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09 enero 2009

Cartas de Charlotte Brontë a Constantine Heger

8 de enero de 1845

Monsieur, los pobres no necesitan mucho para sostenerse. Piden solamente las migas que caen de la mesa de los ricos. Pero si se les rechazan las migas mueren de hambre. Nadie –ni yo-, necesita mucho afecto de aquellos que ama. No sabría qué hacer con una amistad entera y completa, no estoy acostumbrada a ella. Pero usted me demostró en otros tiempos un cierto interés, cuando era su alumna en Bruselas, y me mantengo aferrada a ese poco interés. Me aferro a él como me aferraría a la vida.

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18 de noviembre de 1845

Señor:

Los seis meses de silencio han seguido su curso. Hoy es 18 de noviembre; mi última carta estaba fechada (creo) el 18 de mayo. Por eso puedo escribirle sin faltar a mi promesa.

El verano y el otoño se han hecho muy largos; a decir verdad, han sido necesarios dolorosos esfuerzos por mi parte para mantener hasta ahora la abnegación que me impuse a mí misma. Usted, señor, no puede concebir lo que significa; pero imagínese por un instante que uno de sus hijos fuera separado de usted, a 160 leguas, y que usted tuviera que estar seis meses sin escribirle, sin recibir noticias suyas, sin oír hablar de él, sin saber nada de su salud, y entonces entenderá fácilmente toda la severidad de una obligación así. Le digo francamente que he intentado olvidarle durante estos meses, porque el recuerdo de una persona a quien uno no cree que pueda volver a ver de nuevo y a quien, sin embargo, se tiene en gran estima, atormenta demasiado la mente; y cuando uno ha sufrido ese tipo de ansiedad durante un año o dos, está dispuesto a hacer cualquier cosa para reencontrar la paz. Yo lo he intentado todo; he buscado ocupaciones; me he negado a mí misma por completo el placer de hablar de usted, ni siquiera a Emily; pero no he sido capaz de superar ni mis pesares ni mi impaciencia. Lo cual, de hecho, es humillante: ser incapaz de controlar los propios pensamientos, ser esclava de un pesar, de un recuerdo, la esclava de una idea fija y dominante que gobierna despóticamente la mente. ¿Por qué no puedo recibir tanta amistad de usted, como usted de mí, mi más ni menos? Entonces estaría tranquila, tan libre que podría mantenerme en silencio durante diez años sin esfuerzo.

Mi padre está bien, pero ha perdido la vista casi por completo. No puede leer ni escribir. Pero los médicos han recomendado esperar unos pocos meses antes de intentar una operación. El invierno será una larga noche para él. Se queja muy raramente; admiro su paciencia. Si la Providencia me destinara la misma calamidad, ¡quiera Él concederme tanta paciencia para sobrellevarla! Me parece, señor, que no hay nada más mortificante en las grandes desgracias físicas que verse obligado a hacer que todos los que nos rodean las compartan. Uno puede ocultar los males del alma, pero los que afectan al cuerpo y destruyen nuestras capacidades no pueden ser encubiertos. Mi padre me permite ahora leerle y que escriba por él; me demuestra, también, más confianza de la que había tenido antes, lo cual es un gran consuelo.

(…) Su última carta fue un apoyo y un sostén para mí, alimento para medio año. Ahora necesito otra y usted me la dará; no porque me deba amistad -no me puede tener mucha-, sino porque usted tiene un alma compasiva y no condenaría a nadie a un sufrimiento prolongado para liberarse de unos pocos momentos incómodos. Prohibirme que le escriba, negarse a responderme, sería arrancarme de mí mi única alegría en la tierra, privarme de mi último privilegio -un privilegio al que nunca consentiré en renunciar voluntariamente-. Créame, maestro, escribiéndome hace una buena acción. En tanto que creo que usted está complacido conmigo, en tanto que tengo esperanzas de recibir noticias suyas, puedo descansar y no sentirme muy desdichada. Pero cuando un silencio prolongado y tenebroso parece amenazarme con el alejamiento de mi maestro, cuando día tras día espero una carta, y cuando día tras día solo llega la desilusión para sumirme en una tristeza abrumadora, y la dulce alegría de ver su escritura y leer su consejo huye de mí como una visión vana, entonces me reclama la fiebre, pierdo el apetito y el sueño y languidezco.

Volveré a escribirle el próximo mayo: sería mejor esperar un año, pero es imposible: demasiado tiempo.

(…) Me gustaría poder escribirle cartas más alegres, porque cuando releo esta la encuentro triste de alguna manera -pero, perdóneme, mi querido maestro-; no se irrite por mi tristeza…

(…) Adiós, mi querido Maestro, que Dios le proteja con sumo cuidado y le corone con bendiciones especiales.



Charlotte Brontë (1816-1855) fue una novelista inglesa. A comienzos de la década de los 40, tras el intento fallido de crear una escuela privada y rechazar la propuesta matrimonial del reverendo Henry Nussey, Charlotte y su hermana Emily viajaron a Bélgica para estudiar idiomas en el Pensionat Heger de Bruselas. Ahí Charlotte se enamoró de Constantin Heger, el propietario de la escuela. Por primera vez alguien ajeno a su entorno familiar se interesaba por sus escritos y sus inquietudes intelectuales. Eso despertó en Charlotte sentimientos ocultos que al hacerse evidentes distanciaron al profesor, un hombre casado que no albergaba más intención que la puramente académica. De este episodio nacería la primera novela de la escritora "The Professor".

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy leyendo "El Profesor" y hasta ahora me preguntaba qué personaje estaba inspirado en su propia historia, ahora ya lo sé.

Ojalá encuentre a alguien que despierte en mí los mismos sentimientos como le ocurrió a Charlotte Brontë aunque no fuese correspondida.

manoli dijo...

El amor es algo que ni se gana ni se merece, simplemente lo entregamos gratis a una persona, a veces nos corresponde y otras veces no lo hace, Esto le sucedio a Charlotte Bronte, la cual le entrego un amor sincero, intenso y desinteresado a Constantin Heger y en cambio el no supo o no quiso valorarlo, merecerlo, ni ganarselo. "PUES PEOR PARA EL", ya que recibio completamente gratis el mejor regalo que un ser humano puede recibir "que nos quieran intensa y apasionadamente", y estoy casi convencida de que su matrimonio fue al uso de la epoca, es decir de conveniencia.
Esto ha ocurrido desde el principio de la humanidad, y Charlotte tuvo la mala suerte de no ser correspondida, al menos ella murio sabiendo lo que es amar intensamente a alguien mas que a uno mismo, y en cambio Constantin, quien sabe si supo lo que significa esto, cabe la posibilidad de que se muriera sin experimentar un sentimiento igual.
Por lo cual me da mucho mas pena Constantin que Charlotte.

Andrabaltza dijo...

Profunda, magnífica, apasionada Charlotte. Creo que esta carta muestra dónde esá el germen de a mí juicio, su mejor novela "Village" que recomiendo vivamente.

En una escritora, los sufrimientos de amor se agradecen. La intensidad que producen son la condición necesaria para el nacimiento de la gran literatura...Recordemos "Las mujeres felices, no tiene historia"