A Thomas Moore, poeta irlandés y amigo:
Venecia, 17 de noviembre de 1816
Te escribí desde Verona el otro día de viaje hacia aquí, y espero que hayas recibido la carta. Recuerdo que hace unos tres años, o quizá más, me contaste que habías recibido una carta de nuestro amigo Sam[uel Rogers] fechada a “bordo de su góndola”. En estos momentos mi góndola me espera en el canal; pero prefiero escribirte desde casa, porque es otoño, y un otoño más inglés que otra cosa. Mi intención es quedarme en Venecia todo el invierno, probablemente, ya que Venecia siempre ha sido (después de Oriente) la isla más verde de mi imaginación. No me ha defraudado, aunque su patente decadencia podría haber defraudado a otras personas. Pero hace ya mucho que estoy familiarizado con las ruinas y no me desagrada la desolación. Además me he enamorado, lo cual, después de caerme al canal (cosa inútil, porque sé nadar), es lo mejor o lo peor que podía hacer. He conseguido un alojamiento espléndido en la casa de un “Mercader de Venecia” que anda siempre ocupado con sus negocios y tiene una mujer de veintidós años. Marianna (así se llama) parece realmente un antílope. Tiene los ojos orientales, grandes y negros, con esa expresión peculiar que rara vez se encuentra entre las europeas -incluso entre las italianas- y que las turcas consiguen aplicándose un tinte a los párpados: una técnica desconocida fuera de ese país, según creo. En ella esta expresión es natural -y algo más que eso. En resumen, que no puedo describir el efecto que producen estos ojos, al menos el que me producen a mí. Sus rasgos son regulares, y algo aquilinos, tiene la boca pequeña, la piel clara y suave, con una leve palidez, la frente notablemente bella, el pelo tiene un brillo oscuro, es rizado y del mismo color que el de Lady J[ersey], su figura es ligera y graciosa, y es una excelente cantante, dicho en términos científicos; su voz normal (es decir, en la conversación) es muy dulce y el candor del dialecto veneciano siempre es grato en boca de una mujer.
Lord BYRON
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A John Murray, su editor
Venecia 27 de diciembre de 1816
Estimado señor- como el demonio del silencio parece haber tomado posesión de usted, he decidido tomarme la revancha por correo. Esta es mi sexta o sèptima carta desde el verano y suiza. Mi ùltima era un requerimiento para que contradijera y sumiera en la confusiòn a ese impostor de cheapside que (segùn supe por una carta de su isla) ha estimado conveniente añadir mi nombre a su espuria poesìa, de la cual no sè nada, ni de su presunta compra, ni de sus condiciones. Espero que al menos haya recibido usted esa carta.
Como supongo que noticias de Venecia deben de revestir un gran interès para usted, le obsequiaré con ellas. Ayer, por ser el día de San Esteban, todas las bocas se pusieron en movimiento, y no hubo más que acordes de violines y espinetas, y todo tipo de boato y diversión en todos los canales de esta ciudad acuática. Yo cené con la condesa Albrizzi y un grupo de paduanos y venecianos, y luego, fui a la opera, al teatro de la fenice (que abre este día para el carnaval), el mejor, por cierto, que he visto en mi vida: supera con mucho a nuestros teatros en belleza y decorados, y los de milán y brescia se inclinan ante él. La ópera y sus sirenas fueron como todas las demás óperas y mujeres, pero el tema de la ópera resulto ser bastante edificante; tanto el argumento como el desarrollo giraban en torno a un suceso narrado por livio, según el cual, unas 150 mujeres casadas envenenaron a sus maridos; los solteros de Roma creían que esta extraordinaria mortalidad sólo era el efecto normal del matrimonio o una pestilencia, pero los Benedictos supervivientes, afectados todos ellos por el cólico, investigaron el asunto y descubrierón que alguien había agregado una droga a su poción, de resultas de lo cual hubo un escándalo y varias demandas judiciales. Éste es real y verdaderamente el tema de la pieza musical en la Fenice, y no puede usted imaginarse qué cosas tan bonitas se cantaron y recitarón acerca de la horrenda strage; a consecuencia de este asunto, la cabeza de una dama estuvo a punto de rodar por orden de un lictor, pero (lamento decirlo) al final la dejo en su sitio, con lo que ella se levanto y canto un trío con los dos cónsules, con el senado en segundo término haciendo de coro. El ballet no se distinguía por nada digno de mención, salvo que la primera bailarina fue presa de convulsiones porque la aplaudieron al pisar la escena, y tuvo que salir el empresario y preguntar si había un médico en la sala. Había un médico griego en mi palco, al que rogué que ofreciera sus servicios, convencido de que si lo hacía aquéllas serían las últimas convulsiones que importunarían a la ballerina, pero se negó. La muchedumbre era enorme, y al salir, como llevaba a una dama bajo mi protección, me ví obligado, para abrirme paso, a golpear a un veneciano e insultar a la república, es decir, a obsequiar a una persona con un puñetazo inglés en la tripa, que lo envío tan lejos como permitían el corredor y la aglomeración. No vino a buscar otro, pero con grandes ademanes de desaprobación y consternación apeló a sus compatriotas, que se rieron de él.
