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20 enero 2009

Cartas entre Gregorio Marañón, Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset

DE MARAÑÓN A UNAMUNO


1921
G. Marañón
Serrano, 43 Madrid


Querido Don Miguel: en gran curiosidad me pone su carta y yo le prometo decirle todo lo que haya en el 113 de Atocha. ¡Qué policía tiene Vd.! Lo que me desespera es que hace días me vinieron a avisar para visitar a una señorita que vive en ese mismo número; y no quise ir; y tal vez perdí la ocasión de un buen husmeo, porque quien sabe si no es todo lo mismo.

Por aquí, lo llamativo de estos días es la cuestión del juego. Me decía mi cuñado esta tarde que tiene un formidable artículo de Vd. sobre el asunto. Y entre paréntesis, agradeció mucho su felicitación por lo de Albornoz; no sabía éste que es Vd. quien le ha llevado al periódico, pues a mi vuelta de Salamanca, hablé yo con gran interés a mi cuñado, en vista de la conversación que tuve con Vd. Volviendo al juego, le diré que este año, la locura ha adquirido un grado de paroxismo. Nada hay en España comparable a este vicio desenfrenado, contra el que no podrá nadie, porque el Jefe de la Nación es también el número uno de los puntos. Esta temporada, en el Tiro de Pichón, el espectáculo es bochornoso. El Rey juega, aproximadamente, de 4 a 5.000 pesetas por tiro, esto es, por minuto. En la tarde de ayer, ha ganado 60.000 pesetas; y a este tenor las demás tardes. El partido de los "pajareros", que él capitanea, lleva sacados a los "escopeteros" más de 400.000 pesetas en lo que va de temporada. No quiero decirle, porque son detalles que requieren la palabra hablada y aun el oído próximo, las artes que allí se ponen en juego, para el regio desplume. Este año quedarán algunas familias en estado mísero a consecuencia de todo esto. Y, lo terrible, es que no se perpetra en un garito, sino a la vista de todo Madrid, bajo el sol de mayo, con acompañamiento de gritos ensordecedores...

Dícese que Inglaterra (como decía [nombre ilegible], con tanta frecuencia), muy en secreto ha intervenido de manera tajante y grave y quien sabe si descortés en el asunto de Tánger 12. La manifestación pública del incidente es un odio felino, imprudente, público del Señor contra todo lo que huela a inglés. Ni a la Reina, su señora, perdona. Ayer le preguntó uno de sus habituales, en el tiro, si iría a la fiesta en la Embajada y contestó de modo que todos le oyesen: "aunque me capen no voy donde haya ingleses". ¡Viva la delicadeza!

Otro día le contaré más cosas y veré si le añado todo lo del piso bajo.

Muy cordialmente suyo.

Marañón

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11 de agosto de 1921

G. Marañón
St. Maló (Bretagne). Hotel des Grèves.
11-VIII-1921.

Mi querido Don Miguel: perdone que le ponga estas líneas pero, a esta distancia, es Vd. lo más alto que se ve de la España lejana; como la punta del faro de las islas inglesas que se perciben en el horizonte desde mi ventana. Me vine aquí para leer y trabajar tranquilo y lo que está ocurriendo ahí, no me deja vivir. Hoy, por primera vez, han llegado los periódicos españoles y entre tantos horrores, tantas sandeces y tantas cobardías he leído sus tres últimos artículos en El Liberal. ¡Cómo acertó Vd.! ¿Se acuerda Vd. de aquel propósito de entrar en París al frente de unos batallones que le conté esta primavera en Salamanca y que Vd. lanzó poco después a la cabeza augusta, haciéndoles por cierto un buen chichón?

Si esos batallones eran bastantes para llegar hasta el Louvre ¡cómo no sería de sencillo el conquistar el Riff! Por aquí, y en París donde he estado estos días, se da como cosa segura que el desastre ha sido cosa personal del Rey. Aun en sitios donde tienen la obligación de callarse y de poner buena cara a todo, suspiraban y bajaban la cabeza 39. Lo cierto es que todos, casi sin excepción, han ido "dándose a partido" como dice Vd. que le sucedió a Canalejas y sobre todos ha podido imponerse la voluntad irreflexiva de un botarate educado entre faldas y sotanas y recriado con los más eminentes tiradores de pichón de la península. ¡Malhaya! He enviado sus artículos a la Avenue de Klebert 45, (Quiñones de León). Perdone y reciba la cordial afección de su amigo.

Marañón.

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16 de junio de 1925

Grand Hotel Madrid
Sevilla
Sevilla, 16-VI-25

Mi querido Don Miguel: le escribo desde aquí, aprovechando una tregua en el vivir afanoso de la Corte. Con el quehacer de siempre, añadido a la lucha de estos meses, estoy tan harto que me he venido a descansar por estas tierras tan fecundas pero ¡ay! tan frívolas, en las que apenas hay pueblo que no tenga ya su calle de Primo de Rivera y, a veces, junto a ella la de Martínez Anido. Y no es que sean directorcitas ni menos anidistas: es que no se toman el trabajo de pensar que hay que ser, ante todo, digno y esos nombres, en una calle pública, deshonran a todo un pueblo.

Bien es verdad que no hay derecho a quejarse de los andaluces, porque en Madrid, se observa, al menos en la superficie, idéntica ligereza. Como siempre pasa, cuando se somete a un pueblo al reactivo de la violencia, las actitudes de respuesta son desconcertantes. Yo (por lo menos yo) no tenía fe ninguna en los estudiantes, minados por una propaganda de "Debate" 91 (era el periódico que hace un año se vendió más a la puerta de la Universidad); y ahora se está haciendo en ellos una reacción muy liberal, muy buena, muy al estilo del noble liberalismo antiguo, el que descompone a nuestros "intelectuales", pero el único verdadero. Ya lo sabe Vd. que se entiende con los valientes muchachos de la Unión Liberal, que han impreso y repartido su hermosa carta. ¡Y qué sorpresas nos ha proporcionado también esta carta!

En cambio, la gente que estaba en el deber de dar un ejemplo de sacrificio y de fe izquierdista, ya ve Vd. con la que nos sale: o con una retracción hipócrita o con un espíritu de benevolencia hacia el directorio, disimulado por su agresividad contra la Monarquía 93. ¡Gran error!; qué Vd. por cierto ha tenido la feliz intuición de desvirtuar en sus últimas cartas. Lo primero es deshacerse del sambenito nacional que nos han colgado los militares; lo demás, es obra posterior y vendrá a su sazón por sí sola. En general, creo, sin embargo, que el balance del espíritu público es favorable a nosotros, a juzgar por los fragmentos de opinión que hoy se pueden recoger. Para mí es indudable que nunca ha habido más espíritu liberal que ahora en España: sólo que necesita estar a presión, para que se le sienta, como el agua en los calderos. Por de pronto, toda la fuerza que tiene a su lado el Directorio y el rey, unido ya para siempre a la suerte del directorio, es una fuerza negativa: este es un hecho indudable. Nadie, absolutamente nadie, les apoya por convicción entusiasta, ni por amor; sino por miedo a "lo que venga detrás". Miedo estúpido, pero que se explica en una sociedad minada de egoísmo como la nuestra. Mientras dure el tinglado, toda esta fuerza, es un valor positivo; pero en cuanto vacile aquel, se evapora sin dejar rastro. El rey, personalmente, tiene a su lado, ahora más españoles que nunca; pero nunca ha tenido menos prestigio personal, menos autoridad propia; y sin ella, se vive de prestado.

No quiero contarle cosas concretas que Vd. sabe seguramente, porque sé que amigos comunes se las escriben. Chismes de palacio, de cancillería, de ministerios y de cuartel (ahora son la misma cosa), que dan, después de todo, una impresión de patio de casa de vecindad, más que otra cosa. Destaca sobre todo ello, la disolución de nuestra sociedad aristocrática, que culminó aquí, en Sevilla, y de las que le habrán dado idea los versos que circularon por aquí y por todas partes. Es una moral de los que en efecto, anuncian la catástrofe.

Espero ir pronto a París y allí le veré; será seguramente la última vez; la próxima, será en España y con alegría de todos. Esta noche me vuelvo a Madrid (Serrano 43). En la semana próxima, iré a Palencia y espero ver a su hijo. Sabe es suyo muy devoto.

Marañón.

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II. DE UNAMUNO A MARAÑÓN


28 de enero de 1933

Sábado, 28 I Madrid

En este momento, media tarde, acabo su Amiel, mi querido Marañón y siento no ya el querer, casi el deber, de transmitirle mis impresiones apuntadas a lápiz según lo leía. [¡] [¿]Tantas [?] cosas que me [he] dicho tantas veces! Entre otras leyendo a Amiel.

Ante todo que no sé si sabrá usted que me casé a mis veintisiete años con mi mujer -mi costumbre- 1 dos meses mayor que yo, que es la única que he conocido -me ha bastado- lo que me ha permitido dedicarme, además [de] a mi familia de hogar, a la de patria, a la universal y a mi Dios desconocido. Mis relaciones de noviazgo -las más epistolares- pues mi mujer se volvió de Bilbao a su pueblo natal, Guernica, a los 12 años (suyos y míos)- [¡]duraron... quince! Y acaso de aquella correspondencia, casi infantil, tomó arranque mi estilo, siempre epistolar, esto es: de hombre a hombre. A ella, a mi mujer, a su inquebrantable alegría infantil -hoy a sus 68 1/2 sigue tan niña- es a lo que más debo. Estos días, gracias a usted, me cuenta muchas cosas de aquella loca Teodosia Gandarias, la que sedujo a Don Benito [Pérez Galdós], y hasta sus peores fechorías le hacen reír. Me crié en hogar de viuda, pues mi padre -tío carnal de mi madre- se murió teniendo yo seis años. La que me mimaba, distinguiéndome entre mis hermanos, fue mi abuela materna -hermana de mi padre- viuda también y con quien vivimos hasta mis dieciséis años, en que murió. Y [¡]cómo recuerdo su muerte! Por ella conocí el espíritu de los Larraza -segundo apellido de ella y de mi padre- especie de ánimo de un quaquerismo católico-liberal. Y hecho este esquema de presentación autobiográfica voy a mis apuntes.

Pág. 18. [¿]Está usted seguro de que Sanz del Río fue de Illescas 3? Yendo de Guadalajara a Soria me mostraron el que me dijeron ser su pueblo.

Pág. 23. [¡]Qué verdad! Las más estúpidas leyendas de mi labor de cátedra las esparcieron malos alumnos míos. Y menos mal que los buenos las han deshecho.

Pág. 24. [¡]Exacto! Terrible el pliegue profesoral! Solo se libra de él como derramándose fuera de la cátedra. Aunque sea en los cafés verdadera universidad porque los españoles cuanto lo deseamos, digan lo que quieran los de la alta (!!) cultura.

Pág. 239. No es Comedia sino educación. [¡]Aunque... es igual! Por lo demás no se encuentra nunca envejecida a la que envejece día a día con nosotros, co-envejece. Nunca me siento más joven que junto a mi mujer, tan joven como yo.

Pág. 293. Amiel, el antidonjuán, tomó eso de que el paisaje es un estado de alma de Lord Byron. ¿Era éste un Don Juan? No lo creo, pues si lo hubiera sido no habría escrito su don Juan. [¡]Aquella terrible historia de su hermanastra!. Byron me recuerda un pensamiento del solterón Quevedo, pues era un envidioso que envidiaba a otros el no serlo;

Pág. 311. Yo también llevé temporadas diario pero lo dejé (mejor lo transformé. Porque [¿]qué han sido y son todos mis escritos sino diarios gritados en la plaza pública?. [¿]Intimos? Más bien extimos. Hay que verter la entrañas en las extrañas de la sociedad ([¡]y vaya de juegos lingüísticos!). Lo demás, escritos para el público, no de hombre a hombre, no para cada lector, eso se hace por máquina y no se dejan en ello túrdigas del corazón.

Pág. 274. Eso de que los maridos sugestionados hacen durante la sobremesa, ante la esposa distraída, el cartel del burlador, me recuerda un pasaje de mi drama El hermano Juan que escribí en Hendaya y es mi obra de teatro -y de no teatro- que más veces he pasado y repasado, pulido y repulido. Mi Don Juan es más el de Tirso, el del: "si tan largo me lo fiais...", no el de Zorrilla pero sustancialmente ni uno ni otro, sino el teatral, el que está siempre en escena, el actor por excelencia (en griego actor se dice: hipócrita). Al escribir ese drama me acordé más de una vez de usted y de los demás críticos de Don Juan, en todos los cuales se burla éste. El mío, que se cree reencarnación del otro muere en un convento y sus... [¿] víctimas? no saben si es de pantalla y de gramófono o de carne y hueso. Pero es mejor dejar ahora esto que me llevaría lejos. Cuando usted quiera se lo leeré yo mismo. Ya sabe usted que, como Amiel[,] presumo de lector y a este don he debido no pocos éxitos. Hasta entre campesinos. Verá usted, es decir oirá[,] cuando se lo lea.

Y no quiero estropear estas notas con alargamientos. Usted pensará [¿ilegible?] que piense, cierto, las ideas tienen envés, y revés, cara y cruz, pero tienen también canto, filo. Y en este, en el canto o filo no hay [¿cuña?]. Cosa que olvidan los de derecha y los de izquierda que se nos revuelven cuando con el filo de sus propios sables [¿incas?] les herimos. [¡]Terrible posición la del crítico, la del dialéctico, que con el filo de las ideas de los combatientes les hiere, para separarlos y que no se combatan! Al menos del modo como se combaten.

Y para no entrar en examen -siquiera sincero- de esta España actual interina de tímidos que por miedo, huyen hacia delante y hacen de la persecución algo peor; mucho peor que injusticia, que es tontería -¿Hay nada más estúpido que esas muertes, esas prisiones gubernativas y esas deportaciones? Para no entrar en ello. Cierro aquí esta carta.

No sin encarecerle que salude cordialmente a los suyos, su mujer y sus hijos de mi parte y que sepa cuanto le agradece lo que le debe su amigo que siente en cada otoño -nací en día de San Miguel, 29 de Setiembre- renacer su sentimiento del nacer de la vida hacia la muerte.

Miguel de Unamuno

Ya sabe, creo, que mi teléfono es 44513

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III. DE ORTEGA A MARAÑÓN


22 de febrero de 1935

José Ortega y Gasset
22 de febrero de 1935

Sr. D. Gregorio Marañón

Mi querido amigo:

He agradecido mucho el envío de esos dos estupendas, conmovedoras instantáneas del Espartero. Quien entienda de historia del toreo en el sentido que se entiende la historia de la pintura no necesitaría más que esos dos documentos para poder definir con bastante rigor el cambio radical de la fiesta acaecido entre aquella época y la actual. A mi juicio este cambio es mucho más sustantivo de lo que se suele creer hasta el punto de que es superficial a él la diferencia de estilos, etc. Lo que ha cambiado por encima y por debajo de todo eso es la zona del alma -en actores y espectadores- de que todavía vivía entonces el toreo. Pero sería un poco largo precisar que es lo que pienso bajo este enunciado.

Y hoy me urge hablar de otra cosa harto más importante. Me refiero a la cuestión de la pena de muerte. Mi actitud de retiro que podrá ser errónea pero que ha sido adoptada por mí en virtud de innumerables razones que cada día encuentro más persuasivas, me impiden toda intervención ya que de intervenir en algo me consideraría moralmente obligado a intervenir en todo. (El caso de usted es diferente: cada hombre tiene su repertorio peculiar e intransferible de deberes). Menos que a nadie puedo dirigirme al Presidente [de la República] habiéndole rogado en otro tiempo que me eximiera de las consultas. Más yo quisiera que a través de usted constase mi opinión privada del ciudadano anónimo sobre aquel asunto.

Todo este movimiento que pide cadáveres no es sino una insinceridad más de cierta opinión pública. Proviene de la conciencia en que se está de que los rigores verdaderamente eficaces que un Estado bien constituido debe imponer a un movimiento revolucionario como el último, no habían de ejecutarse porque requieren constancia, energía y seriedad en el Gobierno y disciplina en los organismos del Estado. Parece evidente que lo que habría que hacer fuera hacer imposibles o por lo menos difíciles los conatos de revolución. Pero esto supone una buena policía, fuerza de seguridad bien organizada, consciente de su poder y por lo mismo dotada de serenidad e incapaz de abusar, en ningún momento, de su propio poder. Ningún revolucionarismo se ha dominado nunca más que de poco a poco, mediante una actuación continua y pausada a la vez. Pero claro es que esa porción de opinión pública no tiene la conciencia tranquila respecto a los organismos del Estado que no desde ahora sino desde siempre sabe deficientes. Y en vez de sentirse responsable de esta insuficiencia del Estado y resolverse a corregir progresivamente sus defectos, prefiere tranquilizarse pidiendo que se haga lo que es muy fácil pero poco o nada eficaz: castigos capitales.

Otra insinceridad es encastillarse en la palabra "justicia rigurosa". Cada palabra tiene que ser traducida a la realidad concreta que representa en cada país. Otra cosa es engañarse y vivir de palabras hueras exponiéndose a la reata de descabelladas consecuencias que ese lenguaje insincero acarrea. Claro está que es preciso hacer justicia, pero justicia no puede significar en España rigurosidad por dos razones: primera porque los instrumentos de ella no han ofrecido nunca en nuestro país garantías a los ciudadanos. Cuando interviene para castigar un crimen todos sabemos que la justicia -la fuerza de seguridad, los tribunales, etc.- comete de paso alguno por su cuenta. Esto acontece hoy mismo. Han sido encarcelados en toda España muchos hombres que nada tenían que ver con la revolución. Las pasiones caciquiles y aldeanas han dirigido los pasos de la llamada justicia. La falta de serenidad y de alto estilo profesional en los cuerpos de seguridad no les ha permitido actuar serenamente sino abusivamente. [¿]No es, pues, una incongruencia pedir por un lado la perfección de la justicia cuando a todos nos consta que por otro lado va a ser irremediablemente tan imperfecta? Lo único sano es que cada país viva sinceramente dentro de sus propias experiencias y se regule y acomode en vista de ellas.

Pero además, la más grande experiencia de la Historia de España, lo que más salta a la vista cuando se otea nuestro pasado, es haber sido nuestra historia la menos dura entre las europeas. El Estado no ha sido en España casi nunca riguroso y las disputas políticas han producido menos sangre que en ninguna otra nación occidental. Esto es toda evidencia aun con respecto a la Edad Media que fue en nuestra península, a pesar de los moros, tan increíblemente suave. La torpeza de nuestros historiadores que incapaces de ver los hechos con sus propios ojos se han limitado a trasponer a España las ideas que los extranjeros se formaron ante el espectáculo de sus propios países, es causa de que no sepan bien los españoles hasta que punto les es peculiar haber sido siempre o casi siempre humanísimos. Y esta "humanidad" no significa sensiblería, sino concretamente esto: en las cuestiones de Estado el español se ha mirado mucho antes de aplastar al individuo, al hombre que hay debajo del súbdito o del ciudadano. El rigor del Estado es lo más opuesto que hay al estilo histórico de la vida española. Nuestra historia ha sido de clima familiar.

Como ve usted no son las falsas razones tópicas quienes me mueven a recomendar "humanidad" en el tratamiento de los graves procesos abiertos.

Si es posible que quitando a la expresión de este estado de espíritu todo carácter de intervención, de actuación cree usted que puede conocerlo el Presidente yo me alegraría mucho.

Con un afectuoso saludo de

Ortega

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IV. DE MARAÑÓN A ORTEGA

10 de noviembre de 1925
Pontaillac, 10-XI-25


Mi querido amigo: mil gracias por su carta. Me parece admirable su elección para los cuadernos [Científicos], cuyo título, en efecto, parece que ha sido elegido atendiendo más al sonsonete que a la exactitud 12. Tiene Vd. razón sobre la desorientación de los biólogos españoles en este punto del valor actual del darwinismo. Pero tenga en cuenta que los biólogos españoles en realidad no existen. O son dependientes del Museo de Historia Natural, o gentes, como yo, sujetos a una profesión, que hacemos en los ratos libres lo posible para no naufragar en el vil oficio. No sabe cuanto le agradezco su adhesión y su interés para este otro intento de civilización de nuestro público.

Me ha hecho pensar mucho lo que me dice Vd. de mi oposición a sus puntos de vista. Es cierto que, salvando siempre las diferencias en el nivel intelectual, en varias ocasiones mi modo de pensar ha sido distinto del suyo, en las cosas que escribe sobre puntos que me interesan también. Se debe esto, sin duda, al modo diferente de mi educación científica, a mi modo de vivir y a mi temperamento. La posición de Vd. dentro de la ciencia pura, en España, es tan insólita, que nada tiene de extraño que atraiga, junto con la admiración de quien no sea un apasionado, un roce inevitable. Cuantos nos interesamos por la vida científica de nuestro país estamos, quizá demasiado, pendientes de Vd. y por ello sorprendemos en sus actitudes, gestos y posturas, detalles observados demasiado minuciosamente. Cada cual, le quisiera a Vd. a su completo antojo. Pero siempre que he expresado mi disconformidad con alguna opinión suya, ha sido con el respeto que creo le debemos a Vd. todos los que sabemos leer y escribir; como lo he hecho en mis escritos, que Vd. mismo ha acogido tan cariñosamente; y, aun con reservas entusiastas que no sé decir en público ni a Vd. le gustaría oír. Si yo no creyese que se trata de un achaque común a toda la humanidad, lo que peor me haría pensar de España, es la casi unánime incomprensión de las gentes, sobre todo de las que pasan por listas, para diferenciar un antagonismo intelectual del antagonismo personal y aun para darse cuenta de que la estimación se hace más que sobre la admiración rendida, sobre esta agitación que en las ideas propias suscitan las ideas de otro. Una de las cualidades de excepción que todos le reconocemos a Vd. es justamente esta, precisamente; y yo podía proclamarla mejor que nadie. Nunca he dudado que si alguna vez llegan a sus oídos opiniones mías, no conformes con las suyas, jamás pensará que ello menoscaba la sincera y profunda adhesión espiritual que le tengo. Sin que en ella entren para nada otro orden de sentimientos que me ligan a Vd., como la gratitud, por la bondad con que siempre ha acudido, en momentos enconados para mi, a demostrarme su afecto, que no podré pagarle nunca.

Con mucho gusto, como siempre, le veré cuando vaya a Madrid. Yo me voy esta noche. He trabajado muchísimo: ya le enviaré lo que he hecho, en su mayor parte monografías del trabajo de este invierno.

Muy suyo.

Marañón



Marañón (médico y ensayista), Unamuno (escritor y filósofo) y Ortega y Gasset(filósofo y ensayista), fueron los más importantes intelectuales del siglo XX en España, y tuvieron entre ellos una gran proximidad intelectual y personal. Las cartas que forman su epistolario proceden de la Fundación Gregorio Marañón, de la Casa Museo Miguel de Unamuno y de la Fundación Ortega y Gasset, y han sido editadas y anotadas por Antonio López Vega.

1 comentarios:

Maite Inglés dijo...

Hola, Olga,

Acabo de descubrir tu blog y me encanta, es una de las ideas más bellas que he visto.

Cuando incorpores la posibilidad de suscripción por email, me encantará suscribirme!.

Muchos saludos, Maite Inglés