George Sand pasó a la historia por su relación tormentosa con Frederick Chopin, mientras que su relación con Alfred de Musset quedó en segundo término. Sin embargo, le dedicamos acá igual espacio a ambos amores de Aurore Dupin (su verdadero nombre). Chopin había crecido en una familia pacífica, unida, en uno de esos hogares simples en los cuales todos los detalles de la vida diaria llegan a ser menos prosaicos gracias a la distinción natural provista por el sentimiento y los hábitos religiosos. Lo habían recibido cuando joven en los círculos más aristocráticos, y la mayoría de las bellezas más festejadas le habían sonreído por su juventud.
La vida social, y la influencia femenina habían ayudado a hacerlo ultra refinado. George Sand y Chopin no se atrajeron en una primera instancia, Chopin tenía la impresión de que ella era un marimacho, y la Sand lo encontraba afeminado. Quizá eso mismo los lleva a una atracción aceptando una pervertida inversión de roles. Ella hizo los primeros avances. Es fácil ver qué le encantó en él. En parte existía el contraste absoluto de sus naturalezas opuestas. Ella era toda la fuerza, de una naturaleza expansiva, exuberante. Él era muy discreto, reservado y misterioso. En el comienzo la visión negativa se revierte y surge la atracción.
Escribe George Sand en una carta: “No nos veremos todos los días, no poseeremos todos los días el fuego sagrado, pero habrá días hermosos y llamas sagradas. He conocido diversas clases de amor: amor de artista, amor de mujer, amor de hermana, amor de religiosa, amor de poeta. ¿Qué podría añadir?. No soy inconstante...” Chopin dice en su diario: “La he vuelto a ver tres veces. Me miraba fijamente a los ojos mientras yo tocaba; era música un poco triste, leyendas del Danubio, y mi corazón bailaba con ella, y esos ojos en mis ojos, ojos sombríos, ojos singulares, ¿qué decían? Se apoyaba en el piano y sus miradas hechas besos me inundaban Había flores alrededor. Mi corazón estaba preso. La he vuelto a ver después dos veces. Ella me ama...” Claro que esta relación de nueve años termina en el rompimiento. Como dijo Liszt de manera enérgica. “el precisa todo el que había intolerablemente incompatible, diametralmente enfrentado y secretamente antitético entre dos naturalezas que parecían haber sido dibujadas mutuamente el uno al otro por una atracción repentina y superficial, para repelerse más adelante encendidamente con toda la fuerza del dolor inexpresable y del aburrimiento.
Pese a los temores que plantea su otro amor, Alfred de Musset en otra carta que encuentras aquí al declararle su amor, ella no se rió de él, y no le mostró la puerta. Las cosas no demoraron mucho, evidentemente, como ella escribe a su confesor, Sainte-Beuve: "me he enamorado, y muy gravemente esta vez, con Alfred de Musset." Declararía también que "he encontrado un candor, una lealtad y un cariño que me encantan. Es el amor de un joven y la amistad de un camarada." Esta relación pasó por dolorosas instancias, traiciones, separaciones, y en el final Musset desaparece en el interior del país, y escribe la versión de su propia historia de amor en Confesiones de un hijo del siglo.
Ella le escribe una sucesión de cartas desesperadas, rogándole poder volver a verlo. La respuesta nunca llega... Es sólo después de su muerte, muchos años más tarde, cuando le devuelven esas cartas, que George descubre que Alfred jamás llegó siquiera a abrirlas.
La vida social, y la influencia femenina habían ayudado a hacerlo ultra refinado. George Sand y Chopin no se atrajeron en una primera instancia, Chopin tenía la impresión de que ella era un marimacho, y la Sand lo encontraba afeminado. Quizá eso mismo los lleva a una atracción aceptando una pervertida inversión de roles. Ella hizo los primeros avances. Es fácil ver qué le encantó en él. En parte existía el contraste absoluto de sus naturalezas opuestas. Ella era toda la fuerza, de una naturaleza expansiva, exuberante. Él era muy discreto, reservado y misterioso. En el comienzo la visión negativa se revierte y surge la atracción.
Escribe George Sand en una carta: “No nos veremos todos los días, no poseeremos todos los días el fuego sagrado, pero habrá días hermosos y llamas sagradas. He conocido diversas clases de amor: amor de artista, amor de mujer, amor de hermana, amor de religiosa, amor de poeta. ¿Qué podría añadir?. No soy inconstante...” Chopin dice en su diario: “La he vuelto a ver tres veces. Me miraba fijamente a los ojos mientras yo tocaba; era música un poco triste, leyendas del Danubio, y mi corazón bailaba con ella, y esos ojos en mis ojos, ojos sombríos, ojos singulares, ¿qué decían? Se apoyaba en el piano y sus miradas hechas besos me inundaban Había flores alrededor. Mi corazón estaba preso. La he vuelto a ver después dos veces. Ella me ama...” Claro que esta relación de nueve años termina en el rompimiento. Como dijo Liszt de manera enérgica. “el precisa todo el que había intolerablemente incompatible, diametralmente enfrentado y secretamente antitético entre dos naturalezas que parecían haber sido dibujadas mutuamente el uno al otro por una atracción repentina y superficial, para repelerse más adelante encendidamente con toda la fuerza del dolor inexpresable y del aburrimiento.
Pese a los temores que plantea su otro amor, Alfred de Musset en otra carta que encuentras aquí al declararle su amor, ella no se rió de él, y no le mostró la puerta. Las cosas no demoraron mucho, evidentemente, como ella escribe a su confesor, Sainte-Beuve: "me he enamorado, y muy gravemente esta vez, con Alfred de Musset." Declararía también que "he encontrado un candor, una lealtad y un cariño que me encantan. Es el amor de un joven y la amistad de un camarada." Esta relación pasó por dolorosas instancias, traiciones, separaciones, y en el final Musset desaparece en el interior del país, y escribe la versión de su propia historia de amor en Confesiones de un hijo del siglo.
Ella le escribe una sucesión de cartas desesperadas, rogándole poder volver a verlo. La respuesta nunca llega... Es sólo después de su muerte, muchos años más tarde, cuando le devuelven esas cartas, que George descubre que Alfred jamás llegó siquiera a abrirlas.
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