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31 agosto 2010

Cartas de Oscar Wilde a Lord Alfred Douglas






Wilde hace alusión a un soneto que Douglas le había enviado. El joven lord le inspira las más bellas frases de amor. La carta la escribió a los dos años después de haberse conocido.


1893

Mi Muchacho,

Tu soneto es absolutamente delicioso, y es una maravilla que esos labios tuyos, rojos como pétalos de rosa, hayan sido hechos tanto para la musica o el canto, como para la locura de los besos. Tu alma delgada y áurea camina entre la pasión y la poesía. Sé que Jacinto, al que Apolo tan locamente amó, fuiste tú en los días griegos.

¿Por qué estás solo en Londres? ¿Cuándo vas a Salisbury? Vé allí y refresca tus manos en la grisácea luz de las cosas góticas, y vuelve aquí cuando quieras. Este es un lugar adorable; sólo faltas tú, pero vé a Salisbury primero.

Con imperecedero amor, siempre tuyo

Oscar

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Douglas era muy dado a hacer escenas en público, algo que perturbaba tremendamente al escritor. Wilde le escribió esta carta en el Savoy Hotel de Londres.


Marzo, 1893

El más querido de todos los muchachos,

Tu carta era deliciosa, vino rojo y amarillo para mí; pero estoy descontento y triste. Bosie, no debes hacerme escenas. Me matan, destruyen la hermosura de la vida. No puedo verte tan griego y grácil, desfigurado de furor. No puedo oírte decir, con los labios torcidos, cosas abominables contra mí. Preferiría ser chantajeado por todos los chulos de Londres a verte amargo, injusto, odiando. Necesito verte enseguida. Tú eres lo divino que deseo, y lo encantador y lo bello; pero no sé cómo hacerlo. ¿Debo ir a Salisbury?

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Aquí le escribe desde el Club New Travellers.


Julio, 1894

Realmente es absurdo, pero no puedo vivir sin ti. ¡Eres tan deseable, tan maravilloso! Pienso en ti durante todo el día, y echo de menos tu encanto, tu adolescente belleza, la brillante espalda de tu ingenio, la delicada fantasía de tu talento, tan sorprendente siempre en sus repentinos vuelos, cual golondrina, hacia el norte o el sur, hacia el sol o la luna –y sobre todo, a ti mismo-. Lo único que me consuela es lo que la Sibila* de Mortimer Street (a quien los mortales llaman Mrs. Robinson) me ha dicho. Podría descreerla, pero no quiero, y sé así que a principios de enero tú y yo haremos juntos un largo viaje, y también que tu preciosa vida irá siempre mano a mano con la mía. Mi querido y maravilloso muchacho, espero que te encuentres radiante y feliz. (…)

Londres es un desierto sin tus delicados pies, y todos los ojales se han puesto de luto: ortigas y cardos “es lo único que debiera llevarse”. Escríbeme unas líneas, y recibe todo mi amor – ahora y siempre-.
Siempre y con devoción. Pero no tengo palabras para decirte cuánto te quiero.



*La Sibila, una pitonisa de aquella época, anunció el futuro de la pareja, pero sólo en parte.

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En verano de 1894, Wilde se retiró a su casa de Worthing con su familia. Lord Alfred llegó y pasaron unos días con unos jóvenes amigos. Una vez que Bosie se fue, Wilde le envió esta carta:



No estoy haciendo nada aquí, salvo bañarme y escribir teatro. Mi obra es realmente muy divertida, estoy totalmente encandilado con ella. (…)
Percy se marchó un día después que tú. Habló mucho de ti. Alphonse goza todavía de favor. El es mi único compañero, además de Stephen. (…)

Querido, querido muchacho, eres para mí más de lo que nadie piensa; eres la atmósfera de la belleza a través de la cual veo la vida; eres la encarnación de todas las cosas amables. Cuando no estamos en armonía, los colores huyen para mí de las cosas, pero en realidad nunca estamos sin armonía, pienso en ti día y noche.

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El comienzo de la caida en desgracia de Wilde empieza cuando fue encarcelado por sus relaciones con Lord Alfred. La siguiente carta la escribió la primera noche que durmió en la cárcel.



