Gertrudis Gómez de Avellaneda fue una poetisa cubana y reconocida voz lírica del mundo iberoamericano. Conoció a Ignacio de Cepeda y Alcalde, sevillano, con el que mantuvo una tempestuosa relación romántica de la que se conserva una completa correspondencia epistolar. Esta apasionada correspondencia, desde el 23 de julio de 1839, hasta la última carta que se conserva (fechada en Madrid, el 26 de marzo de 1854), es un monumento al amor erigido por una mujer que vivió fuera de época.
Carta enviada por Paquita Armas Fonseca. Gracias por tu aportación.
Estoy avergonzada, ¡Dios mío! ¿Qué habrá usted pensado de mí, Cepeda, después de la extraña y ridícula conducta que tuve anoche? Si fuese usted un fatuo presumido, uno de estos hombres vanidosos de que abunda la sociedad, ya sé yo lo que pensaría.
Aun no siéndolo usted, aun creyéndole a usted modesto y no ligero en sus juicios, tiemblo al reflexionar en mis locuras el concepto que usted formará y lo que supondrá. ¿Qué hombre habrá bastante modesto que viendo en una mujer el arrebato indominable que usted vio anoche en mí, no creyera que sólo los celos...? ¡Dios mío!; mi mano tiembla y mi frente se cubre de vergüenza al pensarlo. He dado motivo para que usted no crea nada de cuanto le he dicho hasta el presente acerca de la naturaleza de mis sentimientos para con usted; he dado motivo para que usted me crea enamorada y celosa; he dado motivo para que usted me coloque en la lista de esas cuatro o cinco a quienes inspiró, sin pretenderlo, una pasión desgraciada. ¡Maldición! Yo sufro una humillación que no creía estuviese en la lista de mis padecimientos. ¡Qué papel he querido representar, o mejor dicho, he representado involuntariamente! ¡El de enamorada celosa! ¡Yo, yo, Dios mío!; no sé como no muero sofocada de rabia. Es cierto que no hay en mí ni amor ni celos; es bien cierto que ni le he mirado a usted como amante, ni le deseo como tal, ni lo admitiría... ¡lo juro a Dios y por mi dignidad de mujer! Juro que no lo admitiría a usted por mi amante, así como hasta ahora no le he considerado a usted como a tal.
Es bien cierto todo esto y que el afecto mutuo, que nos ha ligado hasta el alma, ha sido tan puro como desinteresado; y, sin embargo de esto, ¡qué papel hago desde anoche! ¡Cómo me he degradado por un capricho inconcebible, por una violencia pueril y extravagante! ¡A qué suposiciones humillantes he dado lugar! Ya lo ve usted probado; ya ve usted probado lo que yo le he dicho muchas veces: que hay en mi carácter algo de tan ligero, tan caprichoso y tan inconsecuente, que me ha de causar en mi vida muchas pesadumbres.
Las gentes me creen mujer de algún talento y mundo, y yo mismo lo he pensado así, pero nos engañábamos; ya lo sé por experiencia. A los veinticuatro años soy más niña que una de cinco. Yo no tengo talento ninguno, ni tengo mundo, ni tengo prudencia; no tengo más que una desgraciada cualidad, que yo maldigo: una ingenuidad que raya en necedad y en locura. Usted debe haberse reído de mí, ya lo creo: no puedo quejarme. Pero tenga usted la bondad de escucharme un momento, que aunque no pueda ni pretenda justificar la ligereza y extravagancia de mi conducta anoche, acaso haré comprender a usted sus verdaderos motivos y evitaré, ya que no sea el concepto de arrebatada y de indiscreta en que usted debe justamente tenerme, al menos el de celosa, que me humilla lo que no es decible y que ciertamente no merezco.
Carta enviada por Paquita Armas Fonseca. Gracias por tu aportación.
Estoy avergonzada, ¡Dios mío! ¿Qué habrá usted pensado de mí, Cepeda, después de la extraña y ridícula conducta que tuve anoche? Si fuese usted un fatuo presumido, uno de estos hombres vanidosos de que abunda la sociedad, ya sé yo lo que pensaría.
