Blogger Template by Blogcrowds

10 diciembre 2009

Cartas de Vincent Van Gogh a su hermano Théo





1º de Enero de 1889.

Mi querido hermano:

Espero que Gauguin te haya tranquilizado completamente y también en lo que respecta a los asuntos de la pintura. Espero recomenzar muy pronto el trabajo. La criada y mi amigo Roulin se habían encargado de la casa y habían puesto todo en orden. Cuando salga, podré volver a ir andando por aquí y muy pronto llegará el buen tiempo y recomenzaré los vergeles en flor. Estoy, mi querido hermano, muy afligido por tu viaje; hubiera deseado evitarte esto, porque en suma no me ha pasado nada malo y no había por qué molestarte. No sabría decirte cuánto me regocija que hayas hecho la paz y más aún con los Bonger. Dile esto de mi parte a André y salúdalo muy cordialmente. Como me habría gustado que hubieses visto Arlés con buen tiempo; ahora lo has visto en negro Valor entretanto; envía las cartas directamente a mi domicilio, Lamartine 2. Yo le enviaré a Gauguin sus cuadros que quedaron en la casa, tan pronto como lo desee. Le debemos los gastos que ha hecho por los muebles. Un apretón de manos: tengo que volver al hospital, pero dentro de poco saldré del todo.

Tuyo, Vincent.

Escribe también una palabra a nuestra madre de mi parte; que nadie se inquiete.

.....................................................................................................


23 de enero de 1889.

Ayer se fue Roulin (naturalmente mi encargo salió antes de la llegada de tu carta de esta mañana). Era impresionante verlo con sus niños este último día, sobre todo con la más pequeña, cuando la hacía reír y saltar sobre sus rodillas y le cantaba. Su voz tenía un timbre extrañamente puro y emocionado, que a mí me sonaba como un dulce y lastimero cantar de cuna pero a la vez como un lejano resonar del clarín de la Francia de la Revolución. Sin embargo no era triste. Al contrario, se había puesto el uniforme nuevo que había recibido ese mismo día y todo el mundo le felicitaba...

Acabo de terminar una nueva tela, que tiene un aspecto casi elegante: una cesta de mimbre con limones y naranjas -una rama de ciprés y un par de guantes azules; tú ya has visto estas cestas mías de frutas... Luego, para entrar suficientemente en calor, para fundir estos oros y estos tonos de llores -un principiante no podría; es preciso la energía y la atención de un individuo, por completo. Cuando después de mi enfermedad revisé mis telas, la que me pareció mejor fue la del dormitorio...

Tengo en preparación el retrato de la mujer de Roulin, en el que trabajaba antes de caer enfermo. Había ordenado dentro los rojos, desde el rosa hasta el anaranjado, el cual subía en el amarillo hasta el limón, con los verdes claros y oscuros. Me alegraría muchísimo poder terminarlo, pero me temo que ella no querrá posar mientras siga ausente su marido.

Supongo que comprendes lo terrible de la partida de Gauguin, precisamente porque esto nos derrumba los esfuerzos que hicimos para amueblar la casa donde se alojarían los amigos en los malos días. Bastará que guardemos los muebles, etcétera. Y aunque hoy todo el mundo tenga miedo de mí, con el tiempo eso puede desaparecer.

¡Bueno!... sigue ese camino. Durante mi enfermedad he vuelto a ver cada cuarto de la casa en Zundert, cada sendero, cada planta en el jardín, los alrededores de los campos, los vecinos, el cementerio, la iglesia, nuestra huerta, atrás -hasta el nido de urraca en una alta acacia del cementerio. Eso será que tengo todavía los recuerdos más primitivos que todos vosotros; para acordarse de todo esto así, no hay más que la madre y yo. No insisto, ya que es mejor que no trate de recuperar todo lo que entonces me vino a la cabeza... Pero, si quieres, puedes exponer las dos telas de girasoles. Gauguin se alegrara si tiene una; y me agrada mucho ofrecerle a Gauguin un detalle de cierto valor. Como él desea una de esas dos telas, ¡vale!... reproduciré una de las dos, la que él desea. Verás cómo llaman la atención esas telas. Pero te aconsejo que las guardes para ti, para tu intimidad con tu mujer. Es esa clase de pintura de aspecto un poco cambiante, que se enriquece si la miras mucho rato. Tú sabes que Gauguin, por otra parte, gusta de ellas extraordinariamente. El me ha dicho, entre otras cosas: «esto... es... la flor». Sabes que Jeannin posee la peonía, que Quost posee la malvarrosa; pero yo poseo un poco el girasol.

¿Te fijaste, durante tu apresurada visita, en el retrato negro y amarillo de la señora Ginoux? Ese es un retrato pintado en 3 cuartos de hora. Es preciso que por hoy termine.

