Florencia, 1 de marzo de 1877
Quiero responder a su pregunta. Sí, hay un programa en mi sinfonía, es decir puede expresarse en palabras lo que he intentado decir con mi música. (…) la Introducción, Andante sostenuto, es el germen de toda la sinfonía, sin duda la idea esencial. Es el destino, la fuerza inexorable que impide alcanzar nuestros anhelos, que nos persigue como una espada de Damocles y que se opone a nuestra felicidad. Es invencible y a nosotros sólo nos queda su aceptación y el lamento inconsolable.
Nadezhda fue un amor absolutamente platónico y, por unos años, decisivo en la vida y la obra del compositor. Fue una dama de la alta sociedad rusa, diez años mayor que Tchaikovsky, amante del arte, muy especialmente de la música, viuda y dueña de una gran fortuna. Su relación con Tchaikovsky fue muy peculiar. Por mutuo acuerdo nunca llegaron a verse ni a hablarse, pero mantuvieron una abundante correspondencia. Esta amistad duró trece años, de 1876 a 1889, y durante ellos el compositor disfrutó de la generosa protección de su mecenas en forma tanto de dinero (en pagos mensuales al principio y luego anuales) como de la cesión de sus palacios y el servicio para que pudiese componer en el mejor entorno posible. La relación entre ellos terminó, al parecer, por los rumores que le llegaron a Nadezhda (rumores que eran ciertos) acerca de la homosexualidad de su protegido, algo que ella no pudo superar. El golpe recibido fue más fuerte que su admiración por el genio.
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Quiero responder a su pregunta. Sí, hay un programa en mi sinfonía, es decir puede expresarse en palabras lo que he intentado decir con mi música. (…) la Introducción, Andante sostenuto, es el germen de toda la sinfonía, sin duda la idea esencial. Es el destino, la fuerza inexorable que impide alcanzar nuestros anhelos, que nos persigue como una espada de Damocles y que se opone a nuestra felicidad. Es invencible y a nosotros sólo nos queda su aceptación y el lamento inconsolable.
Nadezhda fue un amor absolutamente platónico y, por unos años, decisivo en la vida y la obra del compositor. Fue una dama de la alta sociedad rusa, diez años mayor que Tchaikovsky, amante del arte, muy especialmente de la música, viuda y dueña de una gran fortuna. Su relación con Tchaikovsky fue muy peculiar. Por mutuo acuerdo nunca llegaron a verse ni a hablarse, pero mantuvieron una abundante correspondencia. Esta amistad duró trece años, de 1876 a 1889, y durante ellos el compositor disfrutó de la generosa protección de su mecenas en forma tanto de dinero (en pagos mensuales al principio y luego anuales) como de la cesión de sus palacios y el servicio para que pudiese componer en el mejor entorno posible. La relación entre ellos terminó, al parecer, por los rumores que le llegaron a Nadezhda (rumores que eran ciertos) acerca de la homosexualidad de su protegido, algo que ella no pudo superar. El golpe recibido fue más fuerte que su admiración por el genio.
