Febrero de 1898, Tahití
(...) En cuanto llegó el correo y vi que no había recibido nada de Chaudet, y con mi salud que se había casi restablecido de golpe, es decir, sin posibilidades de morir de forma natural, quise matarme. Fui a esconderme en la montaña, donde las hormigas hubieran devorado mi cadáver. No tenía ningún revólver, pero tenía arsénico que había guardado mientras me curaba de mi eczema; ¿la dosis era demasiado fuerte o bien los vómitos anularon la acción del veneno, expulsándolo? No lo sé. Finalmente, después de una noche de horribles sufrimientos, volví a casa Desde hace un mes me atormentan una opresión en las sienes, un aturdimiento y unas náuseas en cuanto tomo el más mínimo alimento.
Tengo que confesar que mi resolución fue tomada para el mes de diciembre y antes de morir quise hacer un gran cuadro que tenía en la cabeza, y durante todo el mes trabaje día y noche enfebrecido de forma increíble. Evidentemente no se trata de un cuadro hecho al estilo de Puvis de Chavannes, con análisis de la naturaleza, croquis, etc. Está hecho con soltura, con la punta del pincel, sobre una tela de saco llena de nudos y de rugosidades; su aspecto también es muy burdo.
Dirán que está a medias, sin acabar. Aunque es cierto que es difícil juzgarse a sí mismo, creo, sin embargo, que esta tela no sólo sobrepasa a todas las precedentes, sino que además nunca haré otra parecida ni mejor. En ella he puesto toda mi energía antes de morir, una dolorosa pasión en circunstancias terribles y una visión tan clara, sin correcciones, que desaparece lo que tiene de apresurado y de ella surge la vida. En este cuadro no se huele el modelo, el oficio ni las pretendidas reglas, que nunca he obedecido, aunque algunas veces con miedo.
Es una tela de 4.50 m. por 170 de alto. Las dos esquinas de la parte superior son amarillo cromo, con la inscripción a la izquierda y mi firma a la derecha, como un fresco estropeado por los lados y aplicado sobre una pared de oro. En la derecha, en la parte inferior, hay un niño dormido y tres mujeres en cuclillas. Dos figuras vestidas de púrpura se confían sus reflexiones; una figura voluntariamente enorme a pesar de la perspectiva, en cuclillas, levanta los brazos al aire y observa, asombrada, a estos dos personajes que se atreven a pensar en su destino. Una figura situada en el centro está cogiendo un fruto. Hay dos gatos cerca de un niño. Una cabra blanca. El ídolo, con los dos brazos levantados misteriosamente y con ritmo, parece indicar el más allá. La figura en cuclillas parece que esté escuchando al ídolo; finalmente, una vieja cercana a la muerte parece aceptarla, resignarse (...); a sus pies hay un extraño pájaro blanco que tiene una lagartija en una pata que representa la inutilidad de las palabras vanas. La escena se desarrolla a orillas de un riachuelo, bajo los árboles. En el fondo, el mar, y luego las montañas de la isla vecina. A pesar de los cambios de tono, el paisaje es constantemente, de un extremo a otro, azul y verde Veronés. Todas las figuras desnudas se destacan en un naranja atrevido. Si a los alumnos de Beaux-Arts que se presentan al concurso de Roma se les dijera: El cuadro que tienen que hacer representará ¿de dónde venimos?, ¿quiénes somos?, ¿a dónde vamos?, ¿qué harían? He acabado una obra filosófica sobre este tema comparado con el Evangelio; creo que está bien; si tengo fuerzas para copiarlo, se lo enviaré (...).
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Marzo de 1898, Tahití
(...) Mis entrañas me hacen sufrir poco y los latidos en las sienes son cada vez más espaciados; pero estoy en un estado de postración que me ha impedido sostener un pincel durante todo este mes. No he hecho nada. Por otra parte, mi gran tela ha absorbido por algún tiempo toda mi vitalidad; la miro sin cesar y tengo que confesar que me admira. Cuanto más la miro más cuenta me doy de las enormes fallas matemáticas, que no quiero retocar a ningún precio, se quedará tal como esta como un esbozo si se quiere. Pero me planteo un problema que me deja perplejo: ¿Dónde empieza la ejecución de un cuadro? ¿Dónde termina? En el momento en que entran en fusión sentimientos extremos en lo más profundo del ser, en el momento en que estallan y todo el pensamiento sale como la lava de un volcán, ¿no hay un surgimiento de la obra que acaba de ser creada, brutal si se quiere, pero grandiosa y de apariencia sobrehumana? Los fríos cálculos de la razón no han estado presentes en este surgimiento, pero ¿quién sabe cuándo se ha iniciado la obra en el fondo del ser? Tal vez sea inconsciente.
¿Se ha dado cuenta de que cuando se copia un croquis del que se está satisfecho, y que se ha hecho en un momento, en un segundo de inspiración, sólo se consigue hacer una copia mucho peor, sobre todo si se corrigen las proporciones, las faltas que el razonamiento cree ver en él?. Algunas veces oigo decir: el brazo es demasiado largo, etc. Sí y no. No, sobre todo teniendo en cuenta que a medida que se alarga, se aparta uno de la verosimilitud para llegar a la fabula, lo cual no es un mal; pero toda la obra debe tener un mismo estilo, la misma voluntad. Si Bouguereau hiciera un brazo demasiado largo, ¿qué le quedaría, puesto que su visión, su voluntad artística, consiste sólo en esto, en esta precisión estúpida que nos encadena a la realidad material? (...).
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Unos días antes de su muerte, Gauguin recibió una carta de Monfreid:
Usted es actualmente el pintor inaudito y legendario que de en medio del Océano Pacífico envía sus desconcertantes pero inimitables obras, creaciones de un gran hombre, por así decirlo, que parece haber desaparecido de este mundo. Usted goza de la inmunidad de un muerto ilustre; usted ha pasado a formar parte de la historia del arte.
Paul Gauguin fue un pintor y escultor francés. En un primer momento trabajó como agente de bolsa, pero luego empezó a compaginar su trabajo con el arte. En 1883 abandona definitivamente su carrera para dedicarse por completo al arte, abandonó a su familia y se refugió en la pintura. Primero se movió en el Impresionismo, pero pronto evidenció un marcado antinaturalismo más sensible al poder evocador de los objetos y su carga emocional. Su pintura es casi un misticismo, ya que intenta desentrañar el sentido verdadero de la realidad. Fue un pintor de contenidos, de enigmas del ser humano; él siempre se preguntó ¿Quiénes somos?, ¿Dónde vamos? Hizo amistad con el pintor y coleccionista de arte Georges Daniel de Montfreid. En 1895 regresa a las islas de la Polinesia francesa, y allí vivirá el resto de su vida.
Fuente: "Escritos de un salvaje", de Paul Gauguin. Editorial Akal. 2008, Madrid.
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