A GIULIANO GÉLENG (pintor y escenógrafo italiano, colaboró con Fellini en muchas de sus películas. En esta carta habla sobre el primer cartel de la película Amarcord (1973)
Roma, noviembre de 1973
Querido Giuliano:
Me dicen que también tú estuviste anoche en la proyección y que la película te gustó mucho. Es obvio que el asunto me deja completamente indiferente. Olvida que viste la película y olvida que te gustó.
Piensa más bien que la salida de Amarcord será dentro de un mes y que lo urgente por lo tanto es que se nos ocurra una idea para el afiche ya que los bocetos que me presentó la distribuidora parece que fueran órdenes de captura contra el presidente y el jefe de la oficina de prensa. ¿Tienes alguna idea? Lo dudo; y de todas formas, si la tienes, olvídala. ¡No sé por qué diablos pienso en ti en vez de dirigirme a otro pintor! (A propósito: ¿no me podrías proponer algún nombre?).
Hablando en serio, no te esperes que yo ahora me ponga a charlar contigo y a hacer disquisiciones o a discutir sobre Amarcord en el intento de que lleguemos a una idea gráfica que presente la película al público de una manera exacta y eficaz. En todo caso no te agites, coge papel y lápiz y escríbete estos apuntes, que son burdos y aproximados, pero si dios quiere lo suficientemente confusos.
Entonces: el afiche, a primera vista, tendría que desencadenar la alegría repiqueteante de una tarjeta de Navidad o, mejor todavía, de Pascua. El color debería ser neto, brillante, sonoro, e insisto en la sonoridad; del afiche debería salir una especie de repique de campanas, de voces, de gritos y arias y luz y viento.
No te asustes. Te preciso un poco más la composición: todos los personajes de la película deberían aparecer como asomándose desde el afiche, y mirar a los espectadores, a los que pasan por la calle. Yo creo que estos personajes deberían quedar como sorprendidos en una atónita inmovilidad, amable, atrevida y renuente, una especie de vieja imagen indeleble y fabulosa que se refleja en un espejo festivo, dominical.
Se podrían proponer los semblantes de cada uno de los personajes de acuerdo con un nítido módulo naïf: pero que sea un naïf revisado críticamente capaz de disimular, aunque no mucho, una cita irónica y afable (en el fondo me parece que éste es el signo más inmediato si se quiere caracterizar la individualidad exuberante, alterada e inconsciente de los personajes de mi película).
Luego, detrás de ellos, podría abrirse una amplia llanura con el campo, la playa, el mar, y tú, que tanto amas a los maestros del surrealismo, podrías diseminar en esta profundidad celeste y luminosa algunos temas y situaciones de la película: el Grand Hotel, el Rex, el mesón nupcial, teniendo cuidado eso sí de conservar del surrealismo no su mal entendida vocación por lo subversivo gratuito, sino más bien haciendo lo posible por rescatar una de sus características más auténticas, es decir, la maravilla, el encanto liberador, la levedad soñadora, amenazante... Chao, Giuliano, ponte ya mismo a trabajar con el entusiasmo y el compromiso de siempre y verás que el primer boceto que te salga será un desastre. Pero se puede hacer más de un boceto y hay más de un pintor capaz de hacer un boceto. Una última cosa, ésta sí muy en serio: no se te va a pagar, pero, para compensar, dentro de un mes todo tiene que estar listo.
Cuento contigo. No sé por qué.
Un abrazo afectuoso,
Federico
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A FABIO ROVERSI MONACO (rector de la Universidad de Bolonia) En esta carta, Fellini le escribe en relación a la propuesta de otorgarle el grado Honoris Causa, cuando Fellini tenía 73 años.
Roma, 8-2-93
Estimado profesor Roversi:
Me he enterado de su generosa intención de honrarme con un grado del glorioso ateneo de Bolonia. Es una señal de estima, de atención a mi trabajo, que me halaga y me honra, a pesar de que una vez más me veo obligado a enfrentarme con un mecanismo psicológico de resistencia sobre el que no tengo mucha claridad, pero que desde siempre me impulsa, con culpa e incomodidad, a renunciar a estas ocasiones festivas. No consigo alegrarme ni soy capaz de participar con el entusiasmo que podría esperarse al recibir noticias de premios, recompensas, honras, cuando se refieren a mi persona: en el mismo momento en el que me las otorgan es como si me estuvieran obligando a reconocerme, indebidamente, en toda su autoridad y oficialidad.
Y de inmediato me hundo en un inquieto malestar, en un estado de infelicidad al que rehúyo por instinto. Intento sacar el cuerpo, y hago lo posible por evitar estas ocasiones. Permítame que le haga una confidencia desenfadada: me siento como Pinocho condecorado por el Decano y el cuerpo de Carabineros por el solo hecho de haberse divertido en el País de los Juguetes; hay una especie de inversión de las reglas de juego que me deja desorientado y descontento. Yo espero que usted, querido profesor, sepa perdonar esta sinceridad con la que por lo general nos dirigimos a un amigo, algo que por lo demás yo no puedo dejar de considerarlo, habiendo sido usted el promotor de esta prestigiosa iniciativa para honrarme. Pero precisamente a causa de este sentimiento le pido un poco de complicidad, y le pido que me crea si le confieso que en la misma medida en que una propuesta de grado de su célebre y antigua universidad me colma de orgullo, al mismo tiempo me llega con la sensación de incomodidad e inadecuación que sentiría si me permitiera aceptarlo. Ya en otra ocasión me vi obligado, por estos límites de mi carácter, a dejar descontentos a algunos amigos entusiastas que habían decidido doctorarme en la Universidad de Urbino, y a desilusionar con mi renuncia al profesor Carlo Bo, que tuvo a bien reprochármelo con afectuosa e inteligente afabilidad.
Créame, es algo superior a mis fuerzas. Me vería obligado a forzarme en un papel, un comportamiento, una actitud mental que no me pertenecen, y que acabaría por vivir con auténtico malestar. Lo único que deseo es que una persona de tan alta doctrina consiga entender —cuando no a compartir mi decisión— más de lo que yo me podría esperar. Y que no vaya a confundir esta actitud mía con esnobismo, o superficialidad, o peor aún con presunción, o bien falta de generosidad con respecto a mi propio oficio, como si no quisiera atribuirle la importancia que los demás muestran reconocerle. Al contrario, precisamente porque me gusta mi trabajo, me siento ya recompensado, y quizás ya premiado, al haber hecho mis películas porque me divertía haciéndolas; y ojalá al seguir haciéndolas, con algo de suerte y con la complicidad y la amistad de las personas que como usted nos muestran que las aprecian con tanta generosidad.
Federico Fellini
Federico Fellini (Rímini, 1920 – Roma, 1993) fue un director de cine y guionista italiano, considerado uno de los precursores del cine de la modernidad. Su percepción de la realidad y su concepción cinematográfica le han llevado a marcar un hito en la historia del cine, situándole como un contemporáneo de la imagen mediática.
Fuente: ElMalpensante, y seleccionadas de Fundación Fellini
Fuente: ElMalpensante, y seleccionadas de Fundación Fellini
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