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10 agosto 2007

Cartas de Lewis Carroll a Gertrude Chataway

9 de diciembre de 1875

Querida Gertrude:

¿Sabes una cosa? Ya no se pueden enviar besos por correo: el paquete pesa tanto que resulta muy caro. Cuando el cartero me trajo tu última carta, me miró con aire severo y me dijo: «Tiene que pagar dos libras, señor. Exceso de peso». (Creo que me tima. Siempre me hace pagar dos libras cuando deberían ser dos peniques.) «¡Por favor, señor cartero». le dije hincando gentilmente una rodilla en tierra (tendrías que haberme visto arrodillándome delante de un cartero; es una imagen muy bonita), «perdóneme por esta vez! Es de una niña.» «¿De una niña?», gruñó, «¿y qué tienen de especial las niñas? «Que son de azúcar y canela», empecé a decir, «y de todo lo que…» Pero él me interrumpió: «¡No me refiero a esto! Quiero decir qué tienen de bueno las niñas que mandan cartas tan pesadas». «La verdad. no mucho, francamente», dije yo con tristeza.

«Procure no recibir más cartas como ésta», dijo él, «al menos, que no sean de esta niña. La conozco bien y es bastante mala.» ¿Verdad que no es cierto? No creo que te haya visto siquiera. Y tú no eres mala, ¿o sí? Con todo, le prometí que nos escribiríamos muy poco. «Sólo dos mil cuatrocientas setenta cartas», le dije. «¡Ah!», dijo él, «si son tan pocas no tiene importancia. Lo que yo quise decir es que no escribiesen “muchas”.»
Ya ves, a partir de ahora tendrás que llevar la cuenta y, cuando lleguemos a la dos mil cuatrocientos setenta, no nos escribiremos más, a menos que el cartero nos dé permiso. Tu querido amigo,

Lewis Carroll

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Christ Church, Oxford, 28 de octubre de 1876

Mi muy querida Gertrude:

Estará apesadumbrada, sorprendida, y desconcertada, al oír la extraña enfermedad que tengo desde que usted se fuera. Mandé buscar al doctor, y dije, "Deme alguna medicina porque me siento cansado". Él dijo, "¡Estupideces sin sentido! Usted no necesita la medicina: ¡vaya a la cama!"
Dije, "No; no es la clase de cansancio que pide la cama. Mi rostro trasunta cansancio." Él se veía con expresión grave, y dijo, "Oh, es su nariz la que está cansada: una persona habla a menudo demasiado cuando piensa que tiene todo claro." Dije, "No, no es la nariz. Quizás sea el pelo." Entonces él se vio algo serio, y dijo, "Ahora sí entiendo: usted estuvo peinando el pianoforte."
"No –dije-, de hecho no lo he hecho, y no es exactamente el pelo: más bien sobre la nariz y el mentón." Entonces él serio durante largo rato, y dijo, "¿Ha estado usted caminando mucho con la barbilla?. Dije, "No." "Bien!" dijo él, "esto me desconcierta mucho.
“¿Usted cree que el problema estará en los labios?" preguntó.
“Por supuesto” dije. "¿Qué es exactamente?"
Entonces el se vio muy serio, por cierto, y dijo, “Yo creo que ha estado dando demasiados besos...”
"Bueno" dije, "Le di un beso a un niña, una pequeña amiga mía."
"Piense otra vez, " dijo él, "¿está seguro de que haya sido solo uno?"
Pensé otra vez, y dije, “puede que hayan sido once veces”.
Entonces el doctor dijo: “Usted no debe darle ni uno más hasta que sus labios se hayan recuperado”.
“Pero ¿cómo hago?” le dije “ ¡le debo ciento ochenta y dos besos más!
Entonces se puso tan serio que las lágrimas corrían por sus mejillas, y me dijo “Mándeselos en una caja”.
Entonces recordé una pequeña caja que compré una vez en Dover, pensando que podría regalarla alguna vez a alguna niña ú otra persona. Así que los empaqué bien cuidadosamente. Dígame si le llegan bien o si alguno se pierde en el camino.


Lewis Carroll (Reverendo Charles Dodgson), conoció a Gertrude Chataway en 1875, una de sus más cercanas “amigas niñas”.

Publicado en "Cartas a niñas", Plaza & Janés, Barcelona, 1987, traducción de Luis Maristany

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