Aun no siéndolo usted, aun creyéndole a usted modesto y no ligero en sus juicios, tiemblo al reflexionar en mis locuras el concepto que usted formará y lo que supondrá. ¿Qué hombre habrá bastante modesto que viendo en una mujer el arrebato indominable que usted vio anoche en mí, no creyera que sólo los celos...? ¡Dios mío!; mi mano tiembla y mi frente se cubre de vergüenza al pensarlo. He dado motivo para que usted no crea nada de cuanto le he dicho hasta el presente acerca de la naturaleza de mis sentimientos para con usted; he dado motivo para que usted me crea enamorada y celosa; he dado motivo para que usted me coloque en la lista de esas cuatro o cinco a quienes inspiró, sin pretenderlo, una pasión desgraciada. ¡Maldición! Yo sufro una humillación que no creía estuviese en la lista de mis padecimientos. ¡Qué papel he querido representar, o mejor dicho, he representado involuntariamente! ¡El de enamorada celosa! ¡Yo, yo, Dios mío!; no sé como no muero sofocada de rabia. Es cierto que no hay en mí ni amor ni celos; es bien cierto que ni le he mirado a usted como amante, ni le deseo como tal, ni lo admitiría... ¡lo juro a Dios y por mi dignidad de mujer! Juro que no lo admitiría a usted por mi amante, así como hasta ahora no le he considerado a usted como a tal.
Es bien cierto todo esto y que el afecto mutuo, que nos ha ligado hasta el alma, ha sido tan puro como desinteresado; y, sin embargo de esto, ¡qué papel hago desde anoche! ¡Cómo me he degradado por un capricho inconcebible, por una violencia pueril y extravagante! ¡A qué suposiciones humillantes he dado lugar! Ya lo ve usted probado; ya ve usted probado lo que yo le he dicho muchas veces: que hay en mi carácter algo de tan ligero, tan caprichoso y tan inconsecuente, que me ha de causar en mi vida muchas pesadumbres.
Las gentes me creen mujer de algún talento y mundo, y yo mismo lo he pensado así, pero nos engañábamos; ya lo sé por experiencia. A los veinticuatro años soy más niña que una de cinco. Yo no tengo talento ninguno, ni tengo mundo, ni tengo prudencia; no tengo más que una desgraciada cualidad, que yo maldigo: una ingenuidad que raya en necedad y en locura. Usted debe haberse reído de mí, ya lo creo: no puedo quejarme. Pero tenga usted la bondad de escucharme un momento, que aunque no pueda ni pretenda justificar la ligereza y extravagancia de mi conducta anoche, acaso haré comprender a usted sus verdaderos motivos y evitaré, ya que no sea el concepto de arrebatada y de indiscreta en que usted debe justamente tenerme, al menos el de celosa, que me humilla lo que no es decible y que ciertamente no merezco.
Tula
Carta 13
Voy a probarte que no soy tan dócil, como anoche me reprochaste, a tu antigua orden. Voy a saludarte con la pluma, ya que verbalmente no puedo hacerlo hoy. ¡Vida mía!, ¡qué mala noche he pasado, qué mala estoy, qué triste...! No tengo vida sino para amarte; para todo lo que no es tu amor estoy insensible. Ni me agrada escribir, ni leer, ni bordar, ni la calle, ni mi casa. Si algún talento he tenido, creo positivamente que lo he perdido ya, porque me encuentro lo más necia y fastidiada. He leído no sé dónde:
Un momento ha vencido
mi audacia imprudente,
Este alma tan soberbia...,
¡Vedla ya dependiente!
