A los veintiún años, Charlotte Brontë envió sus primeros escritos al poeta Robert Southey con el fin de recabar su opinión. La respuesta de éste fue rápida y tajante:
Señora:
[…] La literatura no es asunto de mujeres, y no debería serlo nunca. Cuanto más ocupada esté con sus propios deberes, menos placer obtendrá de ella, ya sea como perfeccionamiento o como ocio. No ha sido usted llamada a estos deberes, y cuando lo sea, tendrá menos ansias de celebridad. No buscará la emoción en la imaginación, pues ya traerán demasiada las vicisitudes de esta vida y las angustias de las que no ha de esperar quedar exenta, sea cual fuere su estado.
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a lo que Charlotte contestó graciosamente:
Si la perfección cristiana es necesaria para salvarse, yo nunca me salvaré; mi corazón es un semillero de pensamientos pecaminosos. […] Por las noches, lo confieso, pienso, pero nunca molesto a nadie con mis pensamientos. Evito con cuidado cualquier apariencia de preocupación y excentricidad que pudiera llevar a aquellos entre quienes vivo a sospechar de la naturaleza de mis búsquedas […]. No solo me he propuesto observar atentamente todos los deberes que una mujer debe realizar, sino que estoy profundamente interesada en ellos. No siempre lo consigo, porque a veces cuando estoy enseñando o cosiendo, preferiría estar leyendo o escribiendo, pero intento negarme a mí misma. […] Permítame una vez más darle las gracias con sincera gratitud. Confío en no volver a tener nunca más ambiciones de ver mi nombre impreso; de aparecer tal deseo, miraré la carta de Southey y lo reprimiré.
1 comentarios:
Muy interesante esta carta. Una clara muestra de la inferioridad de la mujer en la época.
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