Sigo estudiando armenio por las mañanas y aportando mi ayuda y mi aliento a la parte inglesa de una gramática anglo-armenia que están confeccionando en el convento de San lázaro. El superior de los Frailes es un obispo y una excelente persona, con una barba como un meteoro. Mi preceptor espiritual, pastor y maestro, el padre Pascual, también es un alma docta y pía; estuvo dos años en Inglaterra.
Sigo perdidamente enamorado de la adriática dama de que le hablé en mi carta anterior ( y no ésta, añado para evitar cualquier malentendido, porque la única dama que he mencionado en la primera parte de esta carta es vieja y sabia, dos cosas que he dejado de admirar) y el amor en esta parte del mundo no es ninguna sinecura. Esta es también la época en que todo el mundo urde sus intrigas para el año venidero y busca pareja para el próximo juego.
Y ahora, si usted no me escribe, no sé lo que diré ni lo que haré, ni lo que dejaré de hacer. Mándeme noticias, buenas noticias.
Suyo affmo, etc… B.
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A Douglas Kinnaird, su banquero y su amigo:
Venecia 20 de enero de 1817.
Mi querido Kinnard- tu carta y su contenido ( a saber, los pagarés circulares y la notificación relativa a las 500 libras) han llegado sanos y salvos. Gracias. He estado toda la noche despierto, en la ópera y en el Ridotto y en la mascarada- y el diablo sabe dónde más, asi que me duele la cabeza- pero volvamos a los negocios. Mis asuntos no pueden ser de mucha envergadura. Se podrían resolver sin dificultad si se vendiera Newstead, y si se vendieran Newstead y Rochdale, yo diría que con facilidad. Pero hasta que no nos deshagamos de una de las propiedades o de ambas, mis asuntos siguen en una situación muy desagradable. Por este motivo insisto en que se acelere la venta, incluso a cualquier precio, o casi. Con respecto a Hanson, no sé qué hacer ni que pensar, aunque estoy convencido de que desea lo mejor para mi- y desde luego no es culpa suya el que Claughton no pueda cumplir las condiciones de la venta. Mr. Riley tiene razón, pero no le queda otro remedio que esperar a que podamos hacer algo con la propiedad. Si quiere puede proceder contra eso, pero el producto de mi cerebro- mi manuscrito, mis fantasmas nocturnos, eso es mi propia personalidad, y por Dios que me he ganado esa suma, asi que me la gastaré en lo que a mí me plazca- en viajar y en lo que sea- por lo que te ruego que no le des un ducado a nadie sino a mí, el propietario.
De la publicación no dices ni una palabra, de lo cual deduzco que ha sido un fracaso. Si es asi, dímelo en seguida, más por Murria que por la reputación poética. Pero lo sentiría por Murria, que es muy buen chico. No obstante, como entre unas cosas y otras, en conjunto, y contando desde el principio, Murria debe haber salido ganando, estoy menos preocupado por él de lo que estaría en caso contrario. Tu cita de Shakespeare- no sé, creo que se la aplica Otelo a su mujer- que por cierto era inocente. El moro cometió un error y tú también. Mi deseo de que Murria pague conforme a lo acordado no tiene nada de raro, si recuerdas que hace unos días venció el plazo en que debía haber desembolsado las tres cuartas partes del total. Desde que salí de Inglaterra, mis gastos (en nueve meses) sólo han superado en unos cientos las 2000 libras, asi que no hay nada que decir ni de mis placeres ni de mis riesgos, si tienes en cuenta el territorio recorrido y que llevaba un médico (que a Dios gracias ya se fue) a quien debía pagar y alimentar, un caballero muy necio y extravagante también a cargo del presupuesto. Por cierto, me gustaría saber si Hanson ha podido cobrar algún alquiler (aunque muy poco será en estos tiempos) de Newstead. Si es asi hay algún remanente, también se me puede enviar en forma de pagarés circulares- y ya es hora de que me corresponda algo de mi magnifico suegro Sir Ralf Noel, de quien espero puntualidad y a quien no estoy dispuesto a condonar ninguna de sus obligaciones pendientes. Que cumpla sus plazos- inclusive las minucias.
