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13 septiembre 2009

Cartas de Séneca a Lucilio


CARTA 1


Séneca a su Lucilio saluda,

Actúa así, Lucilio, reivindícate a ti mismo y también al tiempo del que hasta ahora fuiste despojado, desposeído o que te fuera escamoteado: reconquístalo y presérvalo. Convéncete que es tal como lo escribo: el tiempo nos es a veces arrebatado con violencia, otras usurpado, a veces simplemente se evanesce. Ignominiosa es sin embargo tal dilución cuando acontece por pura negligencia. Presta atención: gran parte de nuestra existencia transcurre o bien mediocremente vivida, o directamente no vivida, o de tal manera vivida que ni siquiera merece llamarse vida. ¿Quién puedes mencionar, capaz de poner un precio al tiempo, de evaluar el día, quién que comprenda que con cada día en parte muere? En esto justamente nos equivocamos burdamente: en la percepción de la muerte como un acontecimiento sólo del futuro. Gran parte de ella se encuentra ya tras de nosotros: cualquiera de nuestras épocas pasadas, es la muerte quien ya las posee. Condúcete entonces, Lucilio, como me lo manifiestas en tus escritos: amalgámate con cada una de tus horas, depende menos del mañana para tomar en tus manos el presente. Mientras la diferimos, la vida pasa. Todo lo demás, ¡Oh Lucilio! nos es ajeno: sólo el tiempo, objeto tan fugaz como esquivo, es nuestro. Es la única posesión con la que la naturaleza nos invistió. ¡Y sin embargo toleramos a quienquiera desposeernos del mismo!

Pero tanta es la necedad de los mortales, que nos sentimos en deuda frente a aquellos de quienes obtenemos cosas insignificantes y futiles, sin duda substituibles. Pero nadie a quien se le consagra tiempo se estima estar en deuda, cuando no obstante beneficia del único bien que ni el más agradecido podrá restituir nunca. Te preguntas quizás lo que conmigo mismo acontece, yo que estos preceptos propugno. Te lo digo sin reparos: si bien vivo entre los fastuosos, soy diligente y llevo debida cuenta de mis gastos. No puedo decir que no pierda nada, pero sea lo que sea que pierda, puedo dar cuenta de su cuantía y de la razón de mi pobreza. Me acontece empero lo que a tantos otros que, sin culpa, cayeron en la indigencia: todos perdonan, nadie socorre.

¿Y entonces qué? No considero pobre aquel de alguna manera es aún capaz de gozar de lo poco que le queda. Pero en cuanto a ti, prefiero que te ocupes de ti mismo y que comiences en buena hora. En efecto, tal como solían decir nuestros mayores: "extemporáneo es el ahorro cuando ya se tocó fondo". El último resto no sólo es lo mínimo sino también lo peor.

Que sigas bien.

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CARTA 9


Séneca a su Lucilio saluda,

Si con razón reprueba en aquella carta Epicuro a quienes dicen que los sabios se bastan a si mismos y por ende no necesitan de amigos, deseas saber. En efecto, Estilpón es objectado por Epicuro, como así también lo son aquellos para quienes la visión del sumo bien es la de un espíribu impasible. Se cae en la ambigüedad, si queriendo expresar rápidamente άπάθειαν (apatheia) con una única palabra, decimos impatientia. Se puede en efecto entender lo contrario de lo que queremos significar. Nosostros queremos mentar la calidad de quien aparta de sí toda sensación del mal: se podría interpretar la de aquel que no puede soportar ningún mal. Ve entonces si no bastaría con hablar de un espíritu invulnerable o de un espíritu que se coloca más allá de todo sufrimiento. Lo siguiente difiere entre nosotros y ellos: nuestro sabio vence todo aquello que lo afecta, pero siente, el de ellos directamente no siente nada. El punto común entre nosotros y ellos, es que el sabio se basta a si mismo. Pero sin embargo, bien que autosuficiente, quiere tener amigos, vecinos y camaradas.

Ve hasta que punto se contenta de sí mismo: a veces se conforma hasta con lo que queda de él. Si su mano le es cercenada a causa de una enfermedad o por un enemigo, si por accidente pierde un ojo o los ojos, se contentaría con su vestigio y aun con un cuerpo estropeado y amputado sería tan feliz como cuando estaba íntegro; no obstante, bien que no lamenta lo que perdió, hubiera preferido no perderlo. Así se basta el sabio a sí mismo, no es que quiera estar sin amigos sino que podría; y cuando digo podría, significo que soporta las pérdidas con ánimo igual. Sin amigos, de seguro, no se quedará nunca: en su potestad está lo que rápido restaura. Del mismo modo que Fidias, si hubiere perdido una estatua haría inmediatamente otra, tal cual este artífice en hacer amigos substituiría otro en el lugar del que perdió.

