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13 diciembre 2010

Cartas de Jorge Guillén a Germaine




Genève, le 12 décembre 1920. Dimanche


Me apresuro a escribirle con un placer tal que tengo que hacérselo compartir inmediatamente. Rápido, rápido, antes de que desaparezca el momento... (¡estoy tan agradecido al inventor de la pluma -que me permite entrar en comunicación con usted tan rápidamente!) Tengo el mar delante de mí. Sí. Toda la ilusión del mar, todo lo que los ojos pudieran encontrar de marino en un mar auténtico. Esta larga perspectiva de aguas agitadas y obstinadas, como un pensamiento único y enervante, este color verdoso, estas olas esculpidas en bronce, esta bruma lejana que oculta el horizonte, este conjunto que diviso a través de los amplios cristales de un balcón suspendido... sobre el abismo, el dulce abismo de un lago templado, ¿no es acaso realmente el mar, el mismo mar de todas partes, -de Trégastel?-. Estoy en Versoix -a unos minutos de Ginebra- en un chalet suizo, bastante campestre, de aire rústico -sin ningún estigma de café urbano-. No hay nadie. La vieja encargada acaba de poner un mantel de cuadros rojos y blancos en una gran mesa redonda, para mí, único impar que se acoda en ella. -Tome su té ahora que está bien caliente -me dice la señora-. Está oscuro. La señora acaba de encender una lámpara -un candil de petróleo suspendido y burgués. Y lo que es sobre todo exquisito, es el rumor de las olas que me da por este tiempo frío, con el retroceso de la distancia, prolongada y agravada por la luz del crepúsculo, una impresión de Trégastel -súbitamente surgida del fondo del lago para ayudarme mejor a evocarla a usted-. Y este recuerdo de Trégastel, ese único nombre de Trégastel me enternece infinitamente. Además, tengo tiempo hoy. Es domingo, y el mundo es mío. Espere, mi pastelillo pequeñín... tengo mermelada, mantequilla y pan. Como no está usted, permítame que le prepare el té.

“(Siempre el amplio mar. / ¡Ay, ese Trégastel de fatal / Destino!)”

¿Verdad que es excelente? Acabo de comer con apetito, con la voracidad de una juventud que se respeta, y conoce sus derechos y sus deberes. Me acabo de cambiar de mesa. Heme aquí ahora en el centro de la habitación, en una mesa larga familiar, mesa redonda, digámoslo así. He vislumbrado unas frutas -tan plásticas en el fondo oscuro-. Tengo unas mandarinas que me esperan. -A falta de algo mejor, voy a regalarme con este sur en bolas.

¡Es inaudito, cómo este alto en un chalet suizo -al borde de este tierno Trégastel, ¡qué tempestuoso está ahora, oscuro y realmente inmenso!-, cómo este alto me encanta! Es que la voluptuosidad es completa -para un pobre imaginativo como yo-. (Y casi siempre, cuando un momento está logrado, realmente logrado, la palabra voluptuosidad se impone.) Para empezar, me siento a gusto interiormente, pues nada me distrae de usted. Lo que quiere decir que me siento a gusto materialmente. Es necesidad espiritual del confort: que las cosas no nos distraigan de los objetos interiores. Es precio del placer: que las cosas sean buenas conductoras del espíritu. Las cosas incómodas hacen rebotar el espíritu. Sólo el placer nos prolonga y nos aumenta. Y en este momento, las circunstancias son muy armoniosamente propicias al placer que una ausencia permite. Resultado total: la puerta está cerrada. Tengo la fórmula de mi felicidad -de la felicidad (todavía fórmula)-. ¿Un momento de felicidad es sentir que la puerta está bien cerrada? ¿Egoísmo? No. No. En principio, es sentir el universo bien completo, bien encerrado sobre sí mismo, con la perfección que nos ofrece una circunferencia: el perfecto retorno sobre sí mismo. Es sentir el mundo completo, y es sostenerlo en la mano, besarlo. Besar la boca amada es sentir la perfección geométrica de la circunferencia -es besarlo todo.