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1878
Toqué el primer movimiento ¡Ni una palabra ni la más mínima observación! ¡Si tú sabes cuán estúpida e intolerable resulta la situación de un hombre que cocina un rico plato y lo sirve a un amigo que procede a comerlo en silencio! ¡Lo que hubiera dado por tener al menos un amistoso ataque, incluso una palabra de simpatía, por Dios, ya que no había elogio! Rubinstein estaba juntando su tormenta y Hubert aguardaba para ver lo que pasaba y si hubiese cualquier razón para inclinarse hacia uno u otro lado. Yo no quería de ningún modo, frases referentes al aspecto artístico. Lo que necesitaba eran observaciones relacionadas con la cuestión técnica del virtuosismo. El silencio elocuente de R(ubinstein) tenía el más grande significado. Parecía estar diciendo: Amigo mío ¿cómo puedo hablar de los detalles cuando el todo me resulta antipático? Me armé de paciencia y toqué hasta el final. Silencio todavía. Me levanté y pregunté: ¿Y bien? Entonces surgió un torrente de la boca de Nikolai Grigorievich, al principio suave, luego creciendo más y más hasta llegar al sonido de un Júpiter tonante. Resultó que mi concierto era intocable y despreciable; los pasajes eran tan fragmentados, tan torpes, tan mal escritos que no tenía salvación, la obra en si era mala, vulgar, en algunos lugares había plagiado a diversos compositores; solamente valía la pena rescatar dos o, quizá, tres páginas; el resto debía ser arrojado a la basura o compuesto por completo de nuevo. ‘Aquí, por ejemplo, esto, ¿qué es todo aquello?’ (decía él mientras caricaturizaba mi música en el piano). ¿Y esto? ¿Cómo podría nadie? …’ etc., etc. Lo más importante, que no puedo reproducir, es en tono en que pronunciaba todo ello. En una palabra, un testigo imparcial que hubiera estado en el cuarto habría pensado que yo era un loco, un infeliz estúpido y sin talento que había tenido la audacia de mostrar su basura ante un músico eminente. Hubert había percibido mi obstinado silencio y estaba verdaderamente atónito de que una felpa de tales proporciones fuera propinada a un hombre que había escrito ya muchas obras y que había dado un curso de composición en el conservatorio, asombrado de que un juicio aplastante de tal naturaleza, sin apelación, fuera hecho sobre él, que no sería hecho acerca de un alumno con el mínimo talento que hubiera descuidado alguno de sus deberes. Entonces, él principió a explicar el juicio de N(ikolai) G(rigorievich) sin discutirlo en punto alguno, sino sencillamente suavizando lo que Su excelencia había expresado con tan poca ceremonia.
Yo no estaba sólo asombrado sino verdaderamente ofendido por toda la escenita. Ya no soy un muchacho que hace sus pininos en la composición de música, ya no necesito lecciones de nadie, sobre todo si se tratan de dar ruda y descortésmente. Lo que necesitaba y siempre necesitaré era una crítica constructiva y amistosa, pero eso no se asemejaba para nada a un juicio amistoso. Era una censura indiscriminada y enérgica, dicha de un modo que me lastimó de inmediato. Salí del salón sin una sola palabra y subí al segundo piso. En mi agitación y furia no pude pronunciar una sola palabra. Luego, R(ubinstein) me siguió al ver cuán molesto estaba yo, y me llevó a uno de los salones más alejados. Allí me repitió que mi Concierto era imposible, me señaló lugares donde debía ser completamente revisado y me dijo que si yo reconstruía la obra por completo en un tiempo breve de acuerdo con sus indicaciones, entonces me haría el honor (!!!!!!!) de tocar mi bodrio en su concierto. ‘No cambiaré ni una sola nota’, contesté, ‘¡lo publicaré exactamente como está!’ Y así lo hice. (...)
Aquí Tchaikovsky cuenta a Nadezhda el encuentro con el pianista Nikolai Rubinstein en la Nochebuena de 1874. Tchaikovsky y Rubinstein se reunieron en el Conservatorio de Moscú, para que el compositor le mostrara al piano la versión terminada de su Primer concierto para piano escrito especialmente para Rubinstein. La violenta y enojosa reacción de éste, sepultó y denostó la obra afectando mucho el talante, ya muy débil, de Tchaikovsky.
