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10 enero 2011

Cartas de Alexander Pope

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A MARTHA BLOUNT (su mejor amiga y compañera)


1714

La Más Divina:

Es una prueba de mi sinceridad hacia vos que escriba cuando la bebida me ha preparado para decir la verdad, y es seguro que una carta redactada después de las doce de la noche debe abundar de tan noble ingrediente. Este corazón debe tener abundancia de llamas, si lo calientan a la vez el vino y vos: el vino despierta y expresa las acechantes pasiones de la mente como el barniz resalta los colores que están hundidos en la pintura y los saca a la luz con todo su brillo natural. Mis buenas cualidades han estado congeladas y encerradas en una débil constitución en todas mis horas sobrias, de manera que me resulta realmente sorprendente que ahora, borracho, pueda encontrar en mí tantas virtudes.
En este desbordarse de mi corazón debo daros las gracias por estas dos nobles cartas de los días 18 y 24 del corriente con las que me habéis favorecido. La que comienza con «¡Mi encantador señor Pope!›› fue para mí una delicia más allá de las palabras. Al menos habéis ganado completamente la conquista por delante de vuestra bella hermana. Es verdad que no sois guapa, puesto que sois una mujer, y creo que no lo sois: pero este buen humor y esta ternura por mí tienen un encanto que no se puede resistir. Ese rostro tiene que ser irresistible por necesidad cuando está adornado de sonrisas, aunque no pudo ver la coronación [de Jorge I, en septiembre de 1714]. Supongo que no mostraréis esta epístola por vanidad, como no dudo que hace vuestra hermana con todas las que le escribo...

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A TERESA BLOUNT (hermana de Martha)


1716

Señora:

Tengo tanta estima por vos, y tanto de lo otro, que, si fuera un individuo guapo, os haría un gran bien, pero, como las cosas son como son, sólo sirvo para escribir cartas educadas o para pronunciar bonitos discursos. La verdad es que, considerando la frecuencia y lo abiertamente que he declarado mi amor por vos, estoy sorprendido (y un poco ofendido) de que no hayáis prohibido mi correspondencia y no hayáis dicho directamente: «¡Nunca más veréis mi rostro!» No es suficiente, señora, para vuestra reputación, que tengáis vuestras manos puras de las manchas de la tinta que se podría derramar para gratificar a un corresponsal masculino. ¡Ay de mí! Mientras vuestro corazón consiente en animarle en esta lasciva libertad de escribir, no sois (desde luego que no sois) lo que querríais de buen grado que pensase de vos: ¡una mojigata! Soy lo suficientemente vanidoso para concluir (como la mayoría de los jóvenes) que el silencio de una dama bella es su consentimiento, de manera que sigo escribiendo...

Pero, con el fin de ser lo más inocente posible en esta epístola, os explicaré algunas novedades. Me habéis preguntado mil veces por novedades, como las primeras palabras que hablasteis conmigo, algo que algunos interpretarían como si no esperaseis nada de mis labios, y realmente no es una señal de que dos amantes estén juntos, cuando pueden ser tan impertinentes como para preguntar qué está haciendo el mundo. Todo lo que quiero decir con esto es que o vos o yo no podemos estar enamorados el uno del otro: os dejo que adivinéis quién de los dos es esa criatura estúpida e insensible, tan ciega a las excelencias y los encantos del otro.

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A LADY MARY WORTLEY MONTAGU (otra amiga suya, casada con un diplomático)



Junio de 1717

Señora:

Si vivir en la memoria de los demás tiene algo de deseable, esto es lo que poseéis con respecto a mí en GI sentido más alto de las palabras. No pasa un día sin que vuestra figura aparezca ante mí. Vuestras conversaciones regresan a mis pensamientos, y cada escena, lugar u ocasión en que he disfrutado de ellas se dibujan con tanta viveza como una imaginación igualmente cálida y tierna es capaz de representarlas.
Me decís que el placer de estar más cerca del Sol tiene un gran efecto sobre vuestra salud y sobre vuestro espíritu. Habéis llevado mis afectos tan hacia oriente que casi podría ser uno de sus adoradores: porque creo que el Sol tiene más razones de sentirse orgulloso de levantar vuestro espíritu que de hacer crecer todas las plantas y de madurar todos los minerales en la Tierra.

Soy de la opinión de que un hombre razonable podría viajar con gran placer tres o cuatro mil leguas para ver vuestra naturaleza, y vuestro ingenio, en su perfección plena. ¡Qué no podremos esperar de una criatura que superó la mayor perfección en esta parte del mundo y cada día está mejorando gracias al Sol en la otra parte! Si ahora no escribís y habláis las cosas más bellas imaginables, os deberéis contentar con recibir la misma acusación que el resto de oriente y llegar a la conclusión de que os habéis abandonado a una vida en extremo afeminada, perezosa y lasciva...
Por el amor de Dios, señora, enviadme noticias con la mayor frecuencia que podáis; con la confianza de que no existe ningún hombre que respire con mayor constancia, o con más ansiedad pensando constantemente en vos. Explicadme que os encontráis bien, decidme que vuestro hijo pequeño está bien, explicadme que vuestro propio perro (si tenéis uno) está bien. No me defraudéis de ninguna de las cosas que os complacen, porque, sea lo que sea, me complacerá mucho más que cualquier otra cosa que pudiera hacer. Siempre vuestro.







Alexander Pope (Londres, 1688 – 1744), fue un poeta inglés. Se inspiró en los grandes poetas de la antigüedad para escribir una poesía elaborada, con frecuencia en estilo didáctico o satírico. No fue aceptado en las escuelas del Estado por su catolicismo, por lo que se formó con profesores particulares. Aquejado de una especie de tuberculosis y de una malformación, cifró en la gloria literaria todos sus anhelos. Pope no contrajo nunca matrimonio y Martha Blount fue la mayor beneficiaria de su testamento.

Fuente: "Los grandes hombres también hablan de amor", de Ursula Doyle. Emecé Editores, 2010.

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