(El mar se ha oscurecido. Se percibe apenas. La noche se ha impuesto. No queda ahora más que el rumor de las olas, que rompen con golpes muy intermitentes. La noche hace precisos los sonidos. Por eso en la noche sentimos más tangible nuestra alma, “Cisterna, amarga, sonora y sombría”.) ¡Ah! Ahora, es maravilloso. No disfrutaba desde hace mucho tiempo de una soledad tan exquisita. La señora ha desaparecido. Una fuente en el fondo del chalet, gotea con una cadencia marcada por golpes secos. (-¿Agua por golpes secos? -Pues sí, señor abad.) Oh, qué ruido magnífico hace este mar tregasteliano. -Apoyado en este momento por el del tranvía que pasa a lo lejos-. Es un estrópito a lo Berlioz. -Mejor todavía-. A lo Franck, a lo Beethoven.

No más paisaje a través de los cristales. No veo en el sitio en que estaba antes Trégastel más que la lámpara reflejada, suspendida milagrosamente sobre las aguas.

Hoy es el domingo del carnaval ginebrino. Hay gente por todas partes; gente disfrazada comunica a las calles, a la atmósfera, una estupidez inmerecida. He tenido la suerte de caer en un sitio desierto -donde sólo el mar me acompaña, el de la Pointe du Raz, mejor todavía que el de Trégastel. Esta mandarina estaba exquisita -fresca, perfumada, dulce, dócil-. -La he pelado como se desnuda a una mujer-. (“Una”, por decirlo de alguna manera.) -El cigarrillo es un poco fuerte-. -Pero no lo es la cerveza-. Pues no sabiendo qué pedir, he caído en esta bebida germánica. Recuerdo ahora que había pensado en ir a Coppet, para visitar el castillo de madame de Staël -abierto hasta el 15 de diciembre con ocasión de la asamblea de la Sociedad de Naciones-, pero no hablemos de ello esta noche. Eso forma parte de los temas útiles. Y este domingo, quiero sentirme feliz, perdido en un rincón de Suiza, ignorado, con un vago encanto romántico, evocando intensamente la presencia, la sonrisa, la boca de Germaine -y reduciendo mi desventura, por el hecho de estar separado de ella-, burlándome del resto del universo, incluido yo mismo, saboreando este minuto exquisito, este té, esta mermelada, esta mandarina tan gentilmente desvestida, este rumor de olas, esta lámpara suspendida sobre el océano, esta ausencia de humanos, este goteo rítmico del agua de una fuente -para no ser demasiado egoísta, esta entrada súbita en escena de mi madre, de Mathilde, de mi padre- y además, a continuación, otra vez solo, el placer de escribir, de trazar pequeños signos negros sobre la blancura ofrecida, el placer de devanar el hilo de mi pensamiento, de mis fantasías, de mis sofismas, de mis impresiones -para mezclarlo todo y confundirlo- a fin de mejor... sentir la presencia de Germaine. Así, yo sé que mi desgracia, mi verdadera desgracia es estrictamente ésta: que a pesar de la fuerza de mi evocación, usted no está aquí, en Versoix, el 12 de diciembre del novecientos veinte, a las seis y diez de la tarde, y usted no me contesta, y yo no puedo besarla. -Ahí- pues tengo muchas ganas de besarla.

Para sentir la puerta bien cerrada, y el universo bien cerrado sobre sí mismo, con la perfección geométrica del círculo.

La beso, de todas formas -como pienso, con toda mi imaginación, y con todo mi corazón.

Muy suyo

Jorge

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[Guéthary, 9 de julio de 1921]. 9.25 du soir - heure française

Chérie (con qué intensidad, con qué placer pienso: chérie), te escribo en una especie de terraza del hotel al que llegarás el próximo viernes. Tu habitación, número 7, está todavía enyesándose. La de tus padres, también. Decididamente, nosotros vendremos aquí, a las habitaciones 11 y 12, el 1.° de agosto (en el tercer piso). La señora o señorita propietaria acaba de decirme: creo que la señorita Cahen está prometida. He añadido... conmigo -dudando-, porque no sé si se dice avec o à. Hubiera querido no decir nada. Pero el deseo ha sido más fuerte que yo. He cenado en el hotel: claro, elegante, muy bien armonizado, silencioso, con un chic inglés. Vestidos claros, una atmósfera que exige a toda costa la joven en flor. Y he pensado lo bien que estarás, bien, bien en este decorado, hasta qué punto tus vestidos claros resultarán deliciosamente claros y estivales, qué fina estarás, qué bonita, qué chic, qué correcta (sí, correcta, esto es esencial en la impresión), cómo se revelará tu finura profunda con claridad y gracia -sí, gracia, escribo gracia.