Dices que se ha ahogado la mujer de Séller. No puede ser!, te refieres a su mujer o a su amante?, MAry Godwing? Espero que no sea ésta. Siento mucho todo lo que pueda afectar al pobre Séller. Además, me preocupa otra persona de su ménage. Ya sabes- y creo que incluso viste una vez a aquella chica tan rara que se me presentó un día, poco antes de irme de Inglaterra. Pero, claro, lo que no sabes es que me la encontré en Ginebra con Séller y con su hermana. Nunca la quise ni simulé quererla, pero un hombre es hombre- y si una chica de 18 años se pone a hacer cabriolas delante de uno a todas horas, la cosa sólo puede acabar de una manera. El resultado de todo esto es que se quedo embarazada y regresó a Inglaterra para contribuir a poblar esa desolada isla. Si esa fecundación se produjo antes o después de abandonar Inglaterra, no lo sé. La conexión carnal había empezado antes de mi marcha, pero en estos días debe de estar a punto de parir,. o lo habrá hecho ya. La pregunta siguiente es si el mocoso es mio. Tengo buenas razones para pensar que sí, porque sé, en la medida en que uno puede saber estas cosas, que no vivía con Séller mientras estuvimos juntos- y en cambio sí tuvo abundante contacto conmigo. Esto pasa por andar metiendo la nariz por todos lados (como lo llama Jackson) en maldita sea la hora- y asi es como vienen las personas a este mundo.
Dices que te gustaría verme de regreso en Inglaterra, porque?, para qué? Mis asuntos económicos- preferiría que se resolvieran sin mí. Repito que vuestro país no es país para mí. No siento mi ambición ni aprecio por vuestra politica, y no podeís ofrecerme nada que no encuentre, y mejor, en otra parte. Además, Carolina Lamb y Lady Byron (mi Lucy y mi Polly) han destruído mi existencia moral entre vosotros, y ya estoy harto de ser el tema de sus mutuas falsedades. En 10 años conseguiré olvidar incluso vuestro idioma y estoy completamente seguro de que – pero en este momento no dispongo de tiempo ni de espacio para seguir con la diatriba.
Recibe un afectuoso saludo de tu amigo. B.
PS. Por favor, escribe pronto.
Venecia y yo nos llevamos muy bien. Por las mañanas estudio armenio y por la noches salgo algunas veces- y acabo invariablemente copulando. Ya te hablé de mi liaison en una carta anterior. Aún sigue, y probablemente seguirá, pero me ha retenido aquí en lugar de vagabundear por el país. El carnaval ha empezado, pero las mascaradas no llegarán a su apogeo hasta dentro de unas semanas. Hay una ópera fantástica y varios teatros. Catalani ha de llegar el día 20. La sociedad es como la de cualquier país extranjero. La frecuento tanto como quiero- y podría hacerlo más si me apeteciera.
Recibe el más afectuoso saludo de tu amigo. B
PS. Mis respetos a Madame. Por favor, responde a mis cartas y hablame de cualquier cosa salvo de mi-familia- llamésmole así, porque la otra palabra me pone malo.
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Venecia, 24 de abril de 1819.
Querido Douglas:
Me he enamorado este último mes de una condesa Romañesa de Ravena, esposa desde hace un año del conde guiccioli, que tiene sesenta años- la chica veinte. Él tiene ochenta mil ducados de renta y ha tenido antes dos mujeres, pero tiene sesenta años. Ella es hermosa como el alba y cálida como el mediodía. Sólo hemos tenido diez días para organizar nuestros pequeños asuntos, con su principio, su mitad y final, y lo hemos conseguido; y yo he cumplido con mi deber, con la correspondiente consumación. Pero ella es jóven y no estaba satisfecha con lo que habíamos hecho si no redundaba en beneficio del público, de modo que armó una conmoción que dejó atónitos incluso a los venecianos y electrificó las converzacioni de los Benzone, los Albrizzi y los Michelli - y puso en un aprieto a su señor marido. Se han vuelto a ravena por un tiempo, pero regresarán en invierno. Es la mujer más rara que jamás he visto- porque las mujeres, por lo general, algo cuestan, de una manera o de otra, pero en este caso, por una extraña combinación de circunstancias, yo me he convertido en un gasto para ella- contra mi costumbre; pero bueno, un accidente no tiene importancia. Ella es una especie de Caroline Lamb italiana, aunque mucho más hermosa, y no tan salvaje. Pero tiene la misma fogosidad de espiritu, el mismo noble desdén por la opinión pública - con la superestructura de todolo que Italia puede añadir a estas disposiciones naturales. Sin duda aquí puede llegar mucho más lejos con impunidad, ya que el rango de su marido le garantiza la entrada en todas partes, incluida la corte, y como ésta ha sido su primera escapada después del matrimonio, el comprensivo mundo se ha mostrado liberal. Ella pertenece también a la nobleza de Ravena, educada en un convento, sacrificio a la Riqueza, deber filial y todo eso. Estoy perdidamente enamorado, pero se ha ido, se ha ido por muchos meses; y a decir verdad, sólo la esperanza me mantiene vivo.
