Un mundo verde y dorado, vago, que la persiana espía entre sus maderas. Son las ocho de la mañana. La vaguedad de mi sueño se encuentra con la vaguedad del día, filtrado como digo, y ya estoy despierto.
Ah, si el dia fuese, en efecto, esa cosa lenta y errática que parece cabecear allá afuera. ¿Y acaso no lo es? Sí, el mundo espiado en su soledad es inocente o lo parece. Somos nosotros quienes, al ponernos en él, ponemos la angustia o la duda. De todos modos, quiero hundirme en ese presente vasto que adivino, y del que me viene un anticipo, que procuro violento, en el frescor del agua matinal. Subo persianas, descorro cancelas, me salvo de mi sueño, parece que el gran cuerpo de la luz estuviera allí, como una bella estatua viva, hecha de perros de oro, para rescatarme de la noche que aún me tenía en su espeso calabozo. Huele a casa incendiada por el sol.
Bebo cosas, desayuno cosas, da igual cuáles: todo sabe al maná del día, todo equivale a ir devorando la fluidez verde y amarilla de la mañana, o a dejarse devorar por ella. Luego me pierdo por la casa, pongo la comida a los gatos, en la cocina, paso mi mano por la piel del Rojillo, fresco de noche y de sangre reciente.
Dudo todas las mañanas entre la despensa y el frigorífico. Es casi la duda entre dos culturas, entre dos épocas, entre dos mundos. La vieja despensa de esta casa, con baldosas blancas y alacenas, guarda, naturalmente, legumbres, embutidos, ajos, quesos, frutas, pimentones, todo eso, y a eso huele, pero no a estas legumbres, a estos embutidos, ajos o quesos, somo a otros como anteriores, que aquí se curaron o se pudrieron. Hay una despensa de olor, un fantasma de despensa, perfumando de pasado la actualidad intendente de la depensa.
Esto, en pleno fervor proustiano (que ya pasó un poco, naturalmente), me habría parecido fascinante, me hubiera llevado a escribir algo (y ya lo estoy escribiendo: trampas de la escritura). El frigorífico, por el contrario, no huele a nada o sólo huele a frío. Es una alta sepultura en pie, de falso mármol, llena de cadáveres exquisitos (algunos no tanto, claro). Es la comida sin la memoria que la comida tiene de sí misma. He leído en estos días a Noëlle Châtelet, una bella francesa que teoriza sobre la aventura de comer. Al final, todo es un canto a Rabelais. Los franceses siempre nos están enseñando patriotismo, sobre todo patriotismo literario. Mucho Rabelais, pero nada sobre la memoria que los alimentos tienen de sí mismos, ese pasado proustiano en que viven las longanizas de la despensa. El frigorífico es la comida menos la memoria (nuestra o de la comida). Porque ya se sabe que el órgano de la memoria es el olfato.
Entre alimentarme de la depensa o alimentarme del frigorífico, acabo quedándome sin desayunar, hasta que tú, María, me organizas un desayuno, que llega con los periódicos. Los periódicos, en este tenue y riguroso presente que me he organizado, no tienen mucho sentido. Es éste un libro, ya está dicho, dedicado a lo “infinitamente pequeño”, entre otras cosas porque se me ha perdido, gustosamente, lo infinitamente grande, si es que existe. He comprendido que el presente no es un gran fin de fiesta, sino que al presente sólos se entra por el hueco que deja el hueso de una fruta (esto quizá me lo hayas enseñado tú, María) o siguiendo las huellas minuciosas de un gato (y esto, sin duda, me lo ha enseñado el gato). Los periódicos, mera y violenta actualidad, hijos aún de la noche, caen pronto al suelo, no soportan el día sin noticias.
Hasta que me siento a escribir en mi máquina roja. Esta máquina roja, “Valentine”, es la variante francesa de la olivetti portátil/universal. Pero hace una letra dos cuerpos más pequeña que las otras, lo que va bien para la intimidad de algunas prosas, y tiene un color rojo/automóvil que estimula mucho la escritura. Esta máquina me la regaló una niña rubia y enamorada, adolescente y lista, a la que hubo que echar de casa a hostias, como a todas. Pero sabía que la olivetti roja era un capricho mío y acertó. Esta letra menuda que hace la valentine es más propia de cartas que de artículos, porque tiene intimismo casi caligráfico, pero, al fin y al cabo, este libro es una carta, de modo que le va bien al original la letra en que lo escribo.