(Ya no veo, vuelvo al mirador.)

Las once.

Me he quedado unos minutos deliciosos pensando en ti. ¡Cuánto ganas con este decorado, chérie, pero con justicia, ya que te siento tan armoniosamente dentro de este conjunto! Te voy a querer mucho durante nuestra estancia aquí. Tú tendrás también que ser buena y tierna conmigo, ¿comprendes? Tengo unas ganas locas, locas, de ver pasar rápidamente este mes. ¡Que prisa tengo por verte estival! Tengo la enorme suerte de tenerte, Germaine querida. Alabo al Señor en todos sus cielos. En los momentos logrados de mi existencia, ¡te siento tan profundamente! Y no es una transposición. Es que tú estás en tan esencial acuerdo con todo lo que es bello para mí: es una bobada pero ha ocurrido: me he sorprendido, contemplando el mar, haciéndome tu elogio como a un extraño, con todo tipo de explicaciones.

Ya estos últimos tiempos, te echaba de menos demasiado. Me fastidia esto de estar lejos -separado-. Ayer por ejemplo. Palencia estaba muy sugestiva también -de una forma completamente diferente de la de Guéthary-.

Y yo tenía como un remordimiento de estarte robando toda mi alegría, que necesito hacerte compartir, ya no para doblarla, sino para multiplicarla infinitamente.

Ya no veo el mar -recuerdo del lago de Ginebra-. Pero las cosas van francamente mejor ahora. ¡Cuánto camino hecho! Qué desgraciado era. Qué feliz soy. Hemos hecho un esfuerzo enorme. En este momento me sorprende mucho y me enorgullece. Tengo confianza en nosotros, tengo confianza en mi (nuestra) estrella, tengo confianza en mi (nuestro) destino. ¿Por qué no estás aquí? Estoy ebrio de ti, de nosotros, de cosas bellas, de esperanza, de confianza.

Dentro de veinte días, aquí. Pronto, libres y en las Baleares. Maravilloso.

Chérie, te abrazo, te abrazo, prolongadamente, te agradezco que te llames Germaine Guillén.

Completamente tuyo, profundamente

Jorge

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Madrid, 17 de junio de 1924. Martes

Chérie: He comido en el Café de Gijón, enfrente de la Biblioteca Nacional. A ella voy. Pero no me gustaba el esperar tu carta hasta la noche, de regreso a casa. Y he cogido el tranvía -y he venido por tu carta-: point de lettre! Desilusión. ¡Ah! debe de ser la del domingo. Mientras espero el tranvía, he visto a una mujer chic, muy elegante, instalarse en su auto y tomar el volante. Après-midi pesado de estío: recuerdos sentimentales de Francia -de Biarritz- de esas carreteras. Ha surgido sola la corrección a un antiguo poema -el del vértice:

“¡Exactitud, Europa!”

Esta mañana he estado en la universidad: ya está mi título en tramitación. Y luego en La Libertad con Oteyza y Machado, para pedir la inserción de un artículo, que llevaba, de Chabás sobre Salinas. Ayer tarde, en casa de Miró, sin Miró: muy bien. Y comimos en el café de laBolsa Claudio de la Torre, Lorca, Salinas, Fernández Almagro y yo. Lorca -que ya me ha dado la nota sobre la música para ti- y a quien no he sabido cómo decir je l'aime beaucoup (no, ¡no me ha salido!), Lorca nos leyó, nos representó, mejor dicho, Los títeres de cachiporra, una farsa de guiñol, en prosa, con personajes populares andaluces. ¡Cuánto sentí -varias veces- que no lo escucharas! Estupendo, perfecto: la Petrushka que busca el arte moderno sin haberla encontrado; lírica, muy musical, cómica, vivísima, dramática, abundante de invención, completamente réussie [lograda...], popular, andaluza, con una savia, con una fuerza extraordinarias: Lorca la lee como asumiendo todos los papeles de una compañía y de una orquesta. Lorca es el primero de todos nosotros: hay que inclinarse. Chérie: me voy a escape a la Biblioteca. Adiós. Está la casa demasiado estival y recogida para quedarme aquí a pensar en ti. Amour, amour à moi, des baisers multiples. [... Amor, amor mío, besos múltiples...] A la pequeña, también.