Tuyo, (trazo sin firma).
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A John Cam Hobhouse, su amigo y mentor:
Venecia, 7 de Marzo de 1817.
Mi querido Hobhouse- recibí tus dos cartas y contesté a la primera. La segunda era desde roma y a ésta mi indecisión me ha impedido contestar. Tenía pensado reunirme contigo pero he estado remoloneando hasta que ya es demasiado tarde porque la afluencia de exytanjeros previa a la semana santa y la inminencia de la primavera (que es, según creo, la estación de la Malaria) harían mi estancia demasiado corta para cualquier propósito útil salvo el de atosigarme mientras estuviera ahí.
El carnaval ha sido bastante alegre y disparatado, es decir, que lo he pasado muy bien. Estuvieron aquí dos ingleses, uno de los cuales se presentó a sí mismo ( y a su amigo) como amigo del Capitán George Byron; su nombre era Capitán Stuart de la marina-una persona agradable. Los recomendé a Made. Helen de los Albrizzi y fui con ellos al Ridotto, a la Fenice (donde yo tenía un palco) y a las mascaradas que parecían divertidas y les di una carta para el Col. Fitz de Milán, y un mensaje para Breme. Lamento decir que no veo ninguna posibilidad de que nos encontremos en Roma, lo cual es enteramente culpa mía y lo lamento en estremo- en primer lugar, porque preferiría ver esa ciudad contigo antes que con ninguna otra persona, y en segundo lugar porque he de verla, de ser posible, antes de volver a democratizar Inglaterra.
Hace poco el Dr. Skinas me propuso, a través de Musoxithi y de Made. Albrizzi, acompañarme a Grecia, a lo que me negué, debido a la Epidemia que hay allí y a la Cuarentena indefinida al regreso.
En los últimos días he tenido noticias recientes de Inglaterra,. Scrope, prosperando, según parece. Kinnaird, bien de salud y con grandes prisas, como de costumbre. Burdett y la politica, avanzando. El hermano de Walter Scott (que estuvo confinado en la Isla de Man por malversación de los negocios de Lord Sommerville o por no haber podido dar cuenta de sus cuentas y se fue hace poco al Canadá) es indiscutiblemente (dice Murray) el autor de Waverley y de otro librero, Cuentos de mis caseros, considerado casi unánimemente superior en mucho a todo lo anterior. Murray me lo envió pero no lo he recibido- y me temo que su llegada sea incierta. Wedderburn Webster, habiendo sido objeto de burla en el Quarterly, ha respondido al director con una carta dirigida al docto Perry, que acaba despidiéndose (del director del Quarterly) con sentimientos de desprecio y olvido. Me temo que no hará ninguna gracia que a este mismo genio maléfico de Webster le dé por responder a los críticos, porque recuerdo que en Suiza lo enviaste al diablo a él y a su prólogo por haber tomado en vano con sus torpes cumplidos el nombre de un amigo tuyo, no tanto por tu amigo como por un prólogo que tú pensabas escribir y en el que querías mostrarte gentil.
El patriarca de Venecia fue consagrado el domingo pasado y la corte de Viena dispuso por edicto que fuera conducido a San Marcos en una carroza de cuatro caballos. pero eso (como dice Incledon en el hijo y heredero de sir william Meadows). Cómo puedes suponer, los venecianos sonrieron ante los conocimientos de topografía desplegados en este decreto cesáreo, que era verdaderamente germánico hasta la médula.
Catalani cantó aquí en tres o cuatro Academias y se llevó una respetable cantidad de liras venecianas. Su voz me pareció la misma de siempre y no ha envejecido ni de figura ni de cara. su signor procolo Monseñor (no recuerdo el nombre) se puso en ridículo, por lo que cuentan de su comportamiento, exactamente igual que en Londres, donde quedó como un prodigioso farsante.
He tenido dos veces noticia del doctor Polidori, que ha estado visitando enfermos en Pisa, ha escrito una tragedia llamada el Duque de Atenas y ahora va camino a Inglaterra y de allí tiene pensado irse a los Brasiles con el cónsul danés ( a quien encontró en Pisa) a enseñar medicina a los portugueses, que sienten por ella una desmedida afición. Ví a tu correspondiente de Sir. R. Wn., la condesa Mustani, con Madame Albrizzi. Me preguntó por ti con gran gentileza y lamentó no haber estado en Verona cuando tú pasaste por ahí. Es una mujer agradable, madura y bastante guapa, de unos treinta y siete veranos de edad. No tengo la menor idea de adónde iré ni qué voy a hacer.
Siempre tuyo afectísimo, B.
Ps. Mis reverencias a Bailey si todavía sigue en Roma.
Byron escribió estas cartas durante su estancia en Venecia. Pertenecen al libro "Débil es la carne: Correspondencia veneciana (1816-1819)".
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