29 de abril de 1895

Esta carta es para garantizarte mi inmortal, mi eterno amor. Mañana todo habrá concluido. Si prisión y deshonor son mi destino, piensa que mi amor por ti y esta idea, esta aún más divina fe, de que me amas recíprocamente, me sostendrán en mi desgracia y me harán capaz, espero, de soportar mi aflicción con más paciencia. Puesto que la esperanza, o mejor aún, la certeza, de encontrarte de nuevo en alguna parte es la meta y el estímulo de mi vida presente, ¡ah!, debo continuar viviendo en este mundo precisamente por eso. (…) No te expongas solo a Inglaterra por ninguna razón, sea la que fuere. Si un día en Corfú o un una isla encantada, hay una casita en la que podamos vivir juntos, ¡oh!, la vida sería más dulce de lo que nunca ha sido. Tu amor ha abierto las alas y es firme, tu amor viene a mí atravesando los barrotes de mi prisión y me conforta, tu amor es la luz de todas mis horas. (…)

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Vuelve a escribir una conmovedora carta a su "niño", ensalzando su amor inmortal:



20 mayo de 1895

Niño mío,

Hoy aguardamos los veredictos, (…) mi dulce rosa, mi delicada flor, mi lirio de los lirios, será a buen seguro en la prisión donde tendré que probar el poder del amor. Veré si puedo convertir en dulces las aguas amargas con la intensidad del amor que te tengo. Hubo momentos en los que pensé que hubiera sido más sabio separarnos. ¡Ah, momentos de debilidad y de locura! Veo ahora que ello habría mutilado mi vida, arruinado mi arte, roto lo acodes musicales que forman un alma perfecta. Aunque cubierto de fango, te enalteceré, te llamaré desde los más profundos abismos. En mi soledad estarás conmigo.

Te quiero, te quiero, mi corazón es una rosa a la que tu amor ha hecho florecer, mi vida es un desierto aventado por la brisa deliciosa de tu aliento, cuyos refrescantes manantiales son tus ojos; las huellas de tus pequeños pies forman para mí valles de sombra, el aroma de tu pelo es cual mirra, y donde quiera que vayas exhalas el perfume del árbol de la casia.
Quiéreme siempre, quiéreme siempre. Has sido el supremo, el perfecto amor de mi vida; no podrá haber ningún otro (…)

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Al cabo de dos años, Wilde (o lo que quedaba de él) salió de la carcel, traicionado, abandonado y sacrificado. Lord Alfred llamó de nuevo a su puerta. Wilde no se dejó tentar, pero como él explicó a su amigo Harris, estaba demasiado solo, demasiado triste y desvalido, cómo iba a renunciar a la llamada del amor. Así que terminó cediendo a las súplicas de Bosie y se reunieron en Rouen.



16 de junio ¿Año?

Mi querido muchacho,

Estoy trastornado con la idea de que no recibes mis cartas, porque esté mal el correo o algo parecido. Me figuro que todo es absurdo, pero tus tres últimas cartas fechadas el 10, 11 y 12 (y considerando que estamos a 16) no responden a lo que te pregunto, en especial a lo tocante a nuestro encuentro.
Te había pedido que vinieras el sábado. Tengo un traje de baño para ti (…)

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La última carta dirigida a Douglas que se conserva, la escribió en un café, el Suisse, de Dieppe, lugar donde solía acudir a pasar las horas muertas, solo.



31 de agosto de 1897

Recibí tu carta hace media hora, y te mando ya unas líneas para decirte que sé que mi sola esperanza de volver a hacer una hermosa labor en arte es estar contigo. (…)
Están todos furiosos porque he vuelto a ti, pero no nos comprenden. Sé que sólo contigo podré hacer algo. Rehaz para mí mi vida arruinada, y nuestra amistad y amor tendrán así un significado diferente para el mundo.

Hubiera deseado que al encontrarnos en Rouen, no hubiéramos vuelto a separarnos. Hay ahora anchos abismos de espacio y tiempo entre nosotros. Pero nos amamos mudamente, buenas noches, querido.

Siempre tuyo,

Oscar




En septiembre de ese año viajaron juntos a Nápoles, pero nada de lo dicho y prometido por Douglas se cumplió. Cuando Wilde se quedó sin dinero, el frívolo e incorregible lord le abandonó. Esta segunda traición fue el golpe de gracia: ya no se volvería a reponer.






Oscar Wilde se enamora de Alfred Douglas, un joven aristócrata escocés, conocido como Bosie, quien sería el más grande amor de su vida. Pero la familia de Albert se enfrenta a Óscar, acusándole de sodomía, lo que le llevaría en 1895 a ingresar en diferentes cárceles, terminando en la Carcel de Reading. Nadie entendía este amor. La mente envilecida de un juez anquilosado en lo pretérito y obsesionado con una ética dudosa, pudo más que la razón y la verdad esgrimidas. Sufrío tres años de presidio. Arruinado espiritualmente, pasó el resto de su vida en París, bajo el nombre falso de Sebastian Melmoth.

Cartas pertenecientes al libro "Cartas de amor salvaje(s)", de Paula Izquierdo. Grupo Santillana de Ediciones, S.A. Ediciones El País.

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