Háblale de su papá. ¡Papáa!

Tu

Jorge

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Murcia, 25 de febrero de 1926

«Sólo sé ya cantar» -chérie- o como podría decir una variante: «Sólo sé ya volar». He tenido que interrumpir mis cánticos para comenzar a escribirte. Te lo puedes imaginar muy bien. Después de haber compuesto, en día de sol, sabes que canto fatalmente. No, no te envío el poema de hoy porque hay una estrofa que quiero revisar hoy mismo. Estaba repasándolo después de comer. Ayer le cogí (es uno de los de París de este año), y esta mañana le continué. Añade a estos momentos de gozo, mi íntima ocupación amorosa. [ Je pense à toi tout le temps,...] Pienso en ti todo el tiempo, como antes, como cuando se está enamorado de una mujer, y ella todavía es futuro. Y lo maravilloso es que, aquí, de mi mujer pasada tomo toda mi ansiedad hacia la que me va a llegar, muy nueva, no desconocida (qué juego tan superficial el de lo desconocido), sino más que conocida, y segura. Estoy seguro de no soñar en falso o en solitario. No, no, mil veces no. La mujer que persigo sin cesar con mi imaginación existe realmente, y en mi realidad muy cercana, que se volverá maravillosa, sólo por ella, por su simple presencia.

Chérie: mi encanto de mujer amada, acariciada, mimada, mi encanto de mujer mía, «para mí solo, en mí solo, en mí mismo, y junto a un corazón, del verso fuente». (Me lo sé de memoria.)

Mi amor, te juro que me sería imposible, que sería imposible improvisar con quien fuese -(con la más extraordinaria de las mujeres)- este amor nuestro, tan trabajado, tan cultivado, tan largamente, tan ricamente preparado y logrado. Se necesita una cultura para llegar a este extremo. Y pienso seriamente en toda clase de gongorismos -de arte o de vida-. Pienso en el amor de los nuevos amantes, en los recién casados. Pienso en las primeras etapas de nuestro viejo amor. Qué torpeza, y no pienso solamente en la torpeza física (muy importante, por otra parte), sino en toda la minuciosidad perfecta, sólida, inquebrantable, de nuestro acuerdo. ¡Qué músicos! Eres buena, chérie, por haber ido a Trégastel, por haber querido, por seguir queriendo. Chérie, hay que seguir cultivando, seguir cuidando siempre este amor, este gusto que tenemos el uno por el otro. Son nuestros hijos -mis palabras- lo más importante de esta vida mía, nuestra. Yo me digo: para esto, no tenemos necesidad de hacer nada, sino dejarnos vivir, ya que es esto lo que nos sale bien. Pero si fuese necesario, cherie, haríamos lo posible y lo imposible, ¿verdad?, para mantener, afirmar, eternizar el acuerdo. Es nuestra obra principal, al menos yo siento que es la mía, que he dado esta vez con la obra maestra que hay que corregir infinitamente, retocar, refinar.

Oh, cómo te espero, con qué terrible y ardiente y loca y libertina paciencia. Alguna vez tengo casi (casi) miedo de imaginarte demasiado. De usar nuestros placeres a través de la imaginación, tu llegada, nuestra casa futura y nuestros secretos maravillosos en nuestra casa. Me digo. No. Basta. Pero, imposible. Tú, tú superas siempre mi expectativa -soy el nunca decepcionado, el nunca desalentado, el nunca cansado- de entusiasmo por esta renovación de interés y de unión que se llama mi mujer, ésta perpetua señorita Germaine en transformación sin fin, pero siempre en un Trégastel mágico.
Chérie, no te enfades conmigo si estoy alguna vez dentro de esa vaguedad española de la que sufres tanto. Todo es vago, salvo tú y yo, -«y junto a un corazón, del verso fuente».