Claro que antes de ponerme con este libro, con el libro que en cada ocasión esté haciendo (siempre hay que tener un libro en el telar: work in progress), cumplo con mis artículos del día, con las colaboraciones para periódicos y revistas. Esta mañana, por ejemplo, he escrito, para mi periódico (mientras bebía whisky con agua, cubalibres de ron, piña colada con leche y con más ron), un artículo sobre una calle madrileña, céntrica, corta y clandestina, donde se arracima cotidianamente, bajo la noche autonómica, la lujuria en todas sus formas, sexos, amores, atuendos y comercios. Ahí centro mi vida, como en lo más puro de la ciudad, porque conozco ese sitio, aunque ahora escriba lejos de él. Es, una vez más, una respuesta al burguesismo hipócrita que todavía clama y cualquier día nos proclama en los papeles.
Y luego, devuelto ya a este libro, tendría que glosar (puesto a glosar mi presente inactual) un artículo feminista que trae la prensa de hoy, denunciándome como “misógino, cínico y benevolente”. La autora, pese a que me conoce personalmente, no acierta en nada. Me ha brindado una página de publicidad gratuita, con una de las fotos mías de prensa que más me gustan. Así como me gustan los tres adjetivos de la serie (dedicada a los grandes hombres/grandes misóginos de España). “Misógino, cínico y benevolente.” A lo mejor es uno las tres cosas.
Tú sabrás, María, amor.
En todo caso, soy un misógino muy explotado por las mujeres. Pero la página está muy bien confeccionada, la foto queda divina y todo el contexto es benéficamente escandaloso, escandalosamente benéfico. Viene a reforzar mi línea (una de mis líneas) de escándalo social y literario. Tú conoces bien eso, María. ¿Cómo la pobre mujer, la articulista, es tan obtusa que no ha previsto eso? ¿Cómo no ha previsto que lo que resta es una página diabólica, cínica y publicitaria? Debo agradecer al periódico la forma en que lo ha dado, pues resulta engrandecedora, contando con lo que pudiéramos llamar mi marketing. Y es que estas pobres maduras luchan por una causa (vicaria, burguesa, falsamente rebelde) mientras que uno sólo lucha por la gran causa revolucionaria o por la causa personal de la personalidad. De la imagen. Como contribución a la imagen, el artículo de la tía, toda la página, son impagables.
Y ya me tienes, María, raptado de nuevo por la actualidad (como todos los días, si la siguiese), robado del presente en que vivimos. Pero sigo mi libro, miro por el gran ventanal, veo los juegos del agua sobre el agua, los tapices fugaces que se bordan, estoy solo escribiendo, luego almorzaré algo, en la cocina, o dormiré la siesta, luego haremos charla de a dos, cuando los gatos rampan como pumas, hasta que vengan niñas, viejos amigos, médicos, artistas, a hacernos la tertulia, largamente, en la cueva del calor y lo negro, y el día se desprenda de la noche, dulcemente, como un hijo monstruosamente bello.
Francisco Pérez Martínez (1932-2007) fue un periodista y escritor madrileño. Desde muy joven vivió en Valladolid, y fue allí donde se inició como periodista bajo el magisterio de Miguel Delibes. Enviado en 1961 a Madrid en calidad de corresponsal, se convierte en unos años en un cronista de prestigio por la originalidad de su enfoque periodístico y por la sensibilidad de su mirada sobre lo cotidiano, que concilia la precisión no exenta de inventiva y un mordiente sentido del humor. En 1996 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y en el 2000 el Premio Cervantes. En los últimos meses de su vida, Francisco Umbral había dado el visto bueno a la publicación de Carta a mi mujer, un libro escrito a mediados de los años 80 y que, tal vez, por su carácter singular e íntimo o porque otros títulos se le fueron cruzando por el camino, había preferido guardar en los cajones, a la espera del momento propicio para que viese la luz. Aquí reproducimos un fragmento.
1 comentarios:
Busca alguna carta de rachmaninov... Yo tengo por ahí un telegrama, pero no sé si aplica :S
Salut.
::Ed::
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