o al mismo duque de Frías.
Se me olvidó remitir la llave de mi baúl, o, por mejor decir, temí que si la dejaba en Badajoz, el mismo sujeto, que era bueno para remitirle, lo sería también para abrirle; pero ustedes pueden descerrajarle si quieren, conservando con esmero los ejemplares finos encuadernados y sin encuadernar de la colección y del drama, pues quisiera que se remitieran luego a París, donde me podrá convenir mucho hacerlos encuadernar y que me sirvan de pasaporte con algunos literatos franceses que no sepan español; bien encuadernaditos y limpios, y no leyéndolos, siempre le darán a uno un relieve.
Confieso que el aspecto de Londres entristece más que alegra; se ve uno tan pequeño en él, ¡es uno tan nadie! Por otra parte, yo creía que el viajar me distraería de mis disgustos; pero en Madrid, adonde veía diariamente a mis amigos y amigas, donde era obsequiado y tenido en algo, esto mismo no permitía estar siempre enteramente solo; por el contrario, mientras más me alejo, más objetos veo; pero como ninguno de ellos está ligado a mí, no sirven más que para recordarme que estoy solo; en una palabra, estoy en Londres cara a cara conmigo mismo, y este es el mayor trabajo que me podía suceder, porque, a decir la verdad, no me gusto gran cosa.
Paciencia; espero que Bruselas y París me indemnizarán un poco de mi habitual spleen: entretanto, colmen ustedes de besos a Luis y Adela, escríbanme largo y cuenten con el cariño de su amantísimo hijo.
Mariano José de Larra
P. D.- Se me olvidaba decir a ustedes que Brancaan es uno de los primeros hombres de Portugal y pariente de la mujer de Pérez de Castro, nuestro ministro, que me ha colmado de atenciones y bondades.
En Londres paro en Fleet Street, City, Portugal Hotel, que es uno de los buenos, ya que no es de los mejores; me cuesta la habitación sólo tres chelines al día, esto es, quince reales; en Lisboa me costaba veinticuatro reales, pero era mucho mejor, era una de las primeras y la misma que había ocupado nuestro ministro; luego un birlocho de place cuesta aquí un chelín y medio la course, y los ómnibus, medio chelín cada course. En Lisboa me hartaba de ostras, mariscos y buenos vinos por un duro a la comida; aquí viene a costar un duro cada plato y cada sorbo de vino; ir al teatro es como hacerse un frac en Madrid, y se paga a todo inglés que le mire usted a la cara. Anoche, sin embargo, estuve en Convent-Garden y oí una ópera francesa traducida al inglés; en Lisboa siquiera había teatro francés. Las mujeres son diosas. Los hombres, marmotas.
Larra fue periodista, crítico satírico y literario, y escritor costumbrista. Publica en prensa más de doscientos artículos a lo largo de tan sólo ocho años. Impulsa así el desarrollo del género ensayístico. Escribe bajo los seudónimos Fígaro, Duende, Bachiller y El pobrecito hablador. El verdadero y gran amor de Larra será la bella Dolores Armijo, casada con el hijo de un abogado. Esta relación fue muy tormentosa, hasta casi el final de sus días. El 13 de febrero de 1837, tras comunicarle Dolores que iba a volver con su esposo y que no quería saber nada de él, Larra se pega un tiro en la cabeza. Tenía 28 años.
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