¿Vaguedad? No. No es hoy, sino mañana, viernes, 26, cuando veré a Vindes con Payá. (Éste no puede antes y eso me molesta mucho.) No he querido decirte nada preciso sobre la casa mientras no sea nuestra...

Si lo es mañana, te daré toda clase de detalles enseguida.

Estate tranquila. Tendremos casa, y relativamente buena. Además, dice Vindes (yo no sé si será verdad) que estará la casa terminada en marzo. Así es que ya he comenzado ayer a hacer combinaciones sobre tu llegada y la de los hijos.

Te supongo a punto de marchar. Sí, ven cuanto antes lo más cerca de aquí. Habrás ya recibido los 1.000 francos que yo te mandé. La petición al padre ha tropezado (¡siempre tiene que ocurrir algo!) con la incertidumbre postal. Le escribí a Madrid cuando estaba en Biarritz, luego a Biarritz, cuando ya estaba en Valladolid. Ayer he vuelto a escribirle a esta ciudad última. Hoy voy a dirigirme a Julio hijo para saber si el padre lo sabe. ¡Ah! Hoy me ha llegado, por León Sánchez, un ejemplar de les Entretiens avec Paul Valéry. No traigas más que el de Guerrero. Dime a tiempo cuándo debo dejar de escribirte a París.

Besos

Jorge

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Madrid, 19 de noviembre de 1928

Chérie: ¡Qué compensación a tu breve carta de ayer, en la de hoy, maravillosa! ¡Te escribo con la intensidad, incluso amorosa, que da la rapidez en este café de la Gran Vía, y la Red de San Luis, en que no había entrado nunca! He dejado en la imprenta las segundas pruebas del 5.° y del 6.° pliego, corregidas en el Café de Gijón, donde todavía seguía charlando con Gerardo, quien ha llegado de improviso, después de un silencio de meses, de un Buenos Aires incógnito. Nos citamos en casa de Salinas, donde yo he comido (con régimen especial: modelo de la amabilidad), Gerardo, Alberti y Federico. (Éste es el único que ha faltado. Acaba de llegar también: alegre, magnífico, animadísimo.) Esta mañana terminé la lista de mis envíos de Cántico, estuve calculando las páginas definitivas (11 pliegos juntos), recibí tu carta del sábado en el momento de salir para casa de Salinas, ya a las dos...

Jorge

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Baeza, 15 de diciembre de [1]927


Chérie: Empiezo a escribirte en Baeza (creo que provincia de Jaén). Son cerca de las cinco. Excursión estupenda. Parecemos un equipo de futbolistas -por lo alegre- pero, aunque un poco ruidoso, no maleducado. Hemos salido a las 9.50, en primera, pagando el billete, que nos reembolsarán (José me telegrafió que no podía mandarme el kilométrico. ¡Qué lástima!). Vamos, pues: Bergamín, Gerardo (con su boina), Federico -¡por fin, después de mil negativas y coqueterías!-, Alberti, tranquilo, Dámaso, el más adecuado al exceso de la juerga colectiva (la borrachera es segura), Chabás (dormido ahora, nosotros estamos en el vagón restaurant, donde vamos a tomar el té), y yo, el único casi respetable -el único casado-. Estoy escribiéndote delante de todos, cínicamente. Risa, y más risa, anécdotas, tonterías, alegría y no ficticia, y versos. Hemos hecho un soneto entre todos, por el procedimiento aquel de “chez María Teresa”, dirigido a Dámaso Alonso. Se ha roto enseguida. Durante la comida, se han recitado versos, se han recordado, con gran amor, por casualidad, versos de Antonio Machado. (Y luego, nos hablaba un señor, profesor español de los Estados Unidos como a ¡gente de “vanguardia” peligrosa!) Es absurdo. Ni antes, ni después de ahora volverá a contemplar todo un departamento de un vagón, lleno de estos animales llamados poetas. Salimos de Baeza. (En Vadollano, un niño ciego cantaba cante jondo. “El saludo de Andalucía”, decía Federico.)