Toqué el primer movimiento ¡Ni una palabra ni la más mínima observación! ¡Si tú sabes cuán estúpida e intolerable resulta la situación de un hombre que cocina un rico plato y lo sirve a un amigo que procede a comerlo en silencio! ¡Lo que hubiera dado por tener al menos un amistoso ataque, incluso una palabra de simpatía, por Dios, ya que no había elogio! Rubinstein estaba juntando su tormenta y Hubert aguardaba para ver lo que pasaba y si hubiese cualquier razón para inclinarse hacia uno u otro lado. Yo no quería de ningún modo, frases referentes al aspecto artístico. Lo que necesitaba eran observaciones relacionadas con la cuestión técnica del virtuosismo. El silencio elocuente de R(ubinstein) tenía el más grande significado. Parecía estar diciendo: Amigo mío ¿cómo puedo hablar de los detalles cuando el todo me resulta antipático? Me armé de paciencia y toqué hasta el final. Silencio todavía. Me levanté y pregunté: ¿Y bien? Entonces surgió un torrente de la boca de Nikolai Grigorievich, al principio suave, luego creciendo más y más hasta llegar al sonido de un Júpiter tonante. Resultó que mi concierto era intocable y despreciable; los pasajes eran tan fragmentados, tan torpes, tan mal escritos que no tenía salvación, la obra en si era mala, vulgar, en algunos lugares había plagiado a diversos compositores; solamente valía la pena rescatar dos o, quizá, tres páginas; el resto debía ser arrojado a la basura o compuesto por completo de nuevo. ‘Aquí, por ejemplo, esto, ¿qué es todo aquello?’ (decía él mientras caricaturizaba mi música en el piano). ¿Y esto? ¿Cómo podría nadie? …’ etc., etc. Lo más importante, que no puedo reproducir, es en tono en que pronunciaba todo ello. En una palabra, un testigo imparcial que hubiera estado en el cuarto habría pensado que yo era un loco, un infeliz estúpido y sin talento que había tenido la audacia de mostrar su basura ante un músico eminente. Hubert había percibido mi obstinado silencio y estaba verdaderamente atónito de que una felpa de tales proporciones fuera propinada a un hombre que había escrito ya muchas obras y que había dado un curso de composición en el conservatorio, asombrado de que un juicio aplastante de tal naturaleza, sin apelación, fuera hecho sobre él, que no sería hecho acerca de un alumno con el mínimo talento que hubiera descuidado alguno de sus deberes. Entonces, él principió a explicar el juicio de N(ikolai) G(rigorievich) sin discutirlo en punto alguno, sino sencillamente suavizando lo que Su excelencia había expresado con tan poca ceremonia.
Yo no estaba sólo asombrado sino verdaderamente ofendido por toda la escenita. Ya no soy un muchacho que hace sus pininos en la composición de música, ya no necesito lecciones de nadie, sobre todo si se tratan de dar ruda y descortésmente. Lo que necesitaba y siempre necesitaré era una crítica constructiva y amistosa, pero eso no se asemejaba para nada a un juicio amistoso. Era una censura indiscriminada y enérgica, dicha de un modo que me lastimó de inmediato. Salí del salón sin una sola palabra y subí al segundo piso. En mi agitación y furia no pude pronunciar una sola palabra. Luego, R(ubinstein) me siguió al ver cuán molesto estaba yo, y me llevó a uno de los salones más alejados. Allí me repitió que mi Concierto era imposible, me señaló lugares donde debía ser completamente revisado y me dijo que si yo reconstruía la obra por completo en un tiempo breve de acuerdo con sus indicaciones, entonces me haría el honor (!!!!!!!) de tocar mi bodrio en su concierto. ‘No cambiaré ni una sola nota’, contesté, ‘¡lo publicaré exactamente como está!’ Y así lo hice. (...)
Aquí Tchaikovsky cuenta a Nadezhda el encuentro con el pianista Nikolai Rubinstein en la Nochebuena de 1874. Tchaikovsky y Rubinstein se reunieron en el Conservatorio de Moscú, para que el compositor le mostrara al piano la versión terminada de su Primer concierto para piano escrito especialmente para Rubinstein. La violenta y enojosa reacción de éste, sepultó y denostó la obra afectando mucho el talante, ya muy débil, de Tchaikovsky.
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