Yo he mandado siempre en mi corazón y en mis acciones con mi entendimiento, y ahora mi entendimiento está subyugado por mi corazón, y mi corazón por un sentimiento todo nuevo, todo extraordinario. ¡Posible es, Dios mío, que cuando yo me creía libre ya del dominio del amor, cuando me persuadía haberle conocido, cuando me lisonjeaba de experta y desilusionada, haya caído como una víctima débil e indefensa en las garras de hierro de una pasión desconocida, inmensa y cruel!... ¡Posible es, Cepeda, que yo ame ahora con el corazón de una niña de trece años!... ¿Qué es esto que por mí pasa? ¿Qué es esto que yo siento?... Dímelo, dímelo, porque yo no lo sé. Es harto nuevo para mí, te lo juro. Y yo he amado antes que a ti, he amado, o lo he creído así, y, sin embargo, nunca, nunca he sentido lo que ahora siento. ¿Es amor esto? No, hay algo de más, no es amor solamente. Es el infierno, que se ha venido a mi corazón. ¡Qué feliz era! ¡Cuán tiernamente te amaba! ¡Los ángeles me envidiarían! Y ahora, ahora, ¡cuán desgraciada! ¡Cuánto sufro! ¡Cuánto, querido mío! ¿Y por qué? ¿Qué ha sucedido? ¿Qué cosa me atormenta? Nada, yo no lo sé. ¿Es acaso que Dios castiga el exceso de amor, haciéndole un martirio? ¿Es que el corazón humano es estrecho y se rompe cuando está demasiado lleno?... ¿Es un presentimiento de desgracia? ¿Es una plenitud de felicidad? ¿Es un defecto de mi organización, o una inconsecuencia de mi espíritu?... Yo no lo sé, pero estoy abatida, padezco, soy desgraciada.
No te pido que vengas a menudo, no, ni aún el lunes, como has ofrecido. Mejor será más tarde: el martes, el miércoles, el jueves..., en fin, cuando yo esté menos triste que ahora, porque tu presencia, tan cara, tan deseada antes, ahora aumentaría mi tristeza. ¡Cuidado, Cepeda, cuidado!... Ten cuidado de mi corazón, tenlo..., mira que puedo morir. Tú no sabes, no puedes saber, que puedes matarme, no lo sabes. Pues bien, acaso te es muy fácil. Si quieres mi vida, si quieres conservar tu amiga, cuídala; dale tranquilidad, dale sosiego. Yo conozco que eres más prudente que yo, y me acuerdo que alguna vez me has pedido paz y olvido. Olvido, no, pero paz, yo quiero dártela y quiero tenerla. Tú tenías razón, la tenías. ¡Paz, sí, paz! Yo la necesito como tú y como tú la demando. De hoy en adelante, de común acuerdo, nos daremos paz, bien mío. ¡Desgraciados los que quieren apretar el corazón hasta romperlo, los que dan impulso a una máquina sin saber si tienen fuerzas para detenerla cuando quieren! Es santa, es sagrada la vida del corazón, y nos empeñamos en gastarla. ¡Porque todo se gasta, todo! ¡Hoy no puedo resistir, mi corazón me ahoga! Mañana acaso estará parado y frío. ¡Nada es inexhausto! Se deben respetar los sentimientos y se debe temerlos. Ellos pueden dar la dicha o la desgracia. Tú no querrás darme sino felicidad. Si para dármela antes bastábate amarme, para dármela al presente es preciso más. Es preciso que me compadezcas, y acaso... acaso que dejes de verme. ¡Cuánto me cuesta decírtelo! Rompe ésta, y adiós.
Tula
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Carta 13
Voy a probarte que no soy tan dócil, como anoche me reprochaste, a tu antigua orden. Voy a saludarte con la pluma, ya que verbalmente no puedo hacerlo hoy. ¡Vida mía!, ¡qué mala noche he pasado, qué mala estoy, qué triste...! No tengo vida sino para amarte; para todo lo que no es tu amor estoy insensible. Ni me agrada escribir, ni leer, ni bordar, ni la calle, ni mi casa. Si algún talento he tenido, creo positivamente que lo he perdido ya, porque me encuentro lo más necia y fastidiada. He leído no sé dónde:
Un momento ha vencido
mi audacia imprudente,
Este alma tan soberbia...,
¡Vedla ya dependiente!
Yo he mandado siempre en mi corazón y en mis acciones con mi entendimiento, y ahora mi entendimiento está subyugado por mi corazón, y mi corazón por un sentimiento todo nuevo, todo extraordinario. ¡Posible es, Dios mío, que cuando yo me creía libre ya del dominio del amor, cuando me persuadía haberle conocido, cuando me lisonjeaba de experta y desilusionada, haya caído como una víctima débil e indefensa en las garras de hierro de una pasión desconocida, inmensa y cruel!... ¡Posible es, Cepeda, que yo ame ahora con el corazón de una niña de trece años!... ¿Qué es esto que por mí pasa? ¿Qué es esto que yo siento?... Dímelo, dímelo, porque yo no lo sé. Es harto nuevo para mí, te lo juro. Y yo he amado antes que a ti, he amado, o lo he creído así, y, sin embargo, nunca, nunca he sentido lo que ahora siento. ¿Es amor esto? No, hay algo de más, no es amor solamente. Es el infierno, que se ha venido a mi corazón. ¡Qué feliz era! ¡Cuán tiernamente te amaba! ¡Los ángeles me envidiarían! Y ahora, ahora, ¡cuán desgraciada! ¡Cuánto sufro! ¡Cuánto, querido mío! ¿Y por qué? ¿Qué ha sucedido? ¿Qué cosa me atormenta? Nada, yo no lo sé. ¿Es acaso que Dios castiga el exceso de amor, haciéndole un martirio? ¿Es que el corazón humano es estrecho y se rompe cuando está demasiado lleno?... ¿Es un presentimiento de desgracia? ¿Es una plenitud de felicidad? ¿Es un defecto de mi organización, o una inconsecuencia de mi espíritu?... Yo no lo sé, pero estoy abatida, padezco, soy desgraciada.
No te pido que vengas a menudo, no, ni aún el lunes, como has ofrecido. Mejor será más tarde: el martes, el miércoles, el jueves..., en fin, cuando yo esté menos triste que ahora, porque tu presencia, tan cara, tan deseada antes, ahora aumentaría mi tristeza. ¡Cuidado, Cepeda, cuidado!... Ten cuidado de mi corazón, tenlo..., mira que puedo morir. Tú no sabes, no puedes saber, que puedes matarme, no lo sabes. Pues bien, acaso te es muy fácil. Si quieres mi vida, si quieres conservar tu amiga, cuídala; dale tranquilidad, dale sosiego. Yo conozco que eres más prudente que yo, y me acuerdo que alguna vez me has pedido paz y olvido. Olvido, no, pero paz, yo quiero dártela y quiero tenerla. Tú tenías razón, la tenías. ¡Paz, sí, paz! Yo la necesito como tú y como tú la demando. De hoy en adelante, de común acuerdo, nos daremos paz, bien mío. ¡Desgraciados los que quieren apretar el corazón hasta romperlo, los que dan impulso a una máquina sin saber si tienen fuerzas para detenerla cuando quieren! Es santa, es sagrada la vida del corazón, y nos empeñamos en gastarla. ¡Porque todo se gasta, todo! ¡Hoy no puedo resistir, mi corazón me ahoga! Mañana acaso estará parado y frío. ¡Nada es inexhausto! Se deben respetar los sentimientos y se debe temerlos. Ellos pueden dar la dicha o la desgracia. Tú no querrás darme sino felicidad. Si para dármela antes bastábate amarme, para dármela al presente es preciso más. Es preciso que me compadezcas, y acaso... acaso que dejes de verme. ¡Cuánto me cuesta decírtelo! Rompe ésta, y adiós.
Tula
2 comentarios:
He llegado de manera casual a este blog y me ha impresionado muy gratamente. Gertrudis Gómez de Avellaneda es una de nuestras mejores poetisas y su pasión por Ignacio de Cepeda trascendió. Gracias por ofrecer tan bellas cartas.
He entrado por casualidad a éste blog, aunque si, quería saber algo más de la poetisa. Estas cartas son hermosas, vemos en ellas el interior de ésta mujer. Me siento algo insolente metíendome en su intimidad. Pero es tan bello saber que el amor apasionado existió y quizás exista...
Gracias por estos momentos que te hacen vibrar, al conocer lo íntimo de un corazón tan poético
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