En Córdoba. Aquí termino. Todos dicen: ¡Viva D. Luis de Góngora! No tengo tiempo más que de penser, de sentir, de me dire mille choses tendres pour toi, mon amour, à travers ce Córdoba deviné. Teresa, Claudie, Toi. À tous. [... de pensar, de sentir, de decirme mil cosas tiernas para ti, mi amor, a través de este Córdoba adivinado. Teresa, Claudie, Tú. Vuestro...]

Abrazos, besos

Jorge

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Sevilla, 11 de octubre de 1931. Domingo, 7 de la tarde


Chérie: Acabo de dejar -por hoy- tu, o mejor nuestro, poema. ¡No te asustes! Es de amor completo. Espero poder incluir y salvar todo lo inconvénient. Te escribiré, pues, en prosa brevemente.

¿Qué te voy a decir después de nuestra conversación de ayer? (¡Benditas 12 pesetas! ¡Qué escándalo de telefónica!)

Je t'attends - attendri, amoureux, émerveillé, sûr de toi, de ta merveille («Tu total maravilla» -que dijo el poeta, a las seis y media de esta tarde). Chérie, je suis content, si prodigieusement content que je suis tranquille. Je t'offre, par-dessus tout - déjà - dans notre anniversaire, cet hommage: que ton mari t'attend avec plus d'espoir et de joie que jamais, et que je [ne] rêve rien de mieux pour moi, aujourd'hui, que ton arrivée, que la vie ne peut rien m'offrir de mieux que toi, ma femme. Voilà. [... Te espero -enternecido, enamorado, maravillado, seguro de ti, de tu maravilla (“Tu total maravilla” -que dijo el poeta, a las seis y media de esta tarde'). Chérie, estoy contento, tan prodigiosamente contento que estoy tranquilo. Te ofrezco, por encima de todo -ya- en nuestro aniversario, este homenaje: que tu marido te espera con más esperanza y alegría que nunca y que no sueño nada mejor para mí, hoy, que tu llegada, que la vida no puede ofrecerme nada mejor que tú, mi mujer. Eso es...]

Mañana lunes te enviaré el kilométrico, cambiaré libras -no todas- y las guardaré. No creo necesario -por lo que tú me dijiste- enviarte dinero. Pide el que necesites en el almacén, y yo lo repondré -si es necesario... No te olvides de traerme el libro de Valéry. Da mi dirección en El Norte. ¿Qué más? No tengo más encargos -si no es que hables de mí a los pequeños, para que no me olviden- y que les digas que su papá está contento en Sevilla pero que le desespera no ver a sus hijos hasta diciembre.

Creo, en definitiva, que esta combinación es la mejor: la más razonable, la más prudente, la más económica, y, durante algunos días -¡muy breves, hélas!- la más deleitosa: ¡Sevilla, tú y yo -solos y juntos!

Mis temores -los que ayer te exponía en mi carta- ¡entiéndelos bien; no me creas injusto! han desaparecido. Nuestra buena voluntad es superior a todo. Lo que depende de nuestro ánimo marcha, y marchará bien. ¡Si en todo lo demás -que nos es ajeno- ocurriese lo mismo! Je t'aime : voici la question. Ou plutôt, la réponse, mon éternelle réponse ! Je t'embrasse, bien entendu [... Te quiero: ésa es la cuestión. O más bien la respuesta ¡mi eterna respuesta! Te abrazo, por supuesto]

Jorge

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Santander, 4 de agosto de 1933. 7 y 1/4 de la tarde

Iba a escribirte antes de la conferencia de Américo Castro, a las 5. Pero me eché un momento, y di vueltas a una décima: la de “Amiga Pintura” [“Amiga Pintura”, en Cántico que no acaba de estar bien (díselo a Hall)-. He oído la conferencia que ha estado bien, incluso muy bien a ratos. Fui a ver a Emilio, que se encuentra mejor, y...

La carta tiene que cambiar. Te confieso que estoy troublé [turbado] de pronto, con un nudo de preocupación secreto que casi duele. Te lo diré del modo más sencillo. Hace veinte o veinticinco minutos, en el cuarto de Emilio, estaba una señorita norteamericana, a quien D. Pedro me había presentado la otra noche como admiradora de Cántico. Hablé con ella un rato. Ahora estaba despidiéndose de Emilio. Yo apenas la he hablado. En el último instante, no sé cómo, hablamos de miss Kennedy. Pues esta señora vivía en la misma casa que ocupamos nosotros. -También yo: en Monte Esquinza, 78. -¡Ah! Sí, con miss Bourland. Y se marchó...

