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04 diciembre 2009

Cartas de Madame de Sévigné




A M. de Coulanges, su primo.


París, lunes 15 de diciembre de 1670

Me dispongo a anunciaros la cosa mas asombrosa, más sorprendente, mas maravillosa, más admirable, más aturdidora, más inaudita, más singular, más extraordinaria, más increíble, más imprevista, más grande, más pequeña, más rara, más vulgar, más deslumbradora, más secreta hasta nuestros días, más brillante, más digna de envidia: en fin, una cosa de la cual no se encuentra más que un ejemplo en los siglos pasados, y éste no del todo equiparable. Una cosa que no se puede creer en París (¿cómo ha de creérsela en Lyon?); una cosa que hace implorar misericordia a todo el mundo; una cosa que colma de alegría a Mme. Rohan y a Mme. Hauterive; una cosa, en fin, que se hará el domingo, y que caso no esté hecha el lunes. No me resuelvo a decírosla; adivinadla: a la una, a las dos, a las tres… ¿Os dais por vencido? Bien, pues no tendré más remedio que decírosla: M. de Lauzun se casa el domingo en el Louvre. Adivinad con quién. A la una, a las tres, a las cuatro, a las diez, a las ciento... Mme. de Coulanges dice: “Pues a decir verdad, es bien difícil de adivinar; ¿Es Mme. de la Vallière?” No, Madame. “Entonces ¿Mlle. de Retz?” Nada de eso, estáis como un provinciano. “Verdaderamente, somos unos tontos; decid, ¿Es Mlle. Colbert?” Menos que menos. “Bueno, es sin duda Mlle. de Créquy”. Veo que andáis muy lejos. Será necesario que os lo diga: M. Lauzun se casa el domingo en el Louvre, con el permiso del Rey, con Mademoiselle… ¡Por Dios!, ¡por Dios!: Mademoiselle, la gran Mademoiselle: Mademoiselle, hija del difunto Monsieur; Mademoiselle, nieta de Enrique IV; Mlle d’Eu, Mlle. de Dombes, Mlle. de Montpensier, Mlle. de Orléans; Mademoiselle, prima hermana del Rey; Mademoiselle, el único partido en Francia digno de Monsieur.

He aquí un interesante tema para discurrir. Si gritáis, si os ponéis fuer de vos mismo, si pensáis que todo esto es mentira, que todo esto es falso, que chanceo o que me burlo de vos, que es inconcebible; en fin, si no podéis contener las injurias, habré de reconocer que tenéis toda la razón para ello; en caso semejante, yo habría hecho otro tanto.

Adiós; las cartas que recibiréis por correo ordinario os enterarán si decimos o no la verdad.

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A su hija Mme. de Grignan.


Paris, domingo 26 de abril de 1671.

Hoy es domingo, 26 de abril; esta carta no saldrá hasta el miércoles. Pero esto no es una carta, sino un relato que acaba de hacerme Moreuil, para que os lo transmita, de lo que sucedió en Chantilly con respecto a Vatel.

El viernes os escribí que se había dado de puñaladas; he aquí el asunto con sus detalles: el Rey llegó el jueves por la noche; la caza, la iluminación, el claro de luna, el paseo, la colación en un lugar tapizado de junquillo, todo salió a pedir de boca. Se cenó, y hubo algunas mesas donde faltó el asado por haber concurrido algunos comensales más con los cuales no se contaba. Eso afectó a Vatel, a quien se le oyó decir en varias ocasiones: “He perdido el honor, esto es un vergüenza que no podré soportar”. A Gourville le dijo: “La cabeza me da vueltas, llevo doce noches sin dormir, ayudadme a dar órdenes”. Gourville le ayudó en lo que pudo. El asado que había faltado, no por cierto en la mesa del Rey sino en las de los veinticinco comensales que llegaron imprevistamente, se aparecía constantemente a su imaginación. Gourville se lo dijo al Príncipe. Éste fue hasta la habitación de Vatel y le hablo:”Vatel, todo marcha bien; la cena del Rey ha sido excelente”. Él respondió: “Monseñor, vuestra bondad me confunde aún más; sé que el asado faltó en dos mesas”. “Nada de eso, agregó el Príncipe, no os atormentéis, todo va bien”.
Llegó la hora de los fuegos artificiales: fracasaron éstos a causa del mal tiempo, ¡y habían costado dieciséis mil francos! A las cuatro de la mañana Vatel sale y se encuentra con que todo el mundo duerme; ve sólo a unos de los proveedores del pescado, que le llevaba apenas dos cargas, y le pregunta: “¿Esto es todo lo que me traéis?” El otro responde: “Sí, señor”. Ignoraba que se había enviado por él a todos los puertos de mar. Vatel espera algún tiempo; los otros proveedores no legan. Su cabeza se trastorna creyendo que no tendría más pecado que aquel.