¿Preguntas de qué modo hacer rápidamente amigos? Te lo digo, si tu y yo convenimos que ya mismo salde lo que te debo y que en cuanto a esta carta quedemos parejos. Hecatón dice "yo te mostraré como ser amado sin pociones, sin hierbas, sin ningún tipo de fórmula mágica: si quieres ser amado, ama". Por otra parte, no tan solo mantener viejas y probadas amistades entraña un gran placer, sino también comenzar y cultivar nuevas. La diferencia entre el agricultor que siembra y aquel que cosecha es la misma que existe entre aquel que ya entabló una amistad y el que la inicia. El filósofo Atalo solía decir que más agradable es hacer amigos que tenerlos "así como para el artista es más placentero pintar que haber pintado". Aquella tensión ocupada en su obra lleva consigo un ingente embelesamiento que radica en la ocupación en sí misma: una vez que quitó las manos de la obra el deleite no es el mismo, a partir de ese momento disfruta del fruto de su arte; mientras pintaba disfrutaba del arte en sí. Más fecunda es la adolescencia de los hijos pero más dulce la infancia.

Ahora regresemos a nuestro propósito. El sabio, si bien se basta a sí mismo quiere no obstante tener amigos, sin nada más en vista que el ejercicio la amistad, para que tamaña virtud no dormite. No con la finalidad que decía Epicuro en esa misma carta "para tener quien se siente a nuestro lado si uno se enferma, para que nos socorra si arrojados a los hierros o en la indigencia", pero para tener a quien a cuyo lado sentarnos si él estuviere enfermo o para liberarlo de la prisión aun si se econtrase rodeado de enemigos. Quien mira a si mismo y por tal razón busca amigos, piensa mal. Tal como comienza, así termina: si se hizo de un amigo para que lo asista contra el cautiverio, ni bien crepiten las cadenas éste se batirá en retirada.

Esas son las amistadas que el pueblo llama temporarias, asumidas por razón de conveniencia: placen en tanto y en cuanto fueren útiles. Por eso a los florecientes circunda una turba de amigos; en torno a los arruinados ronda la soledad, allí mismo donde son puestos a prueba, huyen los amigos. De esto, los más nefarios ejemplos son los que por miedo abandonan, los que por miedo traicionan. Ineludiblemente, entre el inicio y el final existe congruencia: el que se vuelve amigo por conveniencia, deja de serlo por conveniencia; cualquier precio contra de la amistad es bueno, si alguno en ella se puso más allá de ella misma. ¿Para qué hacerme de un amigo? Para tener por quien pueda morir, para tener a quien seguir en el exilio, a quien defender de la muerte incluso al precio de mi vida. Lo que tu describes es un negocio que persigue el acomodo, que mira hacia lo que se podría obtener, no amistad.

Sin duda tiene alguna similitud el afecto de la amistad con el del amor; tu podrías hasta decir que este es la insania de la amistad. Ahora bien, ¿es que entonces alguien podría amar por motivo de lucro? ¿por ambición o por gloria? Por sí mismo el amor descuida toda otra cosa, enciende los espíritus por el deseo de la belleza, no sin la esperanza de un amor correspondido. ¿Qué entonces? ¿De una causa más honesta puede surgir un afecto más indecente? "No se trata ahora de eso" - dices - "de saber si la amistad es de desear por ella misma". ¡Pero si! Nada hay que sea más necesario de probar: si la amistad es deseable por sí misma, puede acceder a ella quien se basta a sí mismo. ¿De qué manera se accede entonces? Como a lo pulquérrimo: ni motivado por el lucro, ni aterrorizado por los cambios de fortuna; se priva a la amistad de su majestad cuando se la cultiva para obtener un buen caso. "El sabio se basta a sí mismo". Esto, mi Lucilio, es interpretado erróneamente por la mayoría: al sabio lo relegan de todos lados y lo confinan dentro de su piel. Debe distinguirse en efecto qué significa esta locución y cual es su alcance: el sabio se basta a sí mismo para vivir feliz, no para vivir; para esto último necesita en efecto de muchas cosas; para lo primero, sólo de un espíritu sano, derecho y desdeñoso de la fortuna.

Quiero indicarte también una distinción de Crísipo. Dice que el sabio no carece de nada, pero que sin embargo muchas cosas le serían necesarias: "por el contrario, para el imbécil nada es necesario (ya que no sabe servirse de nada), pero carece de todo." Al sabio, sus manos, ojos y muchas cosas indispensables para el uso cotidiano le son provechosas, pero no carece de nada; carecer es en efecto necesidad; nada es necesario al sabio. En consecuencia, bien que se contentaría consigo mismo, los amigos le son provechosos y quisiera tener tantos como posibles, no para vivir feliz, vive en efecto feliz incluso sin amigos. El sumo bien no requiere instrumentos extrínsecos, es cultivado en casa propia; se extrae íntegramente de si mismo: comenzaría a sujetarse a la fortuna si requiriese partes de fuera de sí.

"¿Qué destino sin embargo el de la vida del sabio, si quedando sin amigos, es arrojado en prisión o despojado en un país lejano o demorado en una larga travesía o abandonado en un litoral desierto?" El mismo que el de Júpiter, quien disuelto el mundo y confundidos los dioses en uno, detenida un instante la naturaleza, se reposa en sí mismo absorto en sus meditaciones. Tal cual hace el sabio: se recoge en sí mismo, está consigo. De seguro que, cuando le es permitido ordenar por su arbitrio sus cosas, el sabio se basta a sí mismo pero toma mujer, se basta a sí mismo y cría hijos; se basta a si mismo y sin embargo no viviría si hubiere de vivir sin los hombres. Hacia la amistad no lo lleva ninguna conveniencia propia, sino el impuso natural, porque entre las cosas que para nosotros poseen innata dulzura, se encuentra la amistad. Tan grande como el odio a la soledad es la voluntad de vida social y así como la naturaleza concilia al hombre con el hombre, ínsito llevamos el aguijon que nos hace ávidos de amistad. No obstante, aun amando sin común medida a sus amigos, aun igualándolos, frecuentemente prefieriéndolos a sí mismo, delimitará dentro de sí todo lo valioso y dirá lo que Estilbón, a quien Epicuro cuestiona en su carta. Aquel, sometida su patria, habiendo perdido sus hijos, habiendo perdido su esposa, emergía solitario y sin embargo feliz del incendio general. Cuando interrogado por Demetrio (cuyo sobrenombre Poliorcetes proviene de sus devastaciones de ciudades) si había perdido algo: "Todos mis bienes" - dijo - "están conmigo."

¡He allí un hombre fuerte y de coraje! Incluso del vencedor venció la victoria. "Nada" - dijo - "he perdido": a dudar los forzó si habían vencido. "Todo lo mio está conmigo": la justicia, la virtud, la prudencia, aquello mismo de no creer un bien lo que puede ser arrebatado. Admiramos algunos animales que pueden atravesar las llamas sin sufrir daño corporal alguno: ¡cuánto más admirable es un hombre que a través de hierros, ruinas y fuego, se evade incólume e indemne! ¿Ves cuánto más fácil es vencer todo un ejército que un solo hombre? Aquellas palabras aquel la comparte con el estoico: al igual que este, acarrea sus bienes intactos a través de urbes en cenizas; porque se contenta de sí mismo, porque él mismo delimita las fronteras de su felicidad. No creas que nosotros somos los únicos en lanzar nobles palabras, el mismo censor de Estilbón, Epicuro, pronunció voces similares a las suyas. Recíbelas como presente, si bien ya saldé mi deuda del día: "Aquel" - dice - "que no se siente colmado con lo suyo, fuere señor de todo el mundo, será desgraciado". O bien, si de esta manera se ve para tí mejor enunciado - esto es útil en efecto para que no nos sujetemos tanto a las palabras como al sentido - "Es desgraciado aquel que no se juzga a sí mismo felicísimo, aunque domine el mundo." Para que sepas que esto pertenece también al sentido común, dictado sin duda por la naturaleza, en lo de un poeta cómico encuentras: "no es feliz, el que no se piensa feliz"

¿Qué importa en efecto cuál fuere tu situación, si para ti se ve mala? "¿Qué entonces?" - preguntas - "si feliz se dijere algún rico infame, señor de muchos pero todavía de muchos más esclavo, ¿sería feliz por obra de su sentencia?" No es lo que diga sino lo que sienta lo que importa, tampoco lo que sienta un sólo día, sino asiduamente. Por otra parte no es de temer que tal cosa acontezca a un indigno: salvo al sabio, lo propio no place; la imbecilidad sufre de su asco por sí misma.

Que sigas bien.





Lucio Anneo Séneca fue un filósofo romano conocido por sus obras de carácter moralista. Fue tutor y consejero del emperador Nerón. Del receptor de estas cartas, Lucilio, la tradición medieval y renacentista afirmaba que fue un procurador romano. Sin embargo, actualmente la existencia histórica de Lucilio se ha puesto en duda. No hay ninguna fuente histórica que lo mencione. Así que se ignora si realmente existió, y de haber existido, quién fue. Las "Cartas a Lucilio", son un conjunto de 124 cartas escritas por Séneca a Lucilio durante los tres últimos años de su vida. Estas cartas recogen el fruto de una larga experiencia y contienen las reflexiones más profundas sobre las contradicciones de la condición humana.

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