Tengo cita con Salinas, a eso de las ocho menos cuarto. Le espero aquí, en la terraza. No quiere que se le moleste en su cuarto. Defiende su soledad en su cuarto con fiereza. Pienso en diferentes cosas. Tuve la debilidad de enseñar la carta de Claudie a D. Pedro. Éxito. Zubiri: -«es un genio» -digo por lo del «Muro». Moi, attendri... [Yo, enternecido...] Bajan las maletas al taxi -que espera ante la puerta-, miss Reding se va ahora. He hablado con Emilio de ella. Tendrá unos 35 años. No guapa. Cuerpo estupendo, flexible, delgado. Nariz respingona. Profesora de Smith College. (Me habló mucho de usted -me dijo Casalduero.) Emilio la ha acompañado bastante al principio. «Buena nadadora». Estuvo a punto de ahogarse con ella. -Pero ¿has flirteado con ella? Se ha sonreído. Mais est-ce qu'elle aurait marché? [¿Acaso ella habría aceptado?...]

Ha salido ya. Enseguida ¡Cómo la ha mirado! La ha saludado dos veces... ¡Buen viaje! -Volverá el año próximo en lugar de miss Kennedy. -Haré de carabina -dice- porque me gustará pasar un tiempo en Madrid. También ha publicado una tesis sobre Cadalso, escritor del XVIII. ¡Ay! (Aquí, di un profundo suspiro.) ¡Dios mío, Dios mío!

Otro automóvil espera. Debe de ser el de D. Pedro. Voy a buscarle. Iremos a Santander. Tenemos cita con Dámaso y Gerardo. Hablaremos de la Antología. No te escribiré al Hôtel du Midi. Temo que la carta se pierda. Muchos recuerdos a Ellos, los nuevos Nosotros. Mis votos por el feliz éxito de ese plural.

Que je suis content de mon secret à moi - notre nous -, si légal, si permis, si public et cependant, si secret ! Tout est secret ! Je t'embrasse. J'embrasse ces petits enfants. J'ai beaucoup aimé le dessin de Claudie. À toi [¡Qué contento estoy de mi propio secreto -nuestro nosotros-, tan legal, tan permitido, tan público y sin embargo, tan secreto! ¡Todo es secreto! Te abrazo. Abrazo a esos niños. Me ha gustado mucho el dibujo de Claudie. Tuyo]

Jorge

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Viena, 2 de junio de 1934. Sábado

Chérie: ¡Qué cerca os siento ya! Cerca en el espacio y en el tiempo. ¡Ya no hay nada que escribir! ¡Todo está por hablar, por hacer, por consumar! Plan definitivo, si Dios quiere: saldré mañana, domingo, a las dos de la tarde, para Salzburgo. Allí dormiré probablemente el lunes también. El martes llegaré a Múnich. Y el jueves haré directamente el viaje Múnich-París, de 7 y ½ de la mañana a 7 y ½ de la noche. Voy a escribir a tu madre anunciándole mi llegada. Supongo que no habrás tenido la idea de escribirme a Estrasburgo. En ese caso, reclamaríamos la carta por correo. ¿Querrás creer que me gusta mucho esta combinación: no haber existido en París por mi cuenta, sin ti, y aparecer en la ciudad y ante los amigos contigo, con vosotros? Yo me hubiese quedado algún día más en Viena, porque aquí hay muchas cosas que ver; pero ¡tengo tanto gusto en esperaros en París, y siento tanta impaciencia por veros! Recibí tus dos telegramas: tu llegada el viernes me ha permitido retrasar mi salida de aquí un día. Imagino sin cesar vuestras frases: en Madrid, en mi Valladolid, hélas ! Pienso en el acento andaluz de Claudie. Claro que la historia del atentado de Sevilla no se me olvida, y muchas veces la comento yo solo. Supongo que tus amagos de indisposición habrán pasado, puesto que viajas. ¡Cuánto te vas a cansar, moviéndote el viaje a pulso, tú sola! Espero que podamos descansar -descansar verdaderamente en París. (Un perro se me acerca. Como todos los perros de Viena lleva bozal. Te escribo en un banco -esperando que abran a las 4 el Museo Albertina. Pero se me acaba la tinta.) Ayer no te escribí. Por la mañana, en el museo, estuve viendo pintura de 10 a 1 y ½ . ¡Salí deshecho! Magnífico museo. Escaso lo español y muy mal presentado. ¡Cómo me he indignado con ello -hasta con el ningún éxito de Velázquez, 7 retratos, algunos estupendos, en una salita pequeña: yo, sentado en la silla y la gente, pasando ¡sin mirar apenas! El llamado público no entiende de nada: ésa es la verdad.

