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11 agosto 2007

Cartas de Henry Miller a Brenda Venus


Te llamé anoche hacia las diez y media pero no contestaste ¿Estabas fuera o en la cama con otro amante? ¿Has contestado alguna vez mientras estabas haciendo el amor o te has puesto el teléfono entre las piernas? (…) Recibir una montaña de cartas de una belleza como tú me pone un poco caliente (…) Lo importante no es cuándo empiezas a joder sino cómo lo haces. Con el corazón y el alma o sólo con el coño (…) Dios, si pareces violable. Perdona que te lo diga así pero no puedo evitarlo. Parece como si estuvieses lista para ser forzada (…) Me siento culpable por hacerte insinuaciones. A decir verdad estoy profundamente enamorado de una mujer. Es un amor eterno y lo digo en serio. Pero soy un hombre y siempre estoy enamorado de una o de dos o de tres o de cuatro (…) Si los periodistas se enteraran de lo nuestro me ridiculizarían hasta la muerte

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Me gustaría poder escribirte en ruso, en azteca, en armenio y en iraní. Porque eres ilimitada. Eres lo que los griegos llaman `nada en moderación`. Eres Mona, Anaïs, Lisa, tout le monde, todas combinadas. Fuego, aire, tierra, océano, cielo y estrellas.
Y ahora un hombre de 87 años, locamente enamorado de una mujer joven que me escribe las más extraordinarias cartas, que me ama a morir, que me mantiene vivo y enamorado (un perfecto amor por vez primera) que me escribe tan profundas y emocionantes reflexiones que me siento feliz y confuso como sólo un adolescente podría estarlo. Pero por encima de todo, agradecido, y afortunado. ¿Merezco realmente tan hermosos elogios como tú me dedicas? Haces que me pregunte quién soy exactamente, si me conozco en realidad y qué soy. Me tienes en el misterio. Por lo cual aún te amo más. Caigo de rodillas y rezo por ti, te bendigo con la poca santidad que hay en mí. Viaja feliz, mi queridísima Brenda y no lamentes nunca este romance a mitad de tu joven vida. Los dos hemos sido bendecidos. No somos de este mundo. Somos las estrellas y el universo de más allá.
Larga vida a Brenda Venus. ¡Dios le conceda dicha, plenitud y amor eterno!

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1973

Queridísima Brenda: Esta mañana ha llegado tu maravillosa, maravillosa carta. La he leído con lágrimas en los ojos. Dios mío, qué bellamente expresas tus pensamientos y sentimientos. A veces, mientras te leo, me pongo a temblar y me pregunto: ’¿Es posible que hable de mí? ¿Quién soy yo? ¿Quién es ese Henry Miller?’. Y todas esas cosas. No parece posible que una persona pueda despertar tanto amor, tanta adulación y adoración. Brenda, Brenda, me dejas mudo, ante tan amorosa elocuencia mi lengua queda atada.

Me preguntas si veo todo eso en tus ojos. Naturalmente que sí, amada mía. Todo está escrito en tus ojos. Y en toda tú. Vibras por todos tus poros, incluso cuando no dices nada. Sabes, muchas veces me despierto de noche, enciendo la luz y miro tu foto, tu imagen en la biblioteca. Siempre irradia no sólo belleza sino pureza, integridad, confianza.

Pienso en ti como en una flor del profundo sur, con toda su esplendorosa fragancia y aparente fragilidad. En realidad eres tan fuerte como un tigre y tan peligrosa, si estás enfadada. Mi visión se debilita. He estado escribiendo sin gafas. Pero con tal de saber de ti soy capaz de cualquier cosa. Sí mi querida, mi queridísima Brenda, sólo gracias a ti continúo vivo. Lo sé mejor que nadie. Te amo, te amo, te amo. Lo eres todo para mí. Tu Henry


Cuando Brenda Venus entró en su vida, Henry volvió a ser el joven y rebelde amante de sus primeros libros. Miller acababa de salir de una desgraciada experiencia matrimonial con la pianista japonesa Hoki y su auto confianza estaba tan maltrecha como su salud. Brenda le devolvió la ilusión y la vida, como un adolescente enamorado.

Fuente:
Miller, Henry. Querida Brenda. Editorial Seix Barral, 1987.

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