Encuentra a Gourville y le dice “Señor, no sobreviviré a este nuevo bochorno; perderé mi honor y mi reputación”. Gourville se mofa de él. Sube Vatel a su habitación, apoya la espada contra la puerta y se atraviesa el pecho. Pero no murió hasta el tercer golpe, ya que los dos primeros no fueron mortales. El pescado mientras tanto llega de todas partes. Se busca a Vatel para que lo distribuya, mas no se da con él. Van a su cuarto, llaman, derriban la puerta, y lo encuentran bañado en su sangre. Corren con la noticia a casa del Príncipe, que manifiesta su desesperación. Llora el Duque, que fundaba en Vatel su viaje a Borgogna. El Príncipe, dirigiéndose al Rey, expresó tristemente que cada cual entiende el honor a su manera; se elogió mucho a Vatel, y al mismo tiempo se censuró su determinación extremada. El Rey manifestó que había retardado cinco años su visita a Chantilly precisamente porque comprendía el exceso de tal molestia, y que el Príncipe sólo debió haberse ocupado en preparar dos mesas, desentendiéndose de todo lo restante. Juró que no consentiría que el Príncipe soportara tales responsabilidades mas todo eso llegaba demasiado tarde para el pobre Vatel. Entre tanto, Gourville trató de reparar la pérdida de Vatel, y lo logró. Se almorzó muy bien, se merendó, se cenó, se paseó, se jugó y se fue de caza. Todo estaba impregnado de un mágico encanto, y se percibí en torno el aroma del junquillo. Ayer, que era sábado, se hizo lo mismo. Por la noche el Rey se dirigió a Liancourt, donde había hecho preparar una cena para después de la medianoche. Se proponía permanecer allí todo el día.

He aquí lo que me ha contado Moreuil, para que os lo haga saber. Y el cuento se acabó, porque yo no sé nada del resto. M. d’ Hacqueville, que ha presenciado todo esto, os hará sin duda relación de ello; pero como su escritura no es tan legible como la mía, he decidido hacerlo yo también por mi cuenta. Y si os mando tantos detalles es porque yo, si me en encontrara en vuestro caso, desearía que me los enviaran.



La marquesa de Sévigné, de soltera Marie de Rabutin-Chantal, fue una escritora francesa. Se casó a los dieciocho años con el marqués de Sévigné, hombre disoluto que le dio dos hijos, pero no la felicidad conyugal, y que murió en un duelo siete años después de su matrimonio. Fijó su residencia en París y se consagró a la educación de sus hijos y a la vida social. En los días brillantes del reinado de Luis XIV frecuentó la corte y trató a los personajes más importantes de la época. Dedicará, una vez casada su hija, todo su talento a escribir cartas, tanto a su hija, como a muchos de sus contemporáneos. Sus cartas son, si se quiere, superficiales, llenas de chismes del momento, de nimiedades, pero hay en su estilo frescura y gracia. Además, reflejan la vida social del París de su tiempo. Estas que he publicado pertenecen al libro "Literatura epistolar", de la editorial Océano.

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