Por la tarde, me di un paseo de tres horas y pico, a pie, por la ciudad, buscando los sitios más íntimos, más verdaderos. No me perdí; me salió bastante bien el paseo; tomé mis precauciones: descansar en jardines, en iglesias, plátanos, tranvía. Resultado: la moribundez... Exagero: no me dolían más que los pies. No, no me hagas caso. Quiero indignarte... (¿Ves? Tengo la impresión de que ya estamos en conversación real.) Por la noche descansé en un music-hall, una petite boîte muy agradable, y muy decente. (Casi todo el mundo en parejas, y yo, ¡solo!) ¡Ah! Era el 1.° de junio: ¡en mi vida he visto más mujeres guapas! Desnudas por la mañana (en el museo). Por la tarde, vestidas. Por la noche, semidesnudas. Pero ¿por qué encuentro -¡será la culpa de Viena!, ou ce sera de ma faute? [... o será culpa mía?...]- tantas mujeres agradables y bonitas ahora y aquí? Esta mañana he estado en la Academia de Bellas Artes, otro museo, mediocre; y he repetido la visita al museo grande y a los Velázquez (¡Hall, Sinforiano, Bonafé!); por la tarde, he entrado en la Albertina, una biblioteca de dibujos, acuarelas, etc. Te sirven en grandes cajas en forma de álbum, por ejemplo (¡oh amigos pintores!), Renoir, Ingres, Cézanne, Alberto Durero (son los que yo he visto). ¡Delicioso! Después, he venido a cortarme el pelo: ¡me acerco a tu sacra Presencia! Y luego, ha llegado el momento de la correspondencia. Ésta será la última carta de esta serie, si nuestros planes se cumplen. (¡Cómo se repite la historia! ¡Cómo se va repitiendo esta formula!)

Chérie : j'ai une envie [...]: tengo unas ganas sobrehumanas de estar contigo. Pero... no creas que es el caso del marido hambriento, con prisa. ¡Oh, no! (acento inglés). Estoy, es verdad, muy perdido, en el centro de esta inmensa Viena, en la cima del inmenso verano (como diría un poeta). Pero lo que quiero es sencillamente vivir contigo. Y en cuanto al resto... no hay resto: hablo de vivir contigo.

¡Qué ganas tengo de ver a mis niños! Así que estaremos al mismo tiempo en los trenes, corriendo los unos hacia el otro y el otro hacia los unos. Me gusta este «unos» -sin h. Confieso que estaré muy contento de encontrarme con ellos en la Estación de Orsay.

'Adiós.' Hasta el viernes: (parece muy lejos, pero está muy cerca).

Te quiero, te querré; ¿nos querremos, di?

Jorge




En 1919, el jóven poeta Jorge Guillén conoció al gran amor de su vida, Germaine Cahen, una joven francesa con la que se casaría dos años más tarde. De inmediato, comenzó entre ambos una correspondencia incendiaria, un epistolario amoroso lleno de emoción e intensidad, que hablan de amor, literatura, de arte y amigos. 793 cartas escritas entre 1919 y 1935 por Guillén, muchas escritas en francés, la lengua de Germaine, que destruyó las suyas antes de morir en 1947, convencida de que se publicarían si no lo hacía.

Fuente: "Cartas a Germaine (1919-1935)". Editorial Galaxia Gutenberg. Editado, traducido y notado por Margarita Ramírez Rigo, viuda del hijo de Guillén.

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