Tengo una tela de Berceuse, precisamente la que trabajaba cuando vino mi enfermedad a interrumpirme. De aquélla, poseo igualmente hoy dos pruebas. Acabo de decirle a Gauguin sobre esta tela, que como habíamos hablado el yo de los pescadores de Islandia y de su aislamiento melancólico, expuestos a todos los peligros, solos sobre el triste mar, acabo de decirle a Gauguin que poco después de esas conversaciones íntimas, me había venido la idea de pintar un cuadro tal que los marinos, niños y mártires a la vez, viéndolo en la cabina de una barca de pescadores de Islandia, experimentaran un sentimiento de arrullo que les recordara el canto de sus propias nodrizas.

Acaso esto se parezca, si se quiere,a una cromolitografía de bazar. Una mujer vestida de verde con cabellos anaranjados se destaca contra un fondo verde con flores rosas. Ahora, estas disparatadas agujas de rosa crudo, anaranjado crudo, verde crudo, están suavizadas por bemoles de rojos y verdes. Me imagino estas telas precisamente entre las de los girasoles, que forman así lámparas o candelabros a su lado, del mismo tamaño; y el conjunto, así, se compone de 7 u 8 telas. (Me gustaría hacer una repetición para Holanda, si pudiera recuperar el modelo).

Ya que seguimos con el invierno, escúchame; déjame continuar tranquilamente mi trabajo; si es el de un loco, ¡a fe mía!... tanto peor. No puedo evitarlo, entonces. Las intolerables alucinaciones han cesado, pese a todo; actualmente se reducen a una simple pesadilla, a fuerza de tomar bromuro de potasio, creo. Una vez más aún; o bien me encerráis sin más trámite en una cabañuela de locos; no me opongo, en caso de que me engañe; o bien dejadme trabajar con todas mis fuerzas, tomando las precauciones que menciono. Si no estoy loco, llegará el momento en que pueda enviarte lo que te he prometido desde el comienzo. Supongamos que los cuadros quizás fatalmente deban dispersarse; pero cuando tú por lo menos veas el conjunto de lo que yo quiero, me atrevo a esperar que recibirás una impresión consoladora...

Siempre has vivido como un pobre, por alimentarme, pero yo devolveré el dinero o entregaré el alma. Ahora vendrá tu mujer, que tiene buen corazón, para rejuvenecernos a nosotros, los viejos...

Es verdad lo que te digo. Si no es absolutamente necesario encerrarme en un manicomio, entonces estoy bueno todavía para pagar, por lo menos en mercancías, las deudas que pudieron tentarme. Para terminar, debo decirte todavía que el comisario principal de policía vino a verme ayer muy amistosamente. Me ha dicho, estrechándome la mano, que si alguna vez yo tenía necesidad de él podría consultarlo como amigo. Nada más lejos de mi intención negarme pues podría muy pronto llegarme el caso, precisamente si surgieran dificultades con la casa. Espero que llegue el momento de pagar el mes, para interrogar al gerente o al propietario en el blanco de los ojos. Pero que se quedarán con las ganas de echarme casi seguro en esta ocasión al menos. La verdad es que el trabajo me distrae. Y me conviene hallar distracciones - ayer estuve en las Folies Arlésiennes, el reciente teatro de aquí - ésta ha sido la primera vez que he dormido sin pesadillas graves. Se daba (era una sociedad literaria provenzal) lo que se llama un Noël o Pastoral; una reminiscencia del teatro de la edad media cristiana.

Estaba muy estudiada y les debe haber costado mucho dinero. Naturalmente representaba el nacimiento de Cristo, entremezclado con la historia burlesca de una familia de aldeanos provenzales embobados. Bueno -lo que era asombroso como un aguafuerte de Rembrandt - era la vieja aldeana; justo una mujer como sería la señora Tanguy, el cerebro de sílex o piedra de fusil, falsa, traidora, loca; todo esto se veía en la pieza citada. Luego, en la pieza, llevada delante del místico pesebre, con voz temblorosa, se puso a cantar y entonces la voz cambió de bruja a ángel y de voz de ángel a voz de niño y luego otra voz le respondió, ésta firme y cálidamente vibrante, una voz de mujer detrás de los bastidores. Era algo asombroso. Ya te dije; los así llamados «félibres» se habían empeñado en gastarse el dinero. Yo, con esta pequeña región, no tengo necesidad de ir a los trópicos para nada.

Vincent

Creo y creeré siempre en el arte de crear en los trópicos y pienso que debe ser maravilloso; pero en fin, personalmente soy demasiado viejo y (sobre todo si me hiciera poner una oreja de papel) demasiado acartonado para ir.

¿Gauguin lo hará? No es necesario. Porque si hay que hacerlo, se hará solo.
No somos más que eslabones de la cadena. Este bueno de Gauguin y yo nos comprendemos en el fondo del corazón y si somos un poco locos, sea, ¿no somos también un poco bastante profundamente artistas para contrarrestar las inquietudes a este respecto por lo que decimos del pintor? Todo el mundo tendrá quizás un día neurosis, histeria, baile de San Vito u otra cosa. ¿Pero no existe el contra veneno? ¿En Delacroix, en Berlioz, en Wagner? Y en verdad la locura artística, en todos nosotros, yo no digo que sobre todo en mí, tal vez me haya herido hasta la médula; pero digo y mantendré que nuestros contra venenos y consuelos pueden, con un poco de buena voluntad, ser considerados como ampliamente eficaces.

Todo tuyo.

..............................................................................................................


29 de abril de 1890.

Mi querido Théo:

El resto de las telas es escaso; como llevo dos meses sin poder trabajar, estoy atrasado. Encontrarás que los olivos de cielo rosa son lo mejor, con las montañas, me imagino; los primeros van bien como compañeros de aquellos del cielo amarillo. En cuanto al retrato de la Arlesiana, tú sabes que he prometido un ejemplar al amigo Gauguin y se lo harás llegar. Luego los cipreses son para el señor Aurier. Hubiera querido rehacerlos con un poco menos de empaste, pero me falta tiempo. Hay que lavarlos todavía varias veces con agua fría; después, un fuerte barniz, cuando los empastes estén bien secos; entonces los negros no se saldrán cuando el aceite se haya evaporado. Ahora me haría falta, necesariamente, colores que en parte bien podrías adquirir en lo de Tanguy; si está fastidiado esto le gustará. Pero por supuesto, no tiene que ser más caro que otro. Esta es la lista de los colores que necesitaré:
(Tubos grandes) 12 blanco de zinc; 3 cobalto; 5 verde veronés, 1 laca ordinario; 2 cromo 11; 2 verde esmeralda, 4 cromos I; 1 mina anaranjado; 2 ultramar.
Después (pero en lo de Tasset): 2 laca geranio, tubos de formato mediano. Me harás un gran favor si me puedes hacer llegar enseguida por lo menos la mitad; pronto, porque he perdido demasiado tiempo.
También, necesitaré 6 brochas; 6 pinceles de cerda y 7 metros de tela o hasta 10.

¿Qué decirte de estos dos meses pasados? Esto no va muy bien; estoy triste y embrutecido, más de lo que sabría expresar y no sé ya dónde estoy.

Como el pedido de colores es un poco cargado, puedes demorar la mitad, si te conviene más. Mientras estaba enfermo, hice aún algunas pequeñas telas de cabezas que verás más tarde, recuerdos del Norte; y ahora, acabo de terminar un rincón de pradera lleno de sol, que yo creo más o menos vigoroso. Lo verás muy pronto. Hazme el favor de rogar al señor Aurier que no escriba más artículos sobre mi pintura; dile con insistencia que, por empezar, sus notas sobre mí se engañan, puesto que realmente me siento demasiado entristecido para poder enfrentarme a la publicidad. Hacer cuadros me distrae; pero si oigo hablar de ellos, me causa una pena que él no imagina...

He caído enfermo en la época en que hacía las flores de almendro. Si hubiera podido continuar trabajando, puedes deducir que hubiera hecho otros árboles en flor. Ahora, ya casi se han terminado los árboles en flor; verdadera me no tengo suerte. Sí; hay que tratar de salir de aquí, pero ¿dónde ir? No creo que se pueda estar más encerrado y prisionero que en las casas donde no existen normas de libertad, como en Charenton o en Montevergues.







La obra de Van Gogh sigue siendo una apuesta a la estética y a la vida. Es el pintor de las superficies, pero revela en ellas lo invisible, y con el paso del tiempo más y mejor se renueva la maravilla de su expresión y el alcance de su genialidad. Su vida estuvo llena de miseria y frustración, de soledad efectiva y desesperación, cuya única salida era la pintura, leer y material para pintar. La unión entrañable con su hermano Théo, las cartas que ambos mantuvieron, están llenas de amor, de arte, de tragedia, de vida. Un epistolario excepcional que constituye, por encima de todo, la autobiografía de un artista que desnuda su alma y expone ilusiones y proyectos como si quisiera, al mismo tiempo, enseñarnos a mirar un cuadro. Un pintor que regalaba sus obras, que vivía del dinero que le enviaba su hermano, que en toda su vida sólo vendió un cuadro y que ahora, más de cien años después de su trágica muerte, se transformó en uno de los artistas de más alta cotización en el mercado de arte.

Fuente: "Vincent Van Gogh. Cartas a Theo". Barral Editores, Barcelona 1972.

0 comentarios: