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21 enero 2009

Cartas de Vicente Aleixandre a Emilio Niveiro


Miraflores, 7 de agosto 1939
Año de la Victoria

Querido Emilio: Hace días que pienso escribirte. Te veo con la imaginación sonriente, envuelto en tu magnífico uniforme flamante, correctísimo, como te vi el último día, o como en los anteriores, con tu camisa azul, brazos al aire, pelo revuelto y una palabra pronta y una risa o sonrisa alegre, en medio de nuestras grandes tiradas de conversación. ¡Bravo Emilito! Te echo mucho de menos, aquellas tardes nuestras allá en la terraza, tardes de inspiración en medio de la estupenda atmósfera que creábamos. ¿Qué te haces ahora, Emilio? A lo mejor andas muy atareado, pues creo recordar me dijiste te habían ascendido. ¿Viste al humano de Cossío? Hoy han venido aquí una porción de camisas azules a pasar el día en el Puerto, al sol y al aire de la montaña. Yo he visto las formaciones primero en la misa del pueblo y después en el desfile con cánticos. De pronto me acordé de ti. Iban también algunos de tu edad mandando a otros más jóvenes de las organizaciones. Qué bien hacía el brío y la gracia fuerte, las voces juveniles, la marcha serpenteante por el camino alto, en medio de un sol espléndido, de un aire fresco de Sierra clarísima y sobre un paisaje castellano que se dilataba veladoramente. Me acordé también de Cayetano. Me hubiera gustado veros por aquí. ¡Qué aliento de plenitud me oreó la frente, de poesía exaltadora, de magníficas fuerzas vitales en este jubiloso día de verano suave! Pero no estabais ninguno de los dos. Tú ahí en Madrid seguramente, en el tren o en sitio semejante, o con tu tío, o qué sé yo dónde; él, Cayetano, en Salamanca, orillas del Tormes, donde me lo figuro entre álamos blancos, escuchando el crujir de la espuma del río, rodeado de invisibles náyades renacentistas, en su soledad de poeta silencioso.
Tú, ¿con quién andas, Emilito? Con dos chicas del bracero te vi la última vez ¿te acuerdas?, en la Carrera de San Jerónimo, cuando desde la acera opuesta me saludaste con tu brazo yendo yo con Dámaso. Para mí había sido un día muy lleno, con comida fuera de casa con Dámaso y una Eva rubia y madura (Eva por el nombre, no por lo tentadora). Quise, en aquel Café soñoliento, que te quedaras con nosotros; la tarde aún era joven y se podían emprender muchas cosas. Pero tú, enfundado, flamante, peinadísimo, ultracorrecto, tenías una cita con Don Pedro y después de una charla ligera y un saludo urbano para Dámaso, te desligaste casi ingrávido en busca de Don Pedro. Al cabo de una hora, el Don Pedro debió de quedar (metafóricamente) como muñeco de guiñol arrugado y tirado en un rincón de su despacho, y tú como Arlequín de guiñol saliste con dos Colombinas del brazo por una Carrera de San Jerónimo de tabladillo, donde yo te vi pasar y casi te aplaudí como si fuera un mutis.
¿Por dónde andas, qué haces, con quién te ves, qué colombinas paseas? Dime también sobre tus trabajos. Me interesa todo lo tuyo. Ayer escribí a Rafael, al que supongo gordo, devorando inimaginables meriendas. También he escrito a Cayetano; qué estupendo si destinaran a su hermano a Madrid y le tuviéramos a él aquí. Le decía yo que el curso próximo estaríamos a lo mejor reunidos tú, Rafael, él y yo, y que sería magnífico. Ayer tuve carta de Cossío, desde Tudanca. Allá es feliz en medio de sus aldeanos -eso me dice- y en su espléndida e intacta biblioteca. La bestia roja le destruyó en cambio la hermosa y antigua capilla de su vieja Casona. Supongo que habrá escrito o hablado de ti a su hermano Paco. ¿Has ido a verle?
Como te he dicho, me paseo por este campo, en paseos cortos, claro, pero lo bastante para sumergir el espíritu en este paisaje que tira del alma hacia lo infinito, y para ceñirme a la tierra, de donde hacía años estaba despegado y lejos. Tú que me conoces bien, sabes lo que yo necesito este amor de la tierra, que es como sangre mía para mí, vida y totalidad del ser en plenitud casi cantable, ¿Qué más, Emilio? Leo, me acuerdo de los amigos, recupero las perdidas fuerzas. Fernando, mi sobrino, me escribe desde Valencia. Trabaja allá y se acuerda de ti: eso me dice y me manda recuerdos. Leo el Manolo de F. de Cossío, la Antología poética del Alzamiento; la Corona de sonetos a José Antonio... Pero en otra carta hablaremos de libros. Ahora te toca a ti escribirme. Vuélcate como siempre y como quieras. -¿Se arreglaron ya los asuntos de tu abuelo?- Dime lo que tú quieras -amor, vida, poesía, trabajo, ilusiones...- Pon lo que quieras. Como yo digo siempre: la imaginación manda. Tú sabes la alegría que siempre, en todo tiempo, me da recibir tu voz, alegre o seria, como salga del corazón. ¿Has vuelto por tu pueblo? Para mis señas, basta mi nombre y el del pueblo y provincia: Miraflores de la Sierra (Madrid). Por aquí estaremos, probablemente, hasta fines de septiembre. ¡Adiós, adiós! Hasta la tuya, te envío un estrecho abrazo.
Vicente.

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Madrid, 3.12.54

Querido Emilio: Tu carta, bien recibida, traía un eco de melancolía. Tu decepción de la lectura de Federico era como un llanto sobre la ida juventud. Para reconfortarte un poco te diré que dentro de veinte o de treinta años, cuando vuelvas a leer a Federico, te sorprenderá a lo mejor lo muchísimo que te gusta. Y te asombrará sentirlo como hace otros veinte años. Y es que nuestra sensibilidad evoluciona, la de las épocas, y con ella el gusto. Federico, para esa evolución del gusto, está en su peor momento. Hoy se pide difusamente a la poesía pensamiento y sentimiento, y no es la fantasía, el vehículo sensorial, la puerta preferida de entrada para la poesía. Los poetas, o las zonas de ellos donde la fantasía predominó son zonas disminuidas para este momento de la sensibilidad y resultan insípidas o inoperantes, y se caen de las manos. En la evolución de la sensibilidad, (que son ciclos de rotación) dentro de bastantes años, Federico te volverá a gustar. Ahora, para ti, y para muchos, pasa por su purgatorio.

Hay un ejemplo de esto sobrecogedor. En 1935, lo recuerdo muy bien, Antonio Machado no le gustaba nada a Miguel. ¿Era mal poeta Machado? No, pero para aquel momento de la sensibilidad, Machado quedaba lejos. Hoy está lleno de presencia. El no ha variado: ha variado el gusto, y en la evolución de tu sensibilidad él puede ofrecer con riqueza hoy lo que se pide a la poesía predominante: sentimiento y pensamiento. De modo que puedes quedarte tranquilo. En 1927 se juraba por Góngora. Hoy se dice que de los clásicos el amo es Quevedo. Dentro de 20 años Quevedo -sin perder su situación de clásico, como no la ha perdido Góngora- encontrará a su Miguel de la época que diga que no le satisface, como le sucedía a Machado hace unas décadas. Así que alégrate y di que Federico por el momento no te interesa ni te sabe a nada. Y tendrás razón, y él también. Y os volveréis a reunir dentro de 20, de 30 años. O se reunirá con tus hijos, dentro de 50. Isabel Gª Lorca fue la que me pidió para el volumen mi semblanza de Federico. Y se la di, como puedes figurarte, con alegría. Hay en el tomo una foto en que estoy yo, y que yo no recordaba. Como todas, las dio la familia.



Vicente Aleixandre (1898–1984) fue un poeta sevillano de la generación del 27. Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1933 por La destrucción o el amor y fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1977. Emilio Niveiro Díaz (escritor, 1919-1993) conoció a Aleixandre en la primavera del 36. Contaba entonces diecisiete años y ejercía la crítica literaria.

Fuente: CervantesVirtual (Cuadernos